Desde que en 1987, hace veinticinco años, a Lola Flores le detectara la Fiscalía de Madrid una elevada deuda con Hacienda hasta que definitivamente quedó sentenciada en 1991 al pago de veintiocho millones de pesetas la vida de la artista jerezana transcurrió entre la rabia, la desesperación, el miedo y por último una cierta tranquilidad, cuando supo que no iba a ir a la cárcel.
Tuvo suficiente tiempo para reflexionar, hasta confesar lo que sigue: "Me sentaron en el banquillo como si fuera una asesina… A punto estuve una noche de tomarme un tubo de pastillas, pero pensaba que no podía abandonar a mis hijos…". Entre los amigos que más la apoyaron se encontraba Luis Sanz, descubridor de estrellas como Rocío Dúrcal, quien le propuso llevar a televisión una serie de cuatro capítulos titulada El coraje de vivir. En ella, la Faraona hizo un repaso de su vida artística y personal. Hasta mencionó sus amores, siquiera superficialmente. Que fueron intensos. El célebre guitarrista Niño Ricardo fue quien primero se acostó con ella.
Luego apareció un protector, quien le financió su primer espectáculo a cambio de irse con él, un rico anticuario, en el que se dio el gustazo de contratar a quien era su ídolo, Manolo Caracol, que la convertiría en su amante durante ocho largos años de pasión, celos y broncas. Hasta que harta de que el gitano le levantara el brazo pegándole más de una paliza y mentara a un hermano de ella, ya muerto, le dio la espalda para siempre y siguió sola su ascendente carrera en los teatros, el cine, y los discos. Otros hombres llamaron a su puerta, con éxito: el joven realizador cinematográfico Rafael Romero-Marchent, también galán un tiempo en la pantalla; los futbolistas Biosca, del Barcelona, y Coque, del Atlético de Madrid (con quien a punto estuvo de casarse, pero él acabó matrimoniando con una antigua novia); los toreros Rafael Gómez Gallito (sobrino de el Gallo y Joselito), y el sevillano Manolo González (que también hizo luego doblete con la Duquesa de Alba). Hasta que se casó con el guitarrista calé, del barcelonés barrio de Gracia Antonio González el Pescaílla, con quien harto sabido es tuvo tres hijos.
La serie emitida por Antena 3 tuvo un moderado éxito de audiencia. Lola Flores hizo un esfuerzo, dadas las duras jornadas de rodaje. Porque su salud comenzó a dar señales de alerta. Le habían detectado un cáncer de mama en 1972 pero se negó entonces a operarse de un pecho. Y siguió adelante. Tuvo más tarde que someterse a duras sesiones de quimioterapia, perdió algo de su pelo, aunque ello no le impedía seguir actuando cara al público. Cuando le medicaron cortisona se vio deformada, tenía picores en la piel, le faltaba ánimo para salir de su casa. Pero se iba al bingo y al verla con la cara hinchada la gente que la reconocía comentaba por lo bajinis: "Se ha puesto silicona en la cara para parecer más joven". Lo que a ella le irritaba. Por dentro su fuerza de voluntad era tremenda. Conforme transcurrían los primeros años 90 procuraba vencer sus contrariedades y cuando la visité una tarde me extendió un parte médico donde venía a decir que su enfermedad estaba controlada.
Contenta al pensar que su cáncer maligno ya no le suponía una pesadilla, me mostró de repente su pecho izquierdo: "Toca, toca y verás que no hay rasgos del tumor…". Francamente, me quedé turbado, pero ella –bromas aparte– me hizo efectivamente palparlo, para que me hiciera partícipe que se encontraba perfectamente. Desgraciadamente, se equivocaba. Pero, exultante, me diría en otra ocasión: "Ya no tengo nada por dentro, me han quitado los ganglios y bultos que tenían que extirparme. Me han operado. Lo mío es un milagro. ¿A qué me pongo un día de estos Lola Milagros?".
Le habían hablado de ir a Houston, donde se decía estaban muy avanzados los estudios oncológicos. Pero se negó. No soportaba verse calva ante el espejo. Me atreví a preguntarle si temía a la muerte: "Mucho, le tengo mucho miedo. Y cuando me llegue ese día deseo sea de repente porque no podría soportar una enfermedad larga". Había yo reproducido en un reportaje la fotocopia de su partida de nacimiento, tras acudir al Registro Civil de Jerez, donde constaba haber nacido en 1923. Hacía no sé cuánto tiempo venía quitándose años. Un viejo carné suyo lo manipuló y el tres lo convirtió en ocho para dar el pego. Con aquel documento, ya no había razón para que negara su verdadera edad. No obstante, me regañó cariñosamente: "Anda, no me sigáis poniendo más los años…". Otra me hubiera armado un follón, pero reconozco que esta mujer era comprensiva con los periodistas y nosotros la correspondíamos a nuestra manera siempre.
En esos primeros años 90, aparte de sus galas, estuvo muy activa en las televisiones, manteniendo programas como El tablao de Lola, Sabor a Lolas (junto a Lolita) y El coraje de vivir, ya mencionado, por el que cobró cuarenta millones de pesetas. Antes, en mayo de 1990, recibió un gran homenaje en un gran teatro de Miami, con actuaciones de primeros artistas españoles e hispanoamericanos, desde Rocío Jurado a Raphael, José Luis Perales, El Puma, Olga Guillot, Celia Cruz, su marido y los tres hijos… más Julio Iglesias, que muchos pensaban era el anfitrión de la gala, el organizador, empezando por la propia homenajeada que, de golpe y porrazo, se postró de rodillas ante él en el escenario. ¿Por qué lo hizo? "Por agradecimiento", confesó, humildemente. Pero estaba equivocada ya que la idea del homenaje y del disco que se grabó en directo fue cosa de Tomás Muñoz, un alto ejecutivo de la CBS internacional, cordobés de nacimiento, que admirando desde siempre a Lola quería contribuir a que remontara el bache por el que pasaba esos días, por sus cuitas fiscales.
Al año siguiente Lola Flores,que no era rencorosa, no tuvo inconveniente en tomar parte en un ciclo de actuaciones en el Centro Cultural Villa de Madrid en recuerdo a Concha Piquer, fallecida el 13 de diciembre de 1990. Y decimos eso porque cuando a principios de su carrera, Lola se acercó un día al estudio del maestro Manuel Quiroga y al asomarse vio a la Piquer, que en ese instante ensayaba una de sus coplas tuvo que escuchar una burla. De mal humor, la gran artista valenciana se fijó en la recién llegada, que llevaba un modesto abrigo: "¡¿Adónde vas con ese pedigrí?!". Con el transcurso de los años fueron ya amigas, y Lola olvidó pronto aquel violento episodio de los años en los que apenas podía permitirse comer sin problemas, y por lo tanto lejos para lucir un modelo de pieles.
En el verano de 1994 se organizó una velada en homenaje a Juanito Valderrama en la Plaza de Toros Monumental de Las Ventas. Concurrieron grandes figuras. Estaba convocada Lola Flores,que compareció, disculpándose por no poder cantar. Pero le dedicó unos versos y hasta inició unos pasos de baile. Juanito le palpó su brazo izquierdo. "Parecía de yeso", comentó. Y es que su mal no se detenía. Le quedaba un año de vida. ¿Qué hizo en ese tiempo? En agosto le dedicaron una avenida con su nombre en Marbella, por decisión de su alcalde, Jesús Gil. La jerezana llevaba veraneando treinta y cuatro años en la Costa del Sol, en un chalé que se construyó en el terreno que le regalaron, a la entrada de esa ciudad. Los meses que siguieron fueron de temor para la artista, sintiéndose morir. Aun así se resistía a dejar de actuar y su representante desde hacía casi cuarenta años, Pepe Vaquero, le firmaba galas, aunque en menor número, lógicamente. Carmen Sevilla iba a visitarla, ya en el chalé El lerele, en la urbanización del Soto de la Moraleja, a las afueras de Madrid, y la iba encontrando cada vez más decaída, sin querer comer. Esos últimos meses recibía intensas sesiones de quimioterapia, se le fue cayendo el pelo que ella disimuló cuanto pudo usando postizos y pelucas. Con su vitalidad y sus ganas de seguir adelante iba superando los grandes dolores que la atenazaban.
Su última actuación en España fue durante las Fallas valencianas de 1995, por la que cobró tres millones de pesetas. Mercedes Vecino, gran actriz, casada con Pepe Vaquero, la acompañaba en los últimos viajes y Lola le pedía que le rascara la espalda: "No puedo más, si sigo así, me mato". La tenía llena de costras, con bultos, también el vientre. Aún así, en ese estado, pidió a sus amigos que la llevaran a jugar al Casino de Monte Picayo. Sería la última vez que probara su suerte ante una mesa de juego. Todavía le quedaba un contrato que cumplir, en los estudios de la televisión portuguesa, Y desde Lisboa regresó herida de muerte. No podía estar tumbada por los problemas respiratorios que arrastraba. Los calmantes no le hacían ya efecto, en tanto los médicos habían dicho a la familia que no se podía hacer más por su vida.
Las últimas horas de Lola Flores fueron muy dolorosas, falleciendo poco antes de las cinco de la madrugada del 16 de mayo de 1995. Tenía setenta y dos años. El adiós que se le tributó en Madrid fue impresionante. Era un mito y como tal su nombre seguirá aún mucho tiempo en el recuerdo.