Es Gunilla von Bismarck una de las mujeres imprescindibles de citarla cuando alguien se dispone a escribir sobre la Marbella del lujo y el "glamour" de principio de los años 70 y la década siguiente. Hasta que en 1991 llegó Jesús Gil, ganó la alcaldía y la capital de la Costa del Sol fue cambiando a pasos acelerados. En principio, para bien, según algunos favorecidos; hasta que fueron apareciendo corruptos y saqueadores y protagonizaron, entre otras, la tan traída y llevada "Operación Malaya". Pero a Gunilla von Bismarck, amén de lamentar que la Marbella actual nada tiene que ver con la de hace cuarenta años, no le salpicaron aquellos desaguisados y ha seguido viviendo a su modo y manera, considerada como una especie de reina sin título de aquellas merindades. Este miércoles 23 de noviembre festeja su sesenta y siete cumpleaños. Luce todavía una atractiva figura y sobre todo no ha perdido la simpatía con la que siempre ha conquistado a los reporteros desplazados a tantas fiestas donde siempre fue centro de atención.
Nacida en Friedrichruh, cerca de Hamburgo, Alemania, el 23 de noviembre de 1949. Bisnieta del Canciller de Hierro, Otto von Bismarck y de la princesa sueca Ana María Tejnbon, e hija de uno de los consejeros de Adolf Hitler, que fuera embajador nazi ante el gobierno italiano de Benito Mussolini. Es una mujer culta, que se licenció en Ciencias Políticas y en Historia en la Universidad de La Sorbona. A España vino con sus padres y hermanos por vez primera en 1961, con doce años. Y para quedarse en Marbella definitivamente ya con veintidós.
Antes de conocer al que sería su marido durante diecisiete años, Luis Ortiz, tuvo algún que otro romance, entre los que se recuerdan uno con el cantante italiano Franco Merluzzi y otro con un locutor apellidado Vázquez de Luna, con el que le unía su interés por los fenómenos paranormales. Pero Luis Ortiz le atrajo a poco de conocerse. Por su atractivo pero asimismo por su sentido del humor, una vida despreocupada siempre. Y se casaron al año de haberse visto por primera vez. ¿Quién era él? Un chico de buena familia madrileña, estudiante en el Ramiro de Maeztu, que se hizo gran amigo de Yeyo Llagostera, lo que cambiaría su vida. Este último, hijo del dueño de unos conocidos laboratorios, decidió plantarle cara a su padre, una vez alcanzada la mayoría de edad, pidiéndole la parte de su herencia que podría corresponderle el día en el que aquel falleciera. Por disparatado, extraño, sorprendente al menos que esto pudiera parecer al lector, Yeyo Llagostera se salió con la suya y con la fortuna que recibió, en vez de administrarla prudentemente, y dedicarla a inversiones razonables, optó por ir dilapidándola con un grupo de colegas, entre los que se encontraba Luis Ortiz, a los que se unirían más tarde Jorge Morán (hijo del popular actor cómico Manolo Morán) y Antonio Arribas. Parecían los cuatro cortados por el mismo patrón, dedicándose a viajar por medio mundo y a correrse farras a diario, sobre todo en verano, cuando se instalaron en Marbella. Eran los dueños de la noche y a alguien se le ocurrió motejarlos como Los Chorys, imaginamos que como apócope de "chorizos", lo que a ellos, en vez de enojarlos les cayó en gracia.
Cuando Luis Ortiz se casó con Gunilla von Bismarck él no se separó de Los Chorys. Quiere decirse que continuó con sus hábitos nocturnos y sus coqueteos con "los paraísos artificiales". Hasta que ella puso fin al menos, si no a las juergas, sí al permanente consumo de drogas de su marido. "Si no fuera por mi mujer, que ordenó mi vida, yo estaría muerto hace mucho tiempo", ha reconocido Luis Ortiz. Lo que ocurre es que este alegre y divertido personaje, que ahora luce desde hace años lustrosa calva aunque un aspecto excelente, ha tenido un devenir incierto desde que Yeyo Llagostera se arruinó, como era previsible, y hubo de buscarse dónde ganar dinero. Siempre fue de un lado a otro, sin dedicación expresa conocida, más bien "sin dar un palo al agua", aunque a veces participara de los negocios inmobiliarios de la familia Bismarck o abordara negocios dudosos relacionados con el turismo marbellí: un parque deportivo y un barco destinado a recorridos por los alrededores de la costa. Que se le olvidara hacer frente a los pagos de alquiler de su chalé no le quitaba el sueño, que para eso era buen amigo de Jaime de Mora y Aragón, un maestro en el arte del sablazo, y sabía capear el temporal, como aventajado alumno. Lo que no podía evitar era que esa informalidad en sus deudas domésticas aparecieran en las páginas de sucesos de los periódicos, salpicando el apellido aristocrático de su mujer. Menos mal que Gunilla, insistimos, siempre se tomó a beneficio de inventario y con buen humor esos pasajes cotidianos en el comportamiento de su esposo.
Tuvieron un solo hijo, Francisco, que fue amadrinado nada menos que por la reina Silvia de Suecia con quien Gunilla tiene una buena relación, que viene de la amistad que la une al rey Gustavo, con quien compartió aula cuando estudiaban en el mismo colegio infantil. Francisco sería educado también en buenos internados de Suiza y los Estados Unidos, habla tres idiomas y se licenció en Ciencias Económicas en Harvard. Casado, ha convertido en felices abuelos a la siempre juvenil Gunilla y al no menos vitalista y ocioso Luis Ortiz.
Luis Ortiz y Gunilla von Bismarck llevan juntos desde hace cuarenta años. Se complementan. Nunca dieron ocasión a los reporteros del corazón para que sospecharan alguna vez de su felicidad. Por eso sorprendió aquella llamativa portada de ¡Hola! seguida de un amplio reportaje de la pareja, anunciando que se separaban, que pedían el divorcio, que no se soportaban. Nadie que los conociera se creyó esto último. Que decidieran interrumpir su convivencia, puede. Eso sucedía en 1989.
Oficialmente su estado civil no ha variado. Ya no son marido y mujer. Pero continúan juntos, tan enamorados como el primer día.¿A qué se debió aquel inesperado anuncio de su ruptura? ¿Por qué han mantenido esa situación? No es difícil imaginarlo, aunque eso nos lleve a insinuar lo que no creemos sea por nuestra parte dañarles en su derecho estricto a la intimidad. Con su forma de vida, sus costumbres, los gastos que acarrean fiestas, obligaciones sociales y la propia subsistencia diaria cuando no se dispone de un capital permanente, llega el momento en el que hay que recurrir a decisiones urgentes. ¡Hola! paga muy bien esa clase de exclusivas. Pero ¿y luego, al acabarse también esos ingresos como llovidos del cielo, cuando sólo se necesita posar ante el fotógrafo y aceptar unas preguntas convencionales, sin más esfuerzos? Pues también hay beneficios, al parecer, si se cuenta con un buen asesor fiscal, para que un matrimonio separado o divorciado pueda defenderse acaso mejor a la hora de las siempre onerosas declaraciones de Hacienda.
Lo cierto es que Luis y Gunilla firmaron ante un juez su disolución matrimonial y han seguido igual de enamorados. ¿Curioso, verdad? Pero es que esta pareja siempre se ha salido del patrón habitual. A optimismo, a ganas de vivir alegremente les ganan pocas. Y los dos, aunque Marbella ya no sea la de sus añorados años, siguen allí, tan unidos como el primer día que se miraron a los ojos y se enamoraron para siempre. Con papeles, o ya sin ellos por medio.