Las malas compañías que casi perdieron a Carrie Fisher
Tras vivir unos años entre el alcohol, las drogas y fracasos amorosos, cumple 60 habiendo recuperado casi toda su fama.
Puede decirse que Carrie Fisher va a festejar este 21 de octubre sus sesenta años con mayores dosis de optimismo que en pasados aniversarios. El motivo no es otro que el éxito obtenido al reincorporarse a las huestes cinematográficas de George Lucas con el estreno de otra aventura de La guerra de las galaxias, titulada El despertar de la fuerza, filme al que seguirá otro de próxima exhibición, episodio sobre el que Carrie, sin pretenderlo, desveló un importante dato: que el personaje de Han Solo enamorado del que ella ha interpretado siempre, el de la princesa Leia Organa, después de ser padres de un hijo y alejarse del hogar, desaparece de golpe y porrazo tras un dramático accidente. Los productores de la serie se enfadaron lógicamente cuando en el pasado verano, durante una rueda de prensa celebrada en Londres, a la popular actriz norteamericana se le escapó ese comentario, con el que restaba "suspense" a ese episodio, próximo a llegar a las pantallas, al menos en los Estados Unidos, en diciembre próximo.
Mas, a lo que íbamos: Carrie Fisher está desde hace unos meses como "chica con zapatos nuevos", al reintegrarse al mundillo cinematográfico tras atravesar una penosa parte de su vida, a merced de las drogas, el alcohol, las malas compañías, un desastroso matrimonio con Paul Simon y otras desgraciadas relaciones amorosas, que pasamos a comentar. Aunque antes quiero recordar cómo y dónde conocí a esta bella y, al menos entonces, pizpireta criatura, desenvuelta y graciosa, que mide un metro cincuenta y cinco centímetros de estatura, pesa cincuenta y siete kilos y continúa siendo muy agraciada físicamente. Fue en el Festival de Cine de San Sebastián, adonde acudió, junto a Harrison Ford, para presentar La guerra de las galaxias. Era septiembre de 1977. Ninguno de los dos era hasta entonces conocido por estos pagos. Y ella seguía siendo para nosotros, los periodistas españoles, "la hija de Eddie Fisher y Debbie Reynolds", dos grandes estrellas de Hollywood.
Concerté una entrevista a solas con Carrie y durante alrededor de tres cuartos de hora me fue contando lo siguiente, que extracto así: "Vivo desde que tenía diecisiete años en Londres, ahora acabo de cumplir veintiuno. Dejé mi casa, apartándome de mi madre y desde entonces soy una chica independiente. Ese individualismo por el que te interesas seguramente se debe a mis circunstancias familiares cuando mis padres se separaron teniendo yo sólo año y medio. Me quedé a esa edad, como es natural, con mi madre aunque a mi padre siguiera viéndolo. Lo considero ahora más que nada un amigo. Yo he salido a flote por mí misma, aunque me pregunten siempre por mis apellidos".
La causa del divorcio de los Fisher dio la vuelta al mundo en 1958. Él, reconocido cantante, en la línea melódica de los Sinatra, Crosby y Bennet, fue a consolar a su gran amiga Liz Taylor, tras quedarse viuda por el accidente mortal aéreo de su marido, Mike Todd. Y resulta que dejó plantada en casa a Debbie Reynolds, que era también muy amiga de Liz, y se casó con ésta, con todo el descaro del mundo. Y eso que se decía que Debbie y él formaban el matrimonio mejor avenido de la Meca del cine. Para la pequeña Carrie, conforme fue creciendo, aquel hogar roto le supuso un tiempo difícil. Con dieciocho años rodó unas pocas secuencias en Shampoo, de jovencita seductora, con el galán Warren Beatty. Y poco después ya empezaba a coquetear con las drogas.
Se enteró su madre, quien pidió ayuda a Cary Grant para que actuara momentáneamente de consejero paterno, haciéndole vez a Carrie que ese camino de los estupefacientes no la llevaría a ningún sitio bueno. Llegó luego, contando veinte años, el rodaje de La guerra de las galaxias. Y allí se convirtió en una estrella popular que viajaba por medio mundo gozando de una hasta entonces desconocida popularidad. Lo que la descolocó emocionalmente todavía más.
Conmigo se mostró muy divertida, despidiéndose entre sonrisas, cantando "por lo bajinis" una melodía de Fred Astaire. Un compañero mío se la encontró varias veces en Londres, donde seguía residiendo, como interesada espectadora de varias jornadas de tenis, deporte que le encantaba. Luego rodaría otro par de episodios de La guerra de las galaxias, ya saben: El imperio contraataca y El retorno del Jedi. Cómo sería la cosa cuando trabajaba en la primera de las citadas películas que John Belushi le advirtió que "estaba pasándose de la raya". Y es que la cocaína seguía siendo su constante adicción. Y un día su cotización cinematográfica fue cayendo vertiginosamente y salvo su aparición en Granujas a todo ritmo lo que le ofrecían eran películas de serie B y papeles insignificantes.
Así continuó en sucesivas décadas hasta que no tuvo más remedio que refugiarse en la televisión, con series más o menos destacadas. Pero ya no era lo mismo que en la gran pantalla. Y su nombre fue dejando de interesar a directores y productores. Y en ese descenso a los infiernos de la droga dio en enamorarse de Paul Simon, ya separado de Art Garfunkel (con quien formara un dúo melódico excepcional tiempo atrás). Era 1983 cuando contrajeron matrimonio y se fueron a vivir al apartamento que el músico tenía enfrente del Central Park neoyorquino.
Fracaso absoluto de la pareja porque, descontado el ego, las manías o irascibilidad de Paul, la verdad es que fue Carrie Fisher la culpable de aquel matrimonio roto cuando no había transcurrido siquiera un año de su boda. No hacía caso a las admoniciones del marido, pidiéndole que dejara de tomar tanta "m…", se comportaba con extravagancias y salidas de pata de banco, cuando no hacía las maletas y se marchaba por las buenas a Suiza o a otro lugar de vacaciones. Total; que Paul Simon se cansó y le dijo que tenían que divorciarse. Por cierto: el cantautor estadounidense tiene programados dos conciertos en España: el 17 de noviembre en Bilbao y al día siguiente en Madrid.
Las siguientes experiencias sentimentales de Carrie Fisher fueron más fugaces y desastrosas. En 1991 conoció a un representante de actores, con quien no llegó a casarse aunque así figure en alguna biografía de la actriz, llamado Bryan Lourd, con el que tuvo una hija, Billie Catherine. Mas la maternidad tampoco frenó la irresistible atracción que seguía sintiendo hacia el alcohol y los estupefacientes. Tres años después de aquella unión, volvió a quedarse desemparejada.
Nuevas amistades peligrosas no acabaron de devolverle la estabilidad que tal vez buscaba. Porque lo que acabó llevándola a dos hospitales psiquiátricos fue aquella irresistible dependencia de la cocaína y sustancias afines. Le sería diagnosticado un trastorno bipolar, con acusado deseo de promiscuidad sexual, tendencia al excesivo gasto sin venir a cuento y lo ya harto sabido de las drogas. Cuantos la conocían la escucharon decir que no podía salir de aquella situación maníaca, rayana con la psicosis. Llegó el día en el que poco a poco fue encontrando en la escritura su modo de ganarse la vida con cierta dignidad, para ir olvidando su mala existencia. Y escribió varias novelas, un libro autobiográfico y hasta el guión de una gala de los Oscar.
En uno de sus escritos ironizaba con que si a la religión llegaron a identificarla con el opio del pueblo, "yo tomé masas de opio, religiosamente…". En tiempos más recientes, muy cercana a Debbie Reynolds, su madre, viviendo en Los Ángeles no lejos de ella, han rodado juntas un documental para la televisión contando episodios de sus azarosas vidas. Por ejemplo, recordando cómo tras divorciarse de Eddie Fisher, Debbie volvió a contraer nupcias: con el dueño de una cadena de calzado, Harry Karl, que la dejó completamente arruinada, llevándose el dinero que ella disponía.
Carrie Fisher, ya decíamos, se ha rehecho artística y económicamente con El despertar de la fuerza. Y lo más importante: que el alcohol y la droga, por ahora, parece que ya no cuentan en su devenir diario. Y ha vuelto, en cierto modo, a la vida.
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