Va para nueve años que nos dejara El Fary. Le habían detectado un fulminante cáncer de pulmón a comienzos de 2007 y a pesar de someterse a durísimas sesiones de radioterapia y quimioterapia dejó de existir pocos meses más tarde, el 19 de junio. Contaba sesenta y nueve años. Era consciente de su mal y cuando nos vimos por última vez en la sede de la SGAE presentimos que su final estaba cercano por la manera en la que nos hablaba, ya sin sus chuflas de siempre. Su mujer contó que había dejado de fumar hacía bastante tiempo. La enfermedad se le detectó tras apreciarse que el cantante venía padeciendo fortísimos dolores de espalda. Había perdido el apetito. A la desgana se le unía el cansancio y el desinterés por casi todo, como ver por televisión un encuentro de "su" Real Madrid. Sus cenizas se repartieron así: parte de ellas lanzadas al viento en una zona del madrileño pueblo de Cenicientos, donde solía ir de caza con su hijo Javier; y el resto, dentro de un columbario en el cementerio de La Almudena.
Se llamaba José Luis Cantero pero todos sus amigos y admiradores rara vez lo llamaban con su nombre compuesto: era El Fary para todo el mundo; apodo que le endosaron en sus comienzos musicales, cuando imitaba al cantaor flamenco salmantino Rafael Farina. Procedía de una familia modestísima de un pueblo de Cuenca que se asentó en el barrio de Ventas, cercano a la Monumental, donde José Luis hizo amistad con quien andando el tiempo sería un gran matador de toros, Antonio Chenel "Antoñete", que residía dentro del coso, en la vivienda de su cuñado, mayoral de la plaza. Cuando El Fary alcanzó la popularidad le dedicó un pasodoble. Eran compañeros de juegos de cartas y algunas veces el cantante era invitado por Chenel a alguna tienta donde El Fary "se probaba" con unas vaquillas. Un aficionado práctico pues en su primera juventud, tratando de salir de la miseria en que vivía con los suyos, quiso ser torero. Pero le faltó valor, como a tantos. Fue abrecoches a la puerta de algún gran hotel, camarero, jardinero, frutero y, finalmente, taxista. No aprendió a leer y a escribir hasta que hizo la "mili". Cantiñeaba mientras iba al volante de su taxi y grabó un disco cuyo coste fue sufragado con sus ahorros y a escote por algunos de sus compañeros, quienes fueron vendiendo en sus vehículos, entre los viajeros, los pocos centenares de ejemplares de aquella primeriza grabación, que hoy haría las delicias de los que coleccionan rarezas. Y él mismo se iba al Rastro e iba anunciando su mercancía en algunas tiendas de discos viejos.
Su primera gran oportunidad como cancionero se la proporcionaron en Pozoblanco, a finales de los años 60, en un espectáculo que encabezaba Pepe Blanco, el de "Cocidito madrileño", que no podía acudir a esa cita. Otra oportunidad se la ofreció el mítico Antonio Molina. Pero cuando de verdad El Fary notó que podía popularizar sus coplas aflamencadas fue al conseguir que José María Íñigo lo llevara a su programa de televisión Estudio abierto. Su discografía iniciada en 1975 con "Ritmo caló" concluiría el año de su muerte, 2007, con una recopilación de sus éxitos, titulada "Media verónica". Veinticuatro álbumes de un cancionero de extraordinaria personalidad, con "pellizco", con gracia. Cancionero se denominó en los mejores años de la copla a quienes interpretaban estas con un toque aflamencado. Por ejemplo, los fandangos de El Fary no puede decirse que tuvieran mucho que ver con aquellos que cantaba Manolo Caracol o su admirado Farina. Le faltaba a su voz ese quejío profundo, especial, de quienes han bebido en las fuentes del cante jondo. Pero a cambio El Fary, aun intrascendente y festero, mostraba un estilo muy personal, a veces con números propios en los que contaba historias cotidianas, con un lenguaje directo, trufado de su peculiar lenguaje cheli, con el que adornaba las entrevistas que le hacían. Su simpatía era inmediata: si entraba en un bar, a los cinco minutos "se había hecho con la parroquia". Y en el escenario, derrochaba entusiasmo, alegría contagiosa, mucho ritmo…
Alguien lo llamó "el rey de la copla pop". En cierto modo acercó a su manera de cantar a aquellos jóvenes más cercanos del pop que del flamenco. Y eran años, los 70 y 80, cuando la canción andaluza clásica estaba en decadencia y en cambio sonaban en la radio y la televisión las rumbas de Los Chichos, Los Amaya, Rumba Tres… En esa desenfadada línea de rumba y balada con mucha percusión y ecos aflamencados El Fary apenas tuvo competencia, porque El Luis y algunos otros solistas nunca tuvieron su continuidad y su éxito. Valgan a modo de recordatorio algunos de sus éxitos: "¡Ay, Consuelo!", "Que perdonen al toro", “Hoy es día de visita” (donde rompía la línea alegre en un tema emotivo), “Paloma que pierde el vuelo”, “El bichito del amor”, ”La Rompecorazones”, “Dedícame una hora”, “Carabirubí”, “El toro guapo”, “El cuponazo” (le sirvió a la Once para una campaña publicitaria), “El que no tiene nombre”, “Apatrullando la ciudad”…
Años después de grabar "La mandanga" me confesó sinceramente que había sido un error pues estaba muy lejos de su modo de ser incitar a nadie y menos a los jóvenes a consumir drogas, siquiera un canuto. Era El Fary un tipo sencillo y sin dobleces. Quise escribirle su biografía, y al decirle que necesitaba fotos de su infancia, juventud, sus primeros tiempos, me dijo: "¡Pero, Manolo…! ¿Tú crees que en mi casa, donde pasábamos hambre, podíamos permitirnos el lujo de ir a un estudio fotográfico en aquellos años…? Si cuando hice la Primera Comunión no fue posible, ¿cómo crees que yo tendría ahora fotos mías de ninguna clase? Las tuve, pero ya de mayor, cuando cumplí los cuarenta años, por lo menos, creo recordar…" Era entrañable y divertido. Contó muchas veces que había pasado una noche entera con Ava Gardner. "Y fue verdad, te lo juro. Hacia la una de la mañana la recogí en la Gran Vía y la llevé a las afueras, a una de aquellas ventas que había de madrugada donde podías cenar y correrte una buena juerga flamenca. Yo me quedé fuera, claro, esperándola… cuatro, cinco horas, ¡yo qué sé! Hasta que se hizo de día y se subió a mi taxi para que la llevara a su hotel. Nada más sucedió, salvo que me dio una buena propina. Pero nadie puede negarme que pasé toda una noche con ella". Yo le dije que Manolo de Vega tuvo más suerte… porque Ava se lo llevó a la cama en una ocasión parecida.
Conste que El Fary fue un ligón empedernido. Feo era a rabiar, pero con una labia… ¡Se las llevaba de calle! Las tres mujeres que marcaron su vida fueron, por este orden, las siguientes: la primera Ana Rodríguez Abad, con quien tuvo un hijo, Luisito. Luego estuvo diez años conviviendo con Pilar de Miguel, que le dio dos retoños, Adela y Luis. Finalmente llegó a su vida Concha Olmedillo, la única con quien se casó, hogar al que llegaron dos descendientes, Raúl y Javier, este último el que ha seguido la profesión paterna. Se encargó de grabar hace pocos meses un disco de duetos en homenaje a su progenitor, junto a Rosario, Chambao, Los Chichos, Lolita, Camela... Pero las versiones que allí suenan nos parecen poco logradas. El Fary era inimitable, único. Lo recuerdo hoy con afecto.