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La sorprendente faceta de Emma Ozores, nueva sensación de 'GH VIP'

La actriz viajó a la India para encontrarse con el padre Vicente Ferrer.

La actriz viajó a la India para encontrarse con el padre Vicente Ferrer.
Emma Ozores | Gtres

Parece que la entrada en Gran Hermano VIP de Emma Ozores haya sido toda una revolución. Pero es que la personalidad de esta magnífica actriz, que en marzo próximo cumplirá cincuenta y seis años, supera la media de quienes se integran en ese programa, pues posee una serie de cualidades que han de sorprender a la audiencia. Baste hoy que recordemos su ejemplar decisión de viajar en 1997, contando 36 años, a la India, para conocer al desaparecido padre Vicente Ferrer y estar muy de cerca de su ingente obra en pro de los necesitados. Estaba por entonces emitiéndose la serie televisiva La casa de los líos, protagonizada por Arturo Fernández, en la que Emma Ozores aparecía en uno de los papeles principales, como sobrina del estupendo galán asturiano.

A su vuelta de la India, y nada más conocer su experiencia, fui el primer periodista en recabar sus recuerdos del viaje. Y en una terraza bajo su domicilio madrileño, en la barriada de Chamartín, me fue desgranando sus recuerdos: "Quiero empezar diciendo que dos amigas, la actriz Concha Cuetos y María Andrés, me hablaron entusiásticamente de la obra del padre Vicente Ferrer. Antes de viaje tuve ocasión de conocerlo en Madrid. Los hindúes lo llamaban Babá, que significa padre. Me quedé maravillada al estar frente a un hombre tan sencillo, tan bueno, cuya vida está dedicada sólo a los demás. Un santo de nuestros días. Su afán es sólo dar amor a los necesitados.

Vicente Ferrer había nacido en Barcelona en 1920, vivió la guerra civil en el banco republicano y cuanto contaba treinta y dos años se fue a la India para entregar la vida a los pobres. Y así, hasta su muerte. Recuerdo que Imanol Arias protagonizó una serie sobre su vida y obra. Pero continuemos el relato de Emma Ozores: "Recuerdo a Vicente vistiendo de manera sencilla, rústica para nuestras costumbres. Era verano y alguien en mi presencia sugirió que por qué no le compraba un traje. Él inquirió lo que podía costar. Se lo dijeron. Y respondió que con ese dinero podría dar de comer en la India durante más de un mes a sus necesitados. Cuando llegué después de un viaje muy largo desde París a Bombay y finalmente a Anantapur, donde vivía, me encontré con que el padre Vicente Ferrer residía en una casa muy modesta, junto a Anne, su mujer, a quien convirtió en su esposa tras abandonar la compañía de Jesús. Qué hice en los primeros días de mi estancia en la India: recorrer los pozos que él había abierto para que aquellas gentes pudieran tener agua, y así plantar legumbres, verduras, árboles frutales. Conocí los hospitales y escuelas que el padre Vicente Ferrer abrió en aquellas tierras desérticas y abandonadas hasta que él llegó. A su lado, contemplé cómo lo adoraban, agachando la cabeza, en señal de respeto y agradecimiento. Gente que no tenía nada. Lo comprobé dándoles caramelos. Los recibieron como algo valioso. Un niño compartió uno, partiéndolo por la mitad, con otro. Me conmovió.

Aquellos días que Emma Ozores vivió en la Fundación Vicente Ferrer en la India no los ha olvidado. Me hablaba de aquellas gentes: "Son muy religiosos. Y conscientes de que gracias a Vicente Ferrer esa zona donde vivían ya no es la más pobre del inmenso país en el que viven. No hay en el hambre, por ejemplo, que sigue existiendo en Calcuta. Poco tienen, pero lo cuidan, lo aman. A los niños con deficiencias físicas les abren una cartilla con un poco de dinero y así, cuando crezcan, tendrán lo suficiente para adquirir un buey que les permitirá trabajar la tierra, o una cabra con la que obtener leche, o cualquier otro animal que les sirva para subsistir".

Vicente Ferrer hablaba el telugu, idioma de aquella zona: "Lloré -me decía Emma Ozores- al ver como los hindúes se arrodillaban a su paso, y seguían sus instrucciones para que ahorraran y así poder construir colegios y hospitales. Aquellos hindúes comprobé tenían una energía especial y una gran serenidad. Los acariciaba, y yo le imité, sorprendiéndome de sus reacciones pues me hacían comprender que no estaban acostumbrados a que una extranjera mostrara afecto por ellos. Otra de mis visitas inolvidables fue a una escuela de niños ciegos, obra asimismo del padre Vicente Ferrer. Al despedirme de él para regresar a Madrid le di las gracias. No había conocido a ninguna persona como él dedicada en ayudar a los demás como él hacía. Aquel viaje me aportó la esperanza suficiente señalándome el camino a seguir en adelante".

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