Cuando 'Lola de España' pasó a ser 'Lola de Hacienda'
Procesada, en el banquillo, se libró de la cárcel y al final pagó una multa de 28 millones de pesetas.
El 24 de marzo de 1987, hace veinticinco años, la Fiscalía de Madrid presentó en el Juzgado de Guardia una querella por posible delito fiscal contra Lola Flores y su marido, Antonio González. Les reclamaban una elevada deuda por el concepto de no haber realizado las correspondientes declaraciones del impuesto sobre la renta entre los años 1982 y 1985. Los aludidos se enteraron de ese procedimiento al día siguiente cuando la fiel sirvienta de la casa, Carmen Mateo, bajó desde el piso familiar de la calle de María de Molina, a un quiosco cercano. Solía comprar uno o dos diarios de información nacional pero esa mañana se dio de bruces con una portada del semanario de sucesos El Caso donde con llamativos titulares anunciaban que el Fisco pedía a "La Faraona" nada menos que cuatrocientos millones de pesetas. Cuando Lola Flores tuvo entre sus manos aquella publicación por poco le da un síncope. Ya el mes anterior había recibido una notificación de Hacienda, reclamándole "sólo" cuarenta millones, lo que la puso en guardia. Pero ahora, recién estrenada la primavera de 1987, el asunto se ponía feo, acostumbrada ella a olvidarse de esas deudas, que creía podían soslayarse, "haciéndose la sueca", desconociendo sus obligaciones como cada hijo de vecino. Entre tanto le llegaba oficialmente la requisitoria, esperó acontecimientos. Pero la prensa se cebó con ella: "De ídolo de España a ídolo caído". Y se desmoronó. Tuvo la infeliz ocurrencia de comentar que si fuera necesario se plantaba en plena Puerta del Sol, demandando a los viandantes una peseta, o un duro. Y añadía que nadie podía negárselo, siendo ella quien era. Entre bromas y veras, un reportero se le adelantó y en ese lugar fijado por la artista, en el centro geográfico de la península, micrófono en mano y con una caja fue recogiendo algunos óbolos de admiradores de Lola Flores, conmovidos por su desgracia.
Transcurrieron dos años para la celebración del juicio. Pero hasta que llegó ese momento, se sucedieron reacciones airadas de quienes en programas de radio y de televisión mostraban su enfado, criticando que una figura como ella, asidua a los Casinos, se atreviera a pedir poco menos que limosna para satisfacer el impago de unos impuestos que cada español, con su trabajo y esfuerzo, pagaba religiosamente, con mejor o peor gana: una obligación. Hacienda había inspeccionado las ganancias de Lola Flores en ese periodo de cuatro años por los que le reclamaban finalmente ciento cuarenta y cinco millones de pesetas. Pero es que ella había ganado más de doscientos millones. Muchos de ellos a cambio de exclusivas periodísticas, como los cerca de once millones que recibió de Diez Minutos por sus memorias. Seis millones le pagaría Interviú por aquel consentido desnudo, que ella dijo hacía sido "robado". Mentira. En el mismo contrato con la revista constaba una cláusula en la que figuraba que ella negaría haber aceptado posar en pelotas. Esos ciento cuarenta y cinco millones de pesetas eran a modo de depósito, según fijó la jueza encargada del caso. Lola Flores se puso a la labor de encontrar aquel dinero que le pedían, pues de lo contrario podía ir derecha a la cárcel, amén de embargarle sus bienes. Y se encontró con que muy pocos querían ayudarla, argumentando no estar pasando un buen momento. El más generoso –alguien pudiente, que presumía de ser amigo suyo- llegó a ofrecerle a título de préstamo medio millón. Le dijo que se lo guardara. Con eso no tenía Lola para empezar. Así es que llegado el último momento del plazo exigido por la juez se vio obligada a desprenderse de su piso de la calle de María de Molina, donde habitara veinte años, que naturalmente por la premura tuvo que malvender, lo mismo que unos terrenos que poseía en la carretera de La Coruña, en lo que se llamaba Cuesta de las Perdices. Deprisa y corriendo encontró un piso de alquiler donde irse a vivir, con sus muebles y enseres domésticos, una vivienda espaciosa de más de doscientos metros en la calle del pintor Juan Gris, donde Lola me recibió una tarde entre lamentos y lágrimas, esperando el momento de sentarse en el banquillo.
Lola Flores pasó días horribles, noches sin poder dormir, semanas, meses de espera, incapaz de aceptar su equivocación al eludir sus compromisos fiscales. Era inútil que continuara fingiendo ser desconocedora de ello. Tenía las personas adecuadas que controlaban sus cuentas y eran conscientes de esos olvidos premeditados. Por otra parte se sintió un tanto preterida por sus colegas. Carmen Sevilla salió en su defensa, comentando que su comadre era "un orgullo nacional y no había derecho a tratarla así". Otro que sacó pecho fue Pedro Ruiz, calificando el suceso como una operación del secretario de Estado José Borrell, en nombre de su Ministro de Hacienda, que según el humorista los había tomado a ambos como chivos expiatorios, conejos de Indias, para que los españoles tomaran conciencia de sus deberes fiscales, utilizándolos cual reclamo publicitario. Ello fue un revulsivo popular pues supuso la reacción de quienes, aun entendiendo que por mucha popularidad que tuviera Lola Flores, por muchas divisas que trajera de Hispanoamérica, por mucho que hubiera españoleado con su arte, ello no le eximía de pagar impuestos. Ahora bien, que se habían cebado un poco con ella para que el pueblo entero la viera sentándose en el banquillo, en la Audiencia Provincial de Madrid, era también evidente.
Con esos antecedentes comenzó el juicio en la mañana del 13 de marzo de 1989, dos años como decíamos después de que se conociera la denuncia contra Lola Flores y su marido (al que su abogado defensor consiguió librarlo de la causa, por demostrar que llevaba catorce años sin dar ni golpe). También fue mala suerte, según comentó la enlutada Lola, que la primera vista quedara fijada en tal día, que es de mal bajío para los supersticiosos, sobre todo los gitanos. Estuve presente para informar sobre los cuatro días que duró el juicio. Ni que decir que la sala se llenó, tanto de informadores –una veintena- como de muchísimos curiosos, el resto. La Faraona, declaró: "Si hubiera tenido dinero hubiera pagado a Hacienda para no estar en el mismo banquillo donde se sientan los criminales". Cuando el Presidente del Tribunal le inquirió que si se sentía culpable, dijo que no, negándolo a su vez con un movimiento de cabeza. Y dijo: "No quiero hablar, no entiendo de leyes, no he cometido ningún delito". Se la veía tan sofocada que un fotógrafo le alargó un abanico. Vestida con falda y chaqueta de cuero negro con un pañuelo de seda anudado al cuello, maquillada, iba radiante, pero tensa. Cuando a las dos de la tarde terminó la vista hasta el día siguiente, respiró. Los diarios publicaban en primera página y en el interior amplia información. Era la primera vez en la España contemporánea que se juzgaba así a un personaje como Lola Flores. Nieves Herrero transmitía en directo desde la misma sala para el programa de Jesús Hermida "Por la mañana". José María Iñigo compareció junto a otros testigos, para dar fe de lo que pagó en su día a la artista. Lola, conociéndola, se removía de su asiento, ya no en el banquillo, sino en un sillón color fucsia. Iba espectacular con una elegante cazadora de pieles, acompañada por su entonces todavía yerno, Guillermo Furiase, marido de Lolita. Como Antonio González había quedado exonerado el día anterior, no compareció, prefiriéndo quedarse en casa. El Presidente de la Sala llamó la atención varias veces a Lola Flores: "La procesada ha de callarse, o si no esta presidencia hará uso de su facultad para expulsarla". Pasado un rato, ella rompió su silencio: "¿No puedo decir nada?" El juez le replicó: "Tendrá usted en su momento la última palabra". Cuando por fin concluyó la segunda sesión, me acerqué a Lola, que me dijo: "Me he acordado mucho de cuando Miguel Ligero y yo, rodando la película "Morena Clara" estábamos también en un juicio por haber "robado" unos jamones".
Tercera sesión. Cambió de vestimenta con un traje-chaqueta de color negro. Hora y media tan sólo duró la vista. En una pausa, nos comentó: "Como no entiendo de leyes, me estoy aburriendo mucho". Ese día no fue requerida para contestar pregunta alguna, y únicamente intervinieron testigos y peritos. El cuarto día con un traje de chaqueta blanco a rayas y jersey negro acudió en compañía de su hermana Carmen. Ninguno de sus hijos estuvo presente en el juicio. Lolita me comentó que lo seguía por radio y que por las tardes iba a ver a su madre para animarla. En el transcurso de la cuarta y última sesión, Lola Flores se tranquilizó al escuchar: "La Fiscalía no se opondrá a que no ingrese en prisión la procesada". Eran cerca de las nueve de la noche de aquel jueves dieciséis de marzo de 1989 cuando le llegó el turno de su última palabra. Y después de una perorata de diez minutos argumentando que artistas como ella pasan meses sin trabajo y no ganan tanto al final como se dice por los muchos gastos que tienen, remató: "Señor juez, no quiero ablandarle el corazón, sino pedirle que sea justo. Yo no he estropeado la imagen de Hacienda, sino que ha sido Hacienda quien me ha estropeado a mí. Y como mañana es el día de mi santo le pediría a Hacienda que me mandara un ramo de flores". Las risas, estallaron en la sala. Después del ritual de "¡visto para sentencia!", Lola Flores, me confió: "Me siento fatal, lo he pasado muy mal estos días".
El 28 de marzo de 1989 la Audiencia Provincial de Madrid la absolvió de los delitos que le imputaban. El Ministro de Economía y Hacienda, Carlos Solchaga, recurrió la sentencia ante el Supremo. Que dos años después dictaminó que Lola Flores quedaba libre de ir a la cárcel pero debía pagar de multa veintiocho millones de pesetas.
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