
Fue Teresa Gimpera una de las más atractivas y elegantes actrices del cine español de los años 60 y 70, en el que dejó sin duda la huella de su inequívoca personalidad. Este miércoles, 21 de septiembre, cumple ochenta años, lo que nos parece idóneo para recordar los momentos más destacados de su filmografía y también de su vida.
Nació en Igualada (Barcelona) en 1936, hija de un matrimonio de maestros de escuela. Estudiando en el Colegio Francés, en Barcelona, conoció a un compañero, del que se enamoró, Octavio Sarsanedas, casándose con él a la temprana edad de diecinueve años. Su marido trabajó en la editorial Seix Barral, en el departamento de publicidad. Un día que fue a buscarlo, cierto compañero de su esposo le rogó posara para unas fotografías. Sirvieron para ilustrar un calendario. El inicio de una modelo que apareció en un montón de revistas, retratada por Oriol Maspons y Leopoldo Pomés, grandes artistas de la cámara. Luego era asidua en "spots" televisivos y desfiles de moda de Pertegaz. Anunció un producto de limpieza, "Vim", marcas de medias, jerseys y una campaña de Coca-Cola. "La chica de la tele", como la llamaban algunos, y otros, simplemente, "Gimp", pronto dio su salto a la gran pantalla, contratada en 1965 por Vicente Aranda, director de Fata Morgana.
Nunca Teresa Gimpera había soñado con tal cosa, pero poco a poco, adscrita a la denominada Escuela de Barcelona (un grupo de jóvenes realizadores) fue una especie de Musa, destacando por un físico no muy común entonces entre las españolas, más a la moda europea, algo sofisticada, llegando a representar frecuentes clichés de mujer liberada en películas donde a partir de la Transición era obligada a desnudarse. No tenía reparos en ello como confesó más de una vez, pero de tanto ser solicitada a despelotarse a las primeras de cambio en historias livianas donde sólo contaba exhibir su trasero viniera o no a cuento provocaría su hartazgo. "Me deprimía leyendo aquellos guiones". Y dijo ¡basta!, retirándose de aquel cine en la década de los 80, aunque luego, de tarde en tarde, aceptara algunos contratos esporádicos, el último en 2007, que no tuvieron trascendencia alguna.
De los 85 títulos que abarca su filmografía los hay de todos los colores y gustos: Cómo sois las mujeres, Las secretarias, Las amigas, Vida conyugal sana, Tuset Street, Asignatura aprobada, en clave de modernas comedias; otros con referencias a episodios bélicos nacionales, como La ciudad quemada, Victoria, La guerra de papá, destacando sobremanera El espíritu de la colmena, donde el trabajo de Teresa Gimpera, contenido, junto a Fernán-Gómez y Ana Torrent, fue reconocido por la crítica más exigente.
Episodio singular en la carrera de Teresa Gimpera fue cuando recibió una carta de la productora Universal, invitándola para que se desplazara a Los Ángeles, a unas pruebas que le haría el mismísimo Alfred Hitchcock. Siendo mujer realista, nada fantasiosa, creyó estar soñando. El famoso director había contemplado unas imágenes fotográficas de la actriz catalana y creyó ver en ella quien personificara en la película que estaba preparando, Topaz, a una portorriqueña, Juanita de Córdoba, que debía ser de tez aceitunada y desde luego morena. Lo que no se explica cuando Teresa Gimpera era rubia y de tez más bien blanquecina. Ocurrió que aquellas fotos que vio el realizador de Psicosis la mostraban con peluca oscura. Era el año 1969, Teresa contaba treinta y tres años y quedó deslumbrada llegando a Hollywood en una impresionante limusina con un intérprete a su lado, tras viajar en primera clase con todos los gastos pagados. Las pruebas a las que se sometió ante la fría y distante mirada de Hitchcock fueron breves. "Muchas gracias y que tenga un buen viaje de regreso", escuchó Teresa Gimpera por boca de aquel mago del celuloide. Su sueño apenas había durado unas horas.
Volvió a Barcelona sin que aquel chasco le causara mucha decepción. Por esa época marchó al norte de Italia, a rodar una coproducción cuyo galán era un galán norteamericano, otrora muy conocido por haber participado en los repartos de Eva al desnudo y Brigada 21. Se trataba del apuesto Craig Hill. El matrimonio de Teresa hacía aguas desde tiempo atrás. Cayó en los brazos del seductor Craig Hill, quien se pavoneaba de haberse acostado con cerca de cien mujeres, a lo que respondió, bromeando, que ella sólo lo había hecho con ocho hombres. El caso es que empezaron a convivir unos años hasta que en 1990 se dieron el sí en una ceremonia civil. Teresa Gimpera había tenido tres hijos con su primer marido: Marc, Job y Joan. Este último le proporcionó serios disgustos, el más grave cuando se enteró que había contraído la enfermedad del Sida. Alguna revista llegó a publicarlo. Inútiles fueron los recursos de Teresa para impedirlo, aún amenazando con demandarla. Tardaría mucho tiempo en ir aceptando lo inevitable: Joan murió con sólo veintiocho años.

Cuando Teresa Gimpera fue abandonando el cine montó en Barcelona una escuela de modelos, que llevaba su nombre, cómo no, siendo un símbolo de la elegancia. Extendió sus actividades a otros campos, publicando varios libros, de esos que ahora se llaman "de autoayuda", a saber: "Claves para saber estar" y "Cómo alcanzar una espléndida madurez". También montó una tienda de modas en Bagur, donde él y Craig tenían una casa; e inauguraron asimismo un restaurante. Formaban una pareja muy admirada, cuando acudían algunas noches barcelonesas a la discoteca "Bocaccio" por la forma de vestir y de andar. Seis meses del año la pasaban en California. Craig Hill se incorporó al cine español e intervino en "spaghetti westerns" en Almería y en otros filmes de acción, donde destacaba por su fotogenia, la fuerza de su mirada, su figura de elevada estatura. Un matrimonio ciertamente feliz, que se rompió hace un par de años cuando él dejó de existir: arrastraba hacía tiempo la enfermedad de Alzhéimer.
Teresa Gimpera, abuela de cuatro nietos, bisabuela de otros cuatro, continúa manteniendo un físico admirable. Y aún cuenta que le salen pretendientes. Y hasta la han vuelto a llamar para una película.