Siendo madrileño de corazón, Emilio Gutiérrez Caba nació circunstancialmente en Valladolid el 26 de septiembre de 1942, cuando sus padres se encontraban de gira teatral. Pertenece a una gloriosa dinastía artística. Hemos de remontarnos a su bisabuelo, Pascual Alba, a su abuela Irene Alba, su tía abuela Leocadia Alba, su tía Julia Caba Alba y sus hermanas Irene y Julia. El miembro más joven de su familia es su sobrina nieta Irene Escolar. Se advierte que la mayor parte de ese clan le viene por la parte materna. Lleva ya unos treinta años recopilando cuantos datos encuentra sobre los suyos, coleccionando programas y fotografías que dan testimonio de la actividad de esos inolvidables personajes. Por ejemplo, Emilio recoge sabrosas anécdotas acaecidas en el siglo XIX cuando a los actores los contrataban más a menudo si disponían de un buen surtido de vestimenta: fraques, esmóquines, trajes de calle de todo tiempo… Así, los empresarios se evitaban correr con esos gastos. En la época de su ya mentado bisabuelo los primeros actores recibían su estipendio de la siguiente manera: mitad en metálico, y la otra, en velas. Se explica en los tiempos que no había luz eléctrica en los teatros, y en muchas viviendas. Cuando regresaban a Madrid, las velas sobrantes las revendían en alguna cerería. Contaban en las representaciones con el apuntador, figura ya extinguida desde hace más de medio siglo, ¡porque las compañías llevaban una docena de obras en el repertorio! Aprendérselas de memoria era tarea titánica. Y ese apuntador, cobijado bajo una concha en el escenario, iba leyendo a media voz todo el libreto y así los actores desmemoriados no desvirtuaban los textos. Siendo a priori de interés las vicisitudes por las que transitaron sus familiares resulta que Emilio Gutiérrez Caba no ha encontrado aún editor que publique el libro sobre su dinastía. ¿No hay siquiera una entidad cultural que lo dé a conocer?
Por lo demás, Emilio llega a sus setenta y cuatro años con una densa biografía teatral, cinematográfica y televisiva. Resulta que en sus primeros años juveniles comenzó trabajando en unos laboratorios de cine, Madrid Films, y de ahí le viene su vocación por el Séptimo Arte, aunque pesaran asimismo los genes familiares. Estudió Filosofía y Letras y en 1962 debutó en el escenario, en la compañía de Lilí Murati, y al año siguiente en la pantalla, junto a las hermanas Pili y Mili (Como dos gotas de agua). En la televisión de los años 60 Emilio Gutiérrez Caba fue un rostro asiduo, tanto en programas dramáticos como telecomedias. Era la imagen de un buen hijo de familia, serio, sencillo, sensible y educado, un punto tímido también. Con su excelente voz, era reclamado por realizadores que buscaban a un actor joven, agraciado, sin ser el típico guaperas. Por ejemplo, Adolfo Marsillach lo tuvo a sus órdenes en dos series de éxito: Fernández, punto y coma y Silencio, vivimos. No vamos a recordar su larga lista de comparecencias teatrales y televisivas, deteniéndonos únicamente en sus apariciones más recordadas. ¿Quién, cinéfilo o no, ha olvidado una de las mejores películas españolas, La caza, de Carlos Saura? Allí estaba un inexperto cazador, incorporado con total solvencia por Emilio Gutiérrez Caba al lado nada menos de los consagrados Alfredo Mayo, Ismael Merlo y José María Prada. Y qué decir sobre su aparición aquel mismo 1965 en un filme de Basilio Martín Patino, marcado por la censura, que reflejaba la España provinciana y los amargos recuerdos de la guerra civil: Nueve cartas a Berta. Allí, contando veintitrés años, se enamoró de la protagonista femenina, una cubana que haría carrera en España como cantante, Elsa Baeza, noviazgo que en la prensa de la época pasó inadvertido.
La verdad es que la vida sentimental de este excelente actor ha transcurrido de manera discretísima. Su boda en Inglaterra con la fotógrafa Diana Poliakov fue efímera: apenas duró unas semanas. Tampoco tuvo demasiada trascendencia en las revistas del corazón. Para desquitarse de ese desengaño se fue a la Costa Brava, que es su rincón preferido para pasar las vacaciones. Y allí volvió a enamorarse. Periodo en el que se alejó algún tiempo de sus actividades faranduleras para atender una galería de arte y hasta un local nocturno de alimentación y bebidas. Después de aquellos amores catalanes ya no supimos más de otras aventuras sentimentales del actor, huidizo en tales cuestiones para los reporteros y algo solitario. No encontrarán en sus entrevistas alusiones concretas de con quién vive, sale o entra. Lo que no impide que siempre se muestre con los periodistas muy correcto y agradable en el trato. Me sorprendió en ese sentido que una vez se decidiera a contar la vergüenza, lo mal que lo pasó cierto día en un hotel de Bilbao (nos referimos, naturalmente, a los años del franquismo) cuando quiso llevarse una señorita a su habitación. No aportó más detalles, si estaba o no ya en la cama o si el conserje le llamó la atención, impidiéndole retozar con la dama de marras. El caso es que, entre crítico de aquella época y divertido, pues ni siendo un personaje popular le habían permitido aquella licencia, confesó ¡que lo echaron de aquel establecimiento! Algo habitual, desde luego, para cualquier españolito que en su misma situación no mostrara el Libro de Familia. Casado, sí; soltero no se le permitía a nadie poder acceder, ni siquiera a una pensión. Las había para esos menesteres, pero muy controladas por la policía.
Una de sus facetas como actor es la del doblaje, para lo que se necesita (aparte de pertenecer a un círculo algo hermético en las contrataciones) poseer, lógicamente, las suficientes condiciones vocales. Emilio Gutiérrez Caba domina la dicción, algo que bastantes jóvenes actores de hoy debieran aprender, pues a veces no hay quien los entienda. Dobló las voces en el cine, por ejemplo, de Raphael y Julio Iglesias, (nos referimos a sus diálogos), amén de cualificados actores de películas en versión original, entre ellos William Hurt. También, cuando dispone de tiempo, da clases a alumnos de arte dramático. Se considera un actor privilegiado en una profesión abocada a constantes paros, porque no ha pasado por ese trance. Nunca le ha faltado trabajo. Ya en el presente siglo rodó en 2001 La comunidad, película de Alex de la Iglesia, que le deparó un Goya. Y al año siguiente otro más, gracias a su interpretación en El cielo abierto. De entonces a acá ha seguido trabajando sin pausas, como en la última temporada teatral, formando pareja con Ángela Molina en César y Cleopatra. Ambos habían coincidido dos años atrás en la serie televisiva Gran Reserva, que tuvo gran audiencia. Pendientes de estreno tiene Emilio un par de películas y a finales de este mes de septiembre se incorpora a un rodaje en Sevilla, El móvil. Le espera unas representaciones en Barcelona de un texto teatral de García Márquez, en tanto viene representándose en distintas ciudades españolas un texto escrito por Emilio sobre la vida y obra de Cervantes. Esa dedicación a la escritura del polifacético actor no es nueva, pues recordamos que ya publicó hace años un libro de conversaciones con Charo López.