La dulce muerte en las alturas de Mary Santpere
La actriz falleció hace ahora 24 años, en 1992, en el transcurso de un vuelo de Barcelona a Madrid.
Fue Mary Santpere una sensacional actriz cómica durante más de seis decenios, que desarrolló esa faceta a través del teatro, el circo, la radio, la televisión, el cine, el disco y las salas de fiestas. En cualquiera de esos medios no defraudaba nunca a su audiencia. Y cuando iba por la calle –la acompañé una vez por la Gran Vía madrileña- recogía a su paso sonrisas de cuantos la reconocían, que eran muchos. Murió hace ahora veinticuatro años, el 23 de septiembre de 1992.
Había madrugado aquel día en su casa barcelonesa, preparó su equipaje y se dirigió al aeropuerto del Prat. El avión que la llevaría a Madrid salió, puntual, a las doce treinta, aterrizando en Barajas cincuenta y cinco minutos más tarde. Nada más despegar la nave solicitó de una azafata que le proporcionara una almohada. Sin duda había descansado mal la noche anterior. Y en seguida se quedó dormida. Para siempre. Informado el comandante del vuelo llamó al servicio médico del aeropuerto madrileño, personándose un doctor, que sólo pudo certificar la muerte de la pasajera, cuyo cuerpo permanecía tendido entre los asientos. Luego, avisado el juzgado de guardia, se procedería a la actuación del forense para determinar la causa de su fallecimiento: infarto de miocardio.
Sólo dos o tres días antes, Mary Santpere, entrevistada por una cadena de radio manifestaba que después de una racha de mala suerte tenía la certeza de que venían tiempos mejores para ella. Contaba setenta y nueve años y más de sesenta dedicados a su actividad artística, provocando la risa de su público. El motivo del último viaje de su vida era para firmar un contrato en los estudios de Telecinc, que la ligaría una temporada a una serie televisiva entonces de enorme éxito, Médico de familia.
María Santpere Hernáez había nacido en Barcelona el 1 de septiembre de 1913. De joven aprendió el oficio de modista y sombrerera. En sus ratos libres iba al teatro donde actuaba su padre, un popularísimo cómico, Josep Santpere, al que sus paisanos llamaban "el rey de los teatros del Paralelo", aludiendo a donde solía actuar, un barrio repleto de barracones y luego salas de teatro y variedades. Mary se encargaba del vestuario en la compañía de su progenitor. Cierto día que la "troupe" se encontraba en Valencia una actriz enfermó y Mary, a ruegos de su padre hubo de sustituirla: "Me pasé todo el rato encogida para que no me viesen tan alta", nos recordaba ella en una de las distintas entrevistas que le hicimos. Y es que medía un metro y setenta y seis centímetros, "descalza", añadía bienhumorada. Conforme fue cumpliendo años dejó de tener complejos por su físico. Consciente de no ser muy agraciada encontró en su vis cómica el mejor modo para ejercer su profesión de actriz. Después de sus primeros escarceos teatrales debutó en el cine con una película de 1938 dirigida por el muy prolífico Ignacio F. Iquino, que disponía de unos estudios en la Ciudad Condal, titulada Paquete, el fotógrafo número uno, a la que siguió el año siguiente otra que está muy considerada por los cinéfilos: Los cuatro robinsones, de Eduardo G. Maroto.
Mary Santpere continúo ejerciendo papeles siempre propensos a la comicidad en la pantalla y en los escenarios. En los años 50 fue insustituible en los espectáculos que montaba uno de los mejores empresarios catalanes de la época, Joaquín Gasa; revistas musicales y de variedades, como Te espero en el Cómico y Arrivederci, Roma. Aunque gran parte de su actividad la desarrolló en Barcelona, en Madrid actuó con frecuencia, y por supuesto en giras por toda España. Pero me refiero a sus estrenos más importantes, caso de los que participó a partir de 1963 en el desaparecido circo de Price, en la plaza del Rey, donde alternó con Gila, Angel de Andrés, Marujita Díaz, Javier Fleta… En aquella inolvidable pista desplegó el arte de los mejores caricatos, disfrazándose de "clown", de bombero, de torero y hasta de "cow-boy". Recuerdo la noche en la que Pinito del Oro, la más grande trapecista española, dijo adiós a su carrera y Mary Santpere tomó unas tijeras, cortándole unos cabellos, parte de los cuáles guardó en una cajita. Habían compartido las carteleras durante una temporada bajo la carpa. Fui afortunado acompañante de ambas cuando las luces del circo se apagaron y terminando entre lágrimas y risas brindando con cava en "Casablanca", una sala de fiestas que estaba frente al Price.
Repasando su biografía, nos encontramos con su faceta de cantante, naturalmente parodiando siempre, llegando el caso de que participara en un lejano Festival del Mediterráneo, en Barcelona, defendiendo Ola,ola,ola, melodía que luego grabó, con éxito, Marisol. En Miss Cuplé, año 1959, de Pedro Lazaga, recreaba aquellas canciones de los años 20, aprovechando la resurrección de aquel género con el que Sara Montiel se había consagrado dos años antes. Intervino en títulos tan divertidos como Heredero en apuros, El hincha, Detective con faldas, La mini-tía, La liga no es cosa de hombres… Y en otra curiosa película, La batalla del domingo, junto al inolvidable as del Real Madrid Alfredo Di Stéfano. Como decíamos, alternaba cine y teatro. Y así, en 1976 no vaciló en aceptar el papel de doña Inés en un desternillante Tenorio representado en el barcelonés teatro Romea, formando pareja con un magnífico actor, Joan Capri, cuya carrera la hizo prácticamente sólo en Cataluña.
Ya en la década de los 80 Mary Santpere logró, posiblemente, el mejor de sus papeles cinematográficos, oportunidad que le proporcionó Luis García Berlanga en "Patrimonio nacional", participando asimismo en Nacional III. Se despediría del cine muy pocos meses antes de su muerte con el rodaje de Mackinavaja, el último choriso, cuyo protagonista fue Andrés Pajares.
Mary Santpere se había casado con un industrial barcelonés llamado Francisco Pigráu Francisco, y cuando lo citaba a algún periodista siempre remataba con esta muletilla: "Tengo un marido capicúa". Contaba Mary con ese desparpajo y acento catalán que siempre exhibía cómo fue su noche de bodas: "Yo padecía desviación del tabique nasal y de madrugada me desperté, gritando ¡que me ahogo, que me ahogo!, lo que asustó a mi flamante marido, diciéndome ¡qué pensarán los vecinos…!" Formaban un matrimonio muy bien avenido, aunque sus respectivas profesiones parecieran lo contrario, pues les obligaba a tener horarios distintos. Tuvieron dos hijos, varón y hembra, a quiénes Mary supo criar y educar, sin necesidad de que abandonara su profesión. Por lo común, viajaba sola. Siempre con la sonrisa en los labios.
Hasta una noche trágica, en 1987, cuando el señor Pigráu tomó la decisión de embarcarse, solo, en el puerto de Barcelona, rumbo a Palma de Mallorca. Pasada apenas media hora de que el barco iniciara su travesía, se lanzó al agua, en alta mar, de donde con grandes esfuerzos, pudieron rescatarlo sin vida, tras intensa búsqueda, al día siguiente. Mary Santpere, entre sollozos, sin comprender por qué su marido había decidido suicidarse, anunció que se retiraba del mundo del espectáculo. Sus hijos la convencerían poco tiempo después de aquella tragedia que marcaría sus últimos años, para reaparecer, ya que necesitaba del público para seguir viviendo, tal era su vocación. Los obedeció, aunque ya no fue la misma. Representó en Palma de Mallorca una comedia del cómico palmesano Xecs Forteza y luego se dedicó a viajar por toda España, de gala en gala. Su despedida ante las cámaras de televisión fue en un programa de Antena 3, Quédate con la copla, donde hizo otra de sus geniales parodias musicales, como aquella de "El relicario", que ella bordaba. Y cara al público, su adiós sin ella presentirlo –no se había propuesto la retirada- acaeció un mes antes de su fallecimiento, en agosto, cuando dio el pregón de la Fiesta Mayor en la barriada barcelonesa de Sants.
Mary Santpere no tuvo competencia nunca. Pertenecía a una reducida nómina de cómicos, dotados de una facilidad para provocar la risa del público, a veces hasta sin necesidad de libreto o guión. Nada que ver lo suyo con la vulgaridad de tantos cuentachistes y monologuistas de la última hornada. Por eso, su desaparición supuso eso que, aun siendo un tremendo topicazo, tantas veces se repite: que fue una pérdida irreparable. Además, en el trato personal, su gran humanidad le granjeó siempre simpatías allá donde se encontrara. Sus paisanos tuvieron el acierto de erigirle una estatua en la Rambla de Santa Mónica, en la que aparece junto a su padre.
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