La primera vez que Roger Moore estuvo en Madrid, ya siendo un actor muy popular, fue mediados los años 60, cuando coincidió en una fiesta con Manuel Benítez el Cordobés. Ni que decir tiene que las revistas dieron en portada a la pareja, que entonces gozaba de una extraordinaria popularidad, aquel como protagonista de la serie televisiva El Santo y el otro como el torero más taquillero del momento. Al galán británico que acaba de fallecer en Suiza a los ochenta y nueve años lo entrevisté años más tarde en un par de ocasiones. En la primera de ellas tuvo la deferencia de recibirme en una "suite" del hotel Ritz. Extracto la conversación que tuvimos, dominada por su gran sentido del humor. Lo recuerdo fumándose un habano a las doce del mediodía.
Vino entonces a presentar la quinta de las siete películas que rodó como James Bond, Sólo para sus ojos, sustituyendo al mítico Sean Connery y a quien lo fue después, el soso de George Lazemby. Le pregunté si ese personaje no resultaba ya demasiado machista para la época en que estábamos, los primeros 80. "Piense usted –me dijo– que Ian Fleming escribió sus historias hace treinta años. El mundo ha cambiado, evidentemente, y ahora es menos machista que antes y aparecen menos mujeres a mi alrededor cuando ruedo. Los guionistas, a propósito, se han humanizado más tratando de ofrecer un James Bond con más corazón". ¿Le doblan en las escenas de riesgo? A lo que sin perder un segundo su flema británica, respondió: "Hago de todo… pero donde me doblan es en las escenas de amor". Pero, en serio: ¿no las ha pasado canutas alguna vez? "Casi todas las escenas de mis películas son peligrosas, por lo que antes de rodarlas he de asegurarme de que todo está listo para no llevarme alguna desagradable sorpresa. No es bueno, por ejemplo, estar colgado de una cuerda si acto seguido me es difícil subir. Claro que yo me preparo físicamente y para El hombre de las pistolas de oro tuve que aprender kárate". ¿Encuentra usted alguna diferencia entre lo que hizo Sean Connery y lo que ahora interpreta usted? "Primero, he de indicarle que en los libros de Ian Fleming no está suficientemente indicado cómo es el personaje. Luego, cada uno de los actores que le hemos dado vida hemos aportado una personalidad diferente".
Por curiosidad, me interesé en si Roger Moore tenía licencia de armas: "No, ni siquiera de caza". Hablamos de dos series de televisión que anteriormente le proporcionaron suma notoriedad: "En Los Persuasores llegué a dirigir un diez por ciento de los episodios y también participé en las tareas de producción. En cuanto a El Santo siempre me pareció que iba destinada a "boy-scouts", si la comparamos con la serie de James Bond". Aquel Simon Templar El Santo era un ladrón de guante blanco que robaba a indeseables y mostraba en la pequeña pantalla el cinismo de un elegante "gentleman". Lo cierto es que tanto las películas que hizo sobre James Bond como los numerosos episodios de Los Persuasores y El Santo encumbraron a Roger Moore como uno de los actores mundiales más reconocidos. El resto de su filmografía, compuesta por más de medio centenar de títulos nunca llegaron a proporcionarle ni parecida popularidad ni tampoco los mismos elevados ingresos.
El público femenino lo adoraba por su atractivo físico, por sus maneras, un estilo "british", caballero de la vieja escuela en un mundo moderno, que aparecía siempre impecable con su atuendo, incluso si era de aire deportivo. Al encanto que él despertaba siempre supo corresponder desde que era muy jovencito. Al punto que, con sólo dieciocho años, contrajo matrimonio con una patinadora que quiso también ser actriz, Door Van Steyn, aunque se llamaba realmente Lucy Woodard. Era divorciada, seis años mayor que él, y el matrimonio acabó naufragando porque el futuro gran galán de la pantalla apenas ganaba dinero y su mujer resultaba ser la que pagaba las facturas y llenaba el frigorífico. A Roger Moore no le importó dejarla un día de 1952 cuando fue invitado a una fiesta en casa de la cantante Dorothy Squires, que por entonces contaba treinta y siete años, trece años mayor. Cuando se fueron los invitados la pareja se entregó con toda la pasión que habían ido acumulando durante la velada, y al amanecer ella le propuso que se fuera a vivir a su mansión. No se lo repitió dos veces y en pocas horas Moore dejaba con dos palmos de narices a su sorprendida esposa y se instalaba junto a la veterana cantante. Terminaron casándose al año siguiente y probaron suerte en los Estados Unidos donde pasaron una larga temporada sin que resolvieran del todo sus sueños artísticos. Además, algunos cronistas de Hollywood señalaban al actor inglés de esta guisa: "¡Ahí viene Moore y su madre!".
Hartos de su estancia americana retornaron a Inglaterra. Donde al poco tiempo a él le llegó un contrato para rodar en Roma El rapto de las sabinas. En esa película iba a conocer a Luisa Mattioli, una morena que lo volvió loco desde el primer día. Les cuento una anécdota referida por el mánager de Sara Montiel, Enrique Herreros junior. En 1962 la manchega rodaba en Barcelona La bella Lola. Y en un breve cometido figuraba Luisa Mattioli. Cierto día apareció Roger Moore, quien compartió la misma habitación que su amante. Pero inesperadamente aterrizó en la Ciudad Condal la segunda esposa del actor, Dorothy Squires, decidida a armar un escándalo para que públicamente se supiera que su marido le estaba poniendo los cuernos. Herreros hizo lo posible por esconder la estancia del actor en la Ciudad Condal. Pero Dorothy, con la mosca tras la oreja no cedió en su batalla y hasta que no transcurrieron ocho años no concedió al divorcio al "donjuán" de su esposo. Quien ya se había ido a vivir con Luisa Mattioli, y tenía dos de los tres hijos que finalmente llegaron al hogar de la pareja. Por fin pudieron casarse en presencia de aquellos dos retoños en el Registro Civil de Caxton Hall.
Volví a encontrarme con Roger Moore algún tiempo después, en el transcurso de una agradable cena en un lujoso restaurante cercano a la Puerta de Alcalá (cuyo nombre omito, para no darles publicidad y porque me sirvieron un lenguado meunière cuando los demás comensales iban ya por el postre). El actor estaba junto a Luisa Mattioli y el benjamín de sus hijos, Christian, un educado adolescente de once años que se quedó dormido antes de que nos trajeran la cuenta. Roger Moore había rodado en Islandia Panorama para matar y estaba ya harto de seguir interpretando al agente 007. Hijo de un policía londinense, por entonces con cincuenta y siete años, estudiaba arte y dibujo mucho antes de que figurara como "extra" en César y Cleopatra que fue su primera presencia en un estudio cinematográfico. Luego terminaría protagonizando Ivanhoe. "Pocos periodistas me recuerdan esa película, seguramente para no recordar los años que tienen", bromeó el actor. Me confió: "Siempre he ejercido de héroe en el cine, ciertamente. Y yo he tenido cuidado, teniendo en cuenta que me habían convertido en un "sex-symbol". ¿Sabe usted que la revista Cosmopolitan me propuso posar en cueros vivos, cubierto sólo por debajo de la cintura por una pistola de las usadas en cualquiera de las películas de James Bond? ¡Vamos, que ni siquiera me permitían cubrirme con una ametralladora! Me ofrecían una sustanciosa cantidad de dinero, eso sí".
Me contó el simpático matrimonio que vivían en Gstaad, Suiza. "Por los impuestos en Inglaterra, ¿sabe?" Ninguno de los presentes en la cena podíamos presagiar que un año después Luisa Mattioli pediría el divorcio, después de un cuarto de siglo de felicidad matrimonial. Roger Moore siempre fue un incorregible seductor, muy elegante, eso sí. Ocurrió que entró en escena una antigua amiga de la pareja, Kristina Tholstrup, familiarmente llamada Kiki. Y nuestro ahora admirado, recordado amigo se fue con ella porque una italiana apasionada y celosa como era su tercera mujer, Luisa Mattioli, no podía consentir que la coronaran de golpe y porrazo. Los últimos quince años de vida, Roger Moore tuvo en Kiki una solícita compañera, su cuarta mujer, ya cuando el actor digamos que se había "refugiado en los cuarteles de invierno" para vivir eso que sobre los amantes octogenarios se dice de que entran a vivir "el reposo del guerrero". Rodó su última película en 2011 y se retiró del cine para siempre, dedicándose a obras sociales y benéficas desde su confortable y tranquilo reposo de Gstaad, donde ha encontrado la muerte, víctima de un cáncer.
Posiblemente no fuera un actor de culto, como otros ilustres compatriotas suyos. Pero brilló como galán de comedia y películas de aventuras. Gozó con las mujeres. Y ellas lo tuvieron colocado en un pedestal por su distinción y su estilo. El buen humor es algo que le acompañó siempre, del que pude gozar en esos dos encuentros con él evocados aquí. Al terminar la cena a la que me referí, como quiera que le recordé sus habilidades como dibujante, pidió a un camarero unos folios, sacó un bolígrafo de su americana y me pidió que pronunciara una cifra. Siguiendo su indicación, pensé que ninguna otra mejor que la de estos dos dígitos: 69. Y, sonriendo, a los cinco minutos me regaló su trabajo, que por supuesto conservo. Pueden imaginarse qué dibujó cuando pronuncié ese número. ¡Que la tierra te sea leve, amigo Roger!