Exceptuando media docena de toreros, de esos que llaman mediáticos, se sabe poco de las vidas privadas de otros diestros que gozan sin duda de la admiración de los aficionados, como es, por ejemplo, el caso de Morante de la Puebla. A sus treinta y seis años, José Antonio Morante Camacho, que debe la mitad de su sobrenombre al pueblo donde vino al mundo, La Puebla del Río (Sevilla) representa el toreo de arte por excelencia, aunque sume menos tardes de gloria de lo que esperan sus seguidores. No es persona que frecuente los círculos sociales, las fiestas y, fuera de su presencia en cada plaza donde lo contraten, es difícil situarlo lejos de su hogar, en la finca que tiene en su ciudad natal. Presume de ello cuando, con su verbo pausado explica que "me gusta seguir viviendo donde nací, y tener los amigos de siempre, lo de mi niñez".
Poco se conoce de su intimidad. No es personaje de las revistas del corazón, como puedan serlo los hermanos Rivera Ordóñez o Enrique Ponce. Y sin embargo tiene una historia sentimental que podría interesar a los lectores de esos medios. Sin ir más lejos, descontando algunas novias del pasado, ha sido protagonista de dos bodas, una religiosa, a la que asistieron cuatrocientos invitados, y otra civil, que celebró en la intimidad. La primera vez que dio el sí fue en 2005, ante sus paisanos, cuando contrajo matrimonio eclesiástico con Cynthia Antúnez; acontecimiento local que ellos celebraron yendo en calesa entre la admiración popular. Se casó el torero muy enamorado y a los dos años les nació un bebé, al que bautizaron con el nombre del padre.
En esos primeros tiempos de su enlace Morante de la Puebla atravesó una terrible depresión, afectado por problemas psíquicos que le obligaron a internarse y permanecer varias veces en manos de los psiquiatras, unas en España y en otra ocasión en Miami, sometido incluso a duras sesiones de electroshock. En esas circunstancias los especialistas coincidieron en diagnosticar que sufría un serio trastorno de su personalidad, creyéndose a veces que era otro y llorando amargamente sin motivos aparentes. Ni que decir que esos síntomas, que ya le habían surgido un año antes de casarse, le obligaron a interrumpir su calendario taurino en más de una ocasión. Cynthia, su esposa, estuvo siempre a su lado, pendiente de su evolución.
Bien por esos desequilibrios, o por razones personales que nos son desconocidas, el caso es que en 2008 rompió su matrimonio. Fue la temporada en la que reapareció en los ruedos mexicanos, donde dicho sea de paso, alternó algunas tardes con "El Pana", peculiar matador de toros que ha muerto recientemente tras un dramático percance en el ruedo. De aquel viaje se trajo Morante de la Puebla una costumbre inusual en un torero: fumarse un puro habano en el transcurso de un festejo, entre toro y toro, sin tragarse el humo, por supuesto; estampa singular con la que lo hemos visto fotografiado más de una vez o inmortalizado por alguna cámara de televisión.
De nuevo en La Puebla del Río, conoció en 2009 a una guapa paisana, Elisabeth Garrido, con la que congenió pronto. Al año siguiente se casaban civilmente en Alcalá de Guadaíra (Sevilla), casi en la más completa intimidad, pues fueron escasos los invitados, al contrario que la boda anterior. No obstante se difundieron imágenes del desposorio, celebrado en un complejo hotelero, sin acceso desde luego para quien no fuera del reducido grupo de familiares y amigos previstos. Se dijo que la novia estaba embarazada de tres meses, lo que pudo comprobarse luego con el nacimiento de la primera hija de la pareja, a la que impusieron el nombre de María, en abril de 2011. Y dos años más tarde, en junio de 2013 tendrían otra niña, Lola.
No se conocen reportajes gráficos donde Morante de la Puebla pose en familia. Su vida hogareña la preserva para sí, en su justo derecho. Y en las entrevistas no suele hablar de ella, sino solamente de su profesión, a lo que nadie como es natural podría poner reparo. Quien no desea someterse a esa presencia constante en los medios como otros colegas tiene por nuestra parte ganado el respeto que se merece. Sabemos un detalle que lo retrata: en su casa no tiene expuesta ninguna fotografía suya. Morante de la Puebla es hombre serio y responsable, quien afortunadamente no ha vuelto a vivir aquel calvario de sus problemas mentales. Entre sus aficiones está la caza, el boxeo, el fútbol y otros deportes, y las peleas de gallos, que no siempre puede contemplar al estar prohibidas en muchos sitios. Pinta, como su compañero Palomo Linares, en una línea abstracta y figurativa, colecciona antigüedades y mantiene una estética fuera de los ruedos que lo convierten en un curioso bohemio cuando se disfraza con levita y chistera para un reportaje o mantiene su costumbre de lucir patillas "a lo Francisco Montes "Paquiro" (vieja leyenda de los toros) y coleta natural como los diestros antiguos, y usar complementos en el vestir como un "foulard" o una corbata de pajarita.
Es fiel a los suyos y así, ha llevado desde sus comienzos a su primo Juan Carlos como mozo de espadas, con el que se inició en sus primeras correrías cuando con sólo cinco años se puso por vez primera ante una becerra. En sus desplazamientos destaca un autobús que lleva impreso en su decoración la leyenda "Morante Tour". Y es que allí donde torea procura que se programe algún acto cultural que tenga relación con la fiesta de los toros. Por ejemplo, escribió recientemente el prólogo de una edición especial de El arte de birlibirloque, conocida obra de José Bergamín, que distribuye en esos viajes. A Bergamín lo empezó a leer por consejo de quien fue su apoderado, Rafael de Paula (a quien el escritor le dedicó su ensayo La música callada del toreo). Morante de la Puebla rompió su relación con el espada jerezano por ciertas sorprendentes divergencias nunca explicadas en público, aunque del conocimiento de quienes están al tanto del negocio taurino. Tal vez esa ruptura complicó más si cabe en su día el delicado estado de aquél.
Bromeando, Morante de la Puebla refiere que le ha preguntado a algunos médicos si está loco y le han respondido que no, por mucha locura que conlleve el ser matador de toros. Y a propósito de sus lecturas: de vez en cuando lee, o relee, a Federico García Lorca, en particular su "Juego y teoría del duende". Es que, como él dice: "Lorca me inspira". Y sí, puede que encontremos esa similitud entre el toreo con duende el sevillano y la poesía metafórica del granadino. Que no quiere torear muchas corridas en la presente temporada: "Nunca más llegaré a las cincuenta tardes de otros años. Cuando se torea mucho, uno no se concentra tanto en uno mismo".
Y así, según datos del presente, a día de hoy únicamente lleva hecho el paseíllo en ocho festejos, con un exiguo número de trofeos obtenidos, apenas cinco orejas cortadas. No es la cantidad lo que él persigue y saben sus partidarios. Su toreo es la esencia y ésta no se da todos los días. Se prestó en el otoño de 2015 a ser fotografiado tocado de montera y con el torso al desnudo, en el que figuraban arabescos dibujos en homenaje a Dalí, con el nombre del pintor gerundense, al que imitaba con unos enhiestos bigotes. Se trataba de una campaña promocional de los toros en Cataluña pero los carteles fijados en las calles, en particular de Barcelona, fueron retirados por su alcaldesa, a la que escribió en su cuenta de twitter Morante de la Puebla: "Señora Ada Colau ¿cómo tiene usted la poca vergüenza de hablar de libertad de expresión después de prohibir este cartel?" El próximo 30 de junio tiene una cita en la plaza de Campo Pequeño, en Lisboa. Festejo goyesco en el que lidiará seis toros, él como único espada. Donde, como sabrán los aficionados, no tendrá que cumplir con el último rito de la fiesta, que es matar a sus enemigos. Lo que está prohibido en Portugal. Después de su paso por el ferial abrileño sevillano no quiso este año anunciarse en los carteles isidriles madrileños, para contrariedad de quienes lo consideran un diestro inimitable, dotado de un bellísimo concepto del toreo de capa y muleta.