La sorprendente vida de Antonio Moreno, el primer galán español en Hollywood
Antonio Moreno llegó a enamorar a la mismísima Greta Garbo. En España nadie se acordó de él ni tuvo curiosidad por contar sus éxitos americanos.
Un siglo antes de que nuestros compatriotas Antonio Banderas y Javier Bardem se hayan paseado ufanos por los estudios cinematográficos de Hollywood, ya hubo un legendario español, pionero en esas lides como galán de las máximas estrellas entonces de la Meca del Séptimo Arte. Se llamaba Antonio Garrido y Moreno Monteagudo pero, como comprenderán, hubo de acortar tan largo apelativo para figurar en las carteleras como Antonio Moreno. Había nacido en Madrid el 26 de septiembre de 1887. Su padre era militar, lo trasladaron a Sevilla y allí que se fue con su familia, pero murió pronto, cuando el pequeño contaba sólo siete años. Éste, se vio obligado a vender pan por las calles para ayudar a su pobre madre. Muy joven, con sólo quince años, convino con ella que se iría a los Estados Unidos en busca de mejor vida. Y en Nueva York trabajó en modestos cometidos como operario de una compañía de electricidad y otra telefónica. Al cabo de ocho años volvió a España a abrazar a su madre pero volvió a la capital norteamericana y en ese largo viaje en barco conoció a dos actrices que iban a trabajar en Broadway. Como el madrileño tenía una buena facha una de aquellas jóvenes lo animó a que probara suerte en el teatro, como así fue, al presentarle a un empresario quien inmediatamente lo contrató como galán. Tuvo tal éxito, pese a carecer de conocimientos para la escena, que en 1912 dio el salto al cine. Al cine mudo, se entiende. D. W. Griffith le ofreció cuarenta dólares semanales por rodar con su productora. Terminaría nada menos que en el elenco de la entonces todopoderosa Metro-Goldwyn.
Antonio Moreno, no sin grandes sacrificios como él mismo reconocía ante los periodistas de su tiempo, logró llegar a figura en aquel difícil mundo del llamado “star system”. Se le consideró uno de los primeros “latin lovers”, incluso antes de que arribaran los Rodolfo Valentino y Ramón Novarro, los más reconocidos galanes de aquellos felices años 20. Una millonaria norteamericana se encaprichó de nuestro personaje: se llamaba Daisy Canfield, rica heredera de un magnate del petróleo. Y él se dejó llevar hasta que se casaron. La boda le permitió codearse con la alta sociedad de Los Ángeles. Por supuesto que no abandonó el cine: se hubiera aburrido sólo en el papel de “cavalier servant” de su rica esposa. En 1923 era nada menos que compañero de Pola Negri en The Spanish dancer. Después intervino en Mare Nostrum, que fue el filme del que guardó siempre mejor recuerdo, porque el argumento estaba basado en la conocida novela de Vicente Blasco Ibáñez, el escritor mejor pagado, con cifras millonarias, en aquel Hollywood, ya a punto de que llegara el sonoro. El personaje de Antonio Moreno era un tipo simpático, el capitán Ferragut. Allí fue donde se consagró realmente como galán de la pantalla.
En 1926 fue Marion Davies la estrella con la que compartió los primeros papeles, en Beverly of Graustark, año asimismo en el que se emparejó con la mayor estrella de su época, la legendaria Greta Garbo: en The Temptress (La tierra de todos). La enamoró en la trama argumental aunque no creo hubiera otra clase de roces fuera del estudio, pues probado está que la inolvidable actriz sueca era reconocida lesbiana y convivía, por cierto, con una aristocrática dama española, el amor de su vida. En 1927 Antonio Moreno también tuvo entre sus brazos a otra de las grandes de aquel cine silente que llegaba a su fin, ante la aparición de El cantor de jazz, la primera película sonora. Aquella cinta era It (“Ello”), con Pola Negri. También rodó con otras bellezas de aquellos fascinantes años como Mary Pickford, Lillian Gish, Gloria Swanson… Tal llegó a ser su popularidad que tuvo incluso un club de “fans”.
Cuando el sonoro se fue introduciendo, es sabido que muchos actores, que procedían del teatro y utilizaban un determinado lenguaje gestual, no supieron adaptarse a las nuevas técnicas, pero aquello no le afectó demasiado a nuestro compatriota, aunque bien es cierto que en 1929 rodó su última película americana, de la lista de las ciento cuatro que hemos contado en su filmografía. Tuvo tiempo antes de hacer un viaje a España donde en 1927 intervino en La tierra del sol, aquí todavía en el sistema mudo, que era un documental en tierras sevillanas. En 1931 se plantó en México y allí dirigió “Santa”, la primera cinta sonora en el país. La muerte de su esposa en accidente de automóvil hizo mella en su ánimo y ya fue poco a poco retirándose de su actividad cinematográfica, aunque tuvo una importante participación cuando en los primeros años 30 recaló en Hollywood un grupo de actores, directores y escritores españoles, contratados para intervenir en segundas versiones, esto es películas antes rodadas en inglés que nuevamente se filmaban, pero en español para ser distribuidas por Hispanoamérica y, por supuesto, España. En ese abundante grupo se hallaban, entre otros, Edgar Neville, Rosita Díaz-Gimeno, Luis Buñuel, José López Rubio, Conchita Montenegro, Enrique Jardiel Poncela…
Antonio Moreno se convirtió para muchos de ellos en su introductor en la Meca del Cine, en guía por la inmensa ciudad de Los Ángeles, ayudándolos cuanto le fue posible. Tenía deseos de regresar a España, siquiera por última vez. Y lo hizo en vísperas de la guerra civil, cuando contaba ya casi medio siglo. Fue para rodar María de la O junto a Pastora Imperio y Carmen Amaya. Es acaso el único documento cinematográfico que aquí tuvo repercusión sobre su figura. Porque en verdad, en España nadie se acordó de él ni tuvo curiosidad por contar sus éxitos americanos. No hay muchos testimonios publicados en las revistas cinematográficas españolas de los años 30 en adelante donde se contaran sus trabajos. La desidia de siempre, la ignorancia tal vez. Y en cambio él nunca hizo reproches de ningún tipo y añoraba nuestro país. Cuando murió el 15 de febrero de 1967 en Beverly Hills, no hay constancia de que nadie lo recordara entre nosotros. La aparición de un interesante libro de Álvaro Armero, Una aventura americana. Españoles en Hollywood, editado en 1995 por la desaparecida Compañía Literaria, avivó el recuerdo de aquellos españoles que pasaron por la Meca del cine. Y allí aparecía Antonio Moreno en sus primeras páginas. Cayó un día ese volumen en manos de la documentalista Mar Díaz, quien se interesó tanto por su contenido que llegó a realizar un documental centrado en la vida y obra del actor madrileño: The spanish dancer. Trató de sacarlo del olvido, pero me temo que su empeño cayó en saco roto. Los españoles somos así.
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