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Las fechas más duras para María Jiménez

Rocío, la hija mayor de la cantante, falleció en las navidades de 1984.

María Jiménez

Llegadas estas fiestas del pasado Año Nuevo y Reyes, el recuerdo imperecedero de su hija se le hace más lacerante pues, como ella ha dicho, "es una herida que no cicatriza". En la Nochevieja de 1984, María Jiménez habló por teléfono con su hija Rocío, que estaba pasando unos días en Barcelona con Pepe Sancho, quien era como un padre para ella -no el biológico-. Aunque contenta por lo feliz que se sentía la jovencita, María Jiménez estaba muy dolida, al saber que otra mujer acompañaba a su exmarido por esas fechas, otro amor más del incorregible seductor que era el galán valenciano. Recordaría la sevillana que aquel 31 de diciembre no tuvo ganas de tomarse las doce uvas. Le informó Rocío a su madre que por esos días había iniciado relaciones con un muchacho que le gustaba. Volvió a Madrid para emprender viaje a tierras andaluzas. María le compró un billete de tren. Sin embargo, Rocío cambió de planes a última hora, sin decírselo a su madre, y se fue en un coche en compañía de dos amigos.

Había transcurrido el 6 de enero cuando a la una de la madrugada sonó el teléfono en casa de María Jimenez. Desde el cuartel de la Guardia Civil del pueblo de Madridejos (Toledo) le informaban que María del Rocío Asunción Jiménez había sufrido un accidente mortal en el que perecieron también sus dos acompañantes del automóvil. Pepe Sancho se enteró de la noticia y acudió al domicilio de su exmujer, acompañado de los ya desaparecidos Marisa Medina y Alfonso Santisteban. Juntos se dirigieron al lugar donde había sucedido la tragedia. Y arroparon a María Jiménez, rota de dolor, preguntándose por qué Rocío no había tomado aquel tren, como suponía, y fue víctima de ese cruel destino al subirse a un Citröen con su par de amigos.

Quien más, quien menos llegada cierta edad suele hacer recuento de su existencia. ¿Qué hay en ella, más penas, más momentos afortunados? De todo hay en la vida, diría cualquiera. Pero hay historias que marcan para siempre. Y María Jiménez, que conoció el triunfo unos años, la buena vida, el amor apasionado, guarda para sí un historial de agravios y penas; mucho dolor para quien en el próximo febrero celebrará que vino al mundo hace sesenta y siete años. En el sevillano barrio de Triana, en una modestísima vivienda del número 3 de la calle Betis. "Una casa que era una sola habitación en la que vivíamos cinco personas. Ahí lo hacíamos todo: dormíamos, teníamos la cocina… Las camas muy juntas, la de mis padres y las de los niños; la máquina de coser, la fresquera, un aparador… El wáter era común para todos los vecinos, en un pasillo". El padre, que trabajaba en los muelles cargando y descargando mercancías, cayó enfermo. O sea: aquello de "éramos pobres y…". La madre tuvo que ponerse a servir. Y María, todavía una niñata, igual. Luego estuvo en un obrador de pastelería, para terminar emigrando a Barcelona, donde siguió ejerciendo de sirvienta: "Levantándome a las seis de la mañana y acostándome a la medianoche, siempre barriendo, fregando, planchando, haciendo la comida a los señores, a cambio de dos mil pesetas, que unos meses después fueron cuatro mil quinientas".

Siete meses estuvo así, hasta que un día paseando por las Ramblas le llamó la atención una taberna flamenca, entró, conoció al propietario, improvisó unos cantes moviendo al tiempo su cimbreante cintura, y salió con un contrato de cuarenta duros diarios. "¡Ea! –se dijo-, ya no soy chacha… Ahora soy artista". El local se llamaba "Villa Rosa", sito en el Arco del Teatro. Un año estuvo taconeando cada noche. Intuitivamente, porque nadie le había enseñado a hacerlo. Hasta que echó de menos a los suyos y volvió a Sevilla en 1967. Se ganó los garbanzos en "Los Gallos", acreditado tablao del barrio de Santa Cruz. Anunciada como "La Gitana Ye-Yé". Donde una noche cierto ganadero de muy conocida familia sevillana se prendó de ella. Y fue a verla a menudo. Y pasaron a mayores… A los siete meses de embarazo María Jiménez tuvo que dejar aquel local y marcharse a su casa con sus padres, que ya entonces tenían una vivienda de aquellas denominadas "protegidas", de cuarenta y cinco metros cuadrados, en el Polígono de San Pablo. Se la había proporcionado quien era entonces Gobernador civil de Sevilla, don José Utrera Molina, que era cliente de "Los Gallos" y atendió generosamente la petición de María para que le proporcionara un piso, como hizo entonces con otras familias necesitadas.

María Jiménez tuvo a su hija María del Rocío en 1968. Madre soltera. Por tanto, la niña llevó los apellidos maternos. Sólo a ella le confesaría quién era su padre, pero a nadie más, aunque en los ambientes del flamenco y los toros y la buena sociedad sevillana pudiera conocerse la identidad. Un secreto que ambas mantuvieron siempre. Estaban muy unidas. La niña se crió en Sevilla, con los abuelos. Porque María se marchó a Madrid, al tablao "Las Brujas", donde Emilio Romero, director de Pueblo, la bautizó como "La Pipa", mote que no le hizo gracia a la interesada. En Sevilla así llaman al clítoris en ambientes populares. "Es porque escuchándote cantar me recuerdas al aroma de una cachimba…", explicó el periodista. María Jiménez era toda pasión. Y cuando ya se convirtió en rumbera de éxito, ganando dinero a espuertas, encendía al personal masculino con aquellas canciones llenas de ardor: Me doy entera, Estoy en ti, Háblame en la cama, Se acabó… Estuvo a punto de casarse con el campeón de boxeo Mando Ramos, que le pidió matrimonio; ella se lo pensó, consultó con un amigo y rival de éste, Pedro Carrasco, quien le quitó aquella idea de la cabeza. Hasta que en 1980 se desposó en ceremonia religiosa con el actor Pepe Sancho, quien aceptó darle sus apellidos a María del Rocío.

En 1983 tuvieron un hijo, Alejandro. Al año siguiente se tiraban los trastos a la cabeza, lo que no sería la primera vez. Llevaban un año separados cuando sucedió la muerte de Rocío. En tan amargo trance, Pepe Sancho la consoló como pudo, y reconciliados, en 1986 celebraron una ceremonia nupcial de carácter civil en Costa Rica, donde él estaba rodando la película El Dorado. Hasta su definitiva ruptura en 2002, la pareja vivió atormentados periodos en los que su unión se resquebrajaba una vez más, en gran parte por la invencible faceta donjuanesca del actor valenciano. Fueron años de infierno sobre todo para ella, incapaz de tolerar la más mínima infidelidad. A los vaivenes continuos de su matrimonio habría que añadir los altibajos de su carrera musical, cada vez más inestable, al punto de que sus ingresos como cantante eran mínimos. Se entrecruzaban a menudo declaraciones en los programas del corazón y las revistas, atacándose mutuamente. Cuando dejó para siempre a su marido escribió un libro de tristes recuerdos, Calla, canalla. Confesaba haber perdido quince kilos y que pensó suicidarse. Y a Pepe… lo ponía a parir. Parecía condenada a una retirada prematura pero gracias a La Cabra Mecánica en 2001 grabó La lista de la compra, que devolvió a María Jiménez por un tiempo la popularidad perdida. Su último sería Bienaventurados, de 2006.

En 2013 fue operada de cáncer de mama. No acudió al sepelio de Pepe Sancho, en Manises, lo que comprendimos. No así su violenta reacción cuando apareció en el programa "¡Qué tiempo tan feliz!", en abril de 2014, previo pago de setenta mil euros, donde a la pregunta de qué podría decir sobre el finado, respondió: "¡Muerto el perro se acabó la rabia!". Desafortunada expresión, con la que sin duda expresaba las desdichas de su fracasado matrimonio. Muy pendiente siempre de su hijo, que cursó estudios de Ciencias Económicas, María Jiménez vive temporadas en Chiclana de la Frontera, en el chalé que con tanto amor habitó junto a Pepe Sancho, y el resto del año reside en su casa sevillana.

Ya retirada de la canción, aunque de vez en cuando se suelte el pelo y se arranque por sus eróticas rumbas, rancheras y boleros, como hizo hace pocos meses durante una fiesta con motivo del Salón Internacional del Caballo en la capital de la Giralda, evento en el que compareció ante la prensa gráfica, algo llenita, porque ahora no se preocupa tanto por su dieta. Preguntada por su actual situación, dijo que su papel ahora era el de abuela. De Julia, que nació en agosto, fruto de las relaciones de su hijo Alejandro y su compañera Danae. Así es feliz, con una vida confortable tan alejada de la miseria que le acompañó desde su infancia a su primera juventud . Es una mujer luchadora que merece disfrutar del presente. Y los amores de ayer se han ido evaporando en sus recuerdos. Ni se le ocurre pensar en casarse otra vez o en vivir alguna aventura sentimental.

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