Cumple Isabel Pantoja sesenta años este martes 2 de agosto. Que celebre o no por todo lo alto esta efeméride de cifra redonda es algo que se nos escapa. En los últimos meses, desde que el 9 de febrero saliera de la cárcel de Alcalá de Guadaíra en libertad condicional ha pasado prácticamente todo su tiempo en “Cantora”, la finca que fuera de “Paquirri”, y que naturalmente heredó, compartida con Kiko, su hijo. Casi nada se ha filtrado sobre ella que no sean sus problemas con su hija adoptiva; o las cuitas de su primogénito, a cuenta de sus líos sentimentales. Y chismes sobre si se está sometiendo a un régimen de adelgazamiento.
Pensaba que su esperado disco, grabado meses antes de que entrara en prisión, pudiera lanzarse antes del verano, lo que se ha pospuesto “sine die”. Era parte del plan de su reaparición, contando con un viaje a México, finalmente desestimado. A estas alturas, la cantante quiere de una vez alcanzar en diciembre su total cumplimiento de la condena que le fue impuesta. Y así, totalmente libre, decidirá su futuro. En el país azteca tendría la ayuda de su buen amigo, el compositor Juan Gabriel, y allí podría ir rehaciendo su interrumpida carrera musical, que dura ya, exactamente, cuarenta y siete años. Porque fue en 1969, contando sólo trece, cuando por problemas económicos en su familia (Juan Pantoja, su padre había enfermado gravemente de hepatitis) se fue a Palma de Mallorca con su abuelo. Y allí éste medió para que Antonio Cortés “Chiquetete”, primo de Isabel la contratara en su cuadro flamenco, que estaba contratado en un “tablao”, “El Rombo”, situado en la playa de C´an Pastilla. Percibía entonces Maribel, como era conocida, quinientas pesetas diarias, sueldo que no estaba mal para una principiante. Su repertorio era escaso, compuesto por creaciones de Manolo Escobar y Julio Iglesias a ritmo de rumbas. De entonces es su primera grabación, de la que nunca ha querido saber nunca nada, compartida con su primo, con quien nunca tuvo después demasiada relación, interpretando “La luna y el toro”, “Tengo miedo”, “Mi amigo”, “Encuentro”…, éxitos en su día de Marifé de Triana, Rocío Dúrcal, y Rocío Jurado, que eran por entonces sus ídolos. Y, ya ven: luego se llegó a afirmar que se llevaba mal con la chipionera. Rivalidad sí tenían, pero fueron buenas amigas. Fue al regreso de aquella experiencia mallorquina cuando un empresario de Castilleja de la Cuesta, Baldomero Negrón, contrató a “Chiquete” y su grupo para su sala de fiestas “El Embrujo”.
Isabel, a pesar de sus inicios canoros en la isla balear, no muy prometedores, se limitaba por decisión de su primo sólo a bailar y a tocar las palmas. Como bailaora, se lucía mucho. Cobraba doscientas cincuenta pesetas al día. El empresario la animó a que cantara creaciones de Juanita Reina y otras grandes de la copla. Y se prendó de Isabel, prometiéndole ayuda pues ella ya le hablaba de sus ambiciones por ser algún día una estrella de la copla. El tal Negrón, como me contó muy amable y sinceramente en su restaurante de Castilleja de la Cuesta, se empeñó en ser su protector, atendiendo aquellas súplicas, y fue al hotel Colón de Sevilla, donde se entrevistó con dos grandes compositores, el maestro Juan Solano y el mejor de los letristas, Rafael de León. Convinieron en verse en Madrid. Solano hizo unas pruebas a la neófita en su academia de la madrileña calle de la Luna. Y como quiera que el enamorado de Isabel insistía, ambos creadores aceptaron adiestrar a Isabel Pantoja hasta convertirla, efectivamente, en una futura gran intérprete de la canción española. Baldomero Negrón, por mucho que ayudó a Isabel, no se vio correspondido por ella como pretendía y regresó a su pueblo donde su mujer lo esperaba, a punto de romper el matrimonio. Se trataba de una excelente cantaora, experta en saetas, Mercedes Cubero.
LaLvida de Isabel Pantoja en Madrid fue muy dura. Vivía con su madre en una modesta pensión. El padre, ya mejorado, se les unió en la capital, logrando entrar en el cuadro de “El Corral de la Morería”, como buen cantaor que era, amén de excelente persona. No llegó a conocer el éxito de “su” Maribel, muriendo en Sevilla en 1974. En el mismo “tablao” mencionado actuó Isabel de “bailaora”, arte aprendido de su madre, que había estado en el cuadro flamenco de Juanita Reina en su primera época. El dueño de “El Corral de la Morería”, el popular Manolo del Rey, me confesó haberle adelantado un préstamo a su juvenil artista para que diera la entrada de un piso modesto de la calle de O´Donnell, que yo conocí, cuando todavía Isabel Pantoja no era aún una estrella consagrada. Su debut discográfico (si nos olvidamos de aquel primerizo álbum mallorquín) está fechado en 1974, con “El pájaro verde” y “Un rojo, rojo clavel”. Posteriormente, sus maestros, los que tanto la ayudaron, León y Solano, ya le fueron componiendo números propios y así pudo ir dando a conocer “Garlochí”, “Embrujá por tu querer” y “Ahora me ha tocao a mí”. Con este último título presentó su primer espectáculo teatral, que pasó casi inadvertido. El segundo, en 1978, “Veintidós abriles” tuvo mejor taquilla. Poco después ya popularizaba “El señorito” y sobre todo su versión de “Qué bonita es mi niña”, copla que habían dado a conocer a comienzos de los años 50 Los Gaditanos, trío aflamencado del que formaba parte Juan Pantoja, su progenitor. Una canción que cuando la ha interpretado Isabel, muy pocas veces ya, le provoca en seguida el llanto. Porque se la cantaba su padre siendo niña.
Fue a finales de 1979 cuando el nombre de Isabel Pantoja comenzó a llamar la atención de los medios informativos. Lo que se convertiría al año siguiente ya en una persecución de los “paparazzi” cuando se hizo público su romance con el matador de toros Francisco Rivera “Paquirri”. El encuentro entre cantante y torero se produjo por primera vez a instancias de ella, que deseaba conocerlo, y le pidió a un reportero gráfico sevillano, mi amigo Manuel Gallardo (corresponsal de la revista ¡Hola!) que se lo presentara, lo que sucedió en la tarde del 26 de mayo de 1980. Entre ambos surgió en seguida el “flechazo”. Y como cuanto sucedió después es harto sabido, renuncio a contarles más detalles, por otra parte imposibles de condensarse en este artículo por razones lógicas de espacio.
Daré un salto hasta 2003, cuando se relaciona con el fugaz alcalde de Marbella Julián Muñoz. La vida hasta entonces de Isabel Pantoja, ya repuesta de la tragedia en la que perdió la vida su marido en la plaza de toros de Pozoblanco en 1984, transcurría ya situada como una indiscutible figura de la canción española, millonaria, foco de atención nacional por su constante presencia en los medios de comunicación. Pero esa vida aparentemente feliz iba a suponerle un serio revés en los años siguientes. Su convivencia con Muñoz no le acarrearía nada más que problemas, superado un primer periodo de pasión. Ambos acabarían siendo imputados en la llamada “Operación Malaya”. Paso por alto el proceso, tan divulgado. Y recurro a las propias confesiones de Julián Muñoz, entresacadas de su libro La cruda verdad. Donde dice, entre muchas otras cosas: “Zapatero fue el que anunció que la iban a detener, en plena campaña electoral, con lo que quedó demostrado que era una operación política… Isabel tenía relaciones con gente del PSOE, con Zarrías por ejemplo, pero no era socialista; ni de derechas ni de izquierda. Es simplemente Isabel Pantoja, que siempre utiliza a los demás para los fines que ella quiere… Quiso ser propietaria del chalé “Mi Gitana”, que ese nombre se lo puse yo, y cuando fuimos a verlo dijo que lo compraba por cojones. Firmó una hipoteca por algo menos de 3.400.000 euros, y pagó trimestralmente letras de 60.000 euros… Pero Isabel es absolutamente inocente, nunca ha blanqueado ni un euro, ni mío ni de nadie… Nos quisimos mucho pero Isabel, que te da todo, cuando te corta la amistad, te la corta”. Y en 2009 rompieron para siempre.
Cuando se vieron por primera vez, tras su alejamiento, en el juicio que los sentó en el banquillo y donde fueron finalmente condenados, Isabel saludó así a Julián, según testimonio de éste: “¡Hay que ver el lío en el que me has metido…!” Lío por el que Isabel Pantoja fue condenada a una elevada multa y a dos años privada de libertad. En algunos medios jurídicos se puso en tela de juicio –nunca mejor dicho- esa severa sentencia. Muchos condenados a dos años de cárcel, si no tienen antecedentes, quedan librados de entrar en prisión. Con ella, puede que se quisiera hacer escarmiento ante la ola de corrupción que iba destapándose en España, tomándola como “cabeza de turco”, dada su popularidad. Es la impresión de quienes, aun respetando la decisión de los jueces, no entienden cómo imputados en casos mucho más graves (los Pujol, por ejemplo y ya veremos en qué queda el caso Messi) han sido por ahora tratados con mayor benevolencia.
Isabel Pantoja ha cumplido ejemplarmente su parte de condena hasta la fecha. En este 60 aniversario imaginamos que por su mente desfilarán muchos momentos de su intensa vida, pero ninguno más duro, si exceptuamos los de la atroz muerte de “Paquirri”, que de distinta naturaleza es el de su paso por la cárcel. Dentro de tres meses, ya absolutamente extinguida su pena, será otra mujer distinta cuando pise las calles o haga disfrutar a sus miles y miles de admiradores en un escenario.