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Rosa Belmonte

Dame Joan Collins (dame eso que tomas)

Qué bien envejece Joan Collins, pero ya sabemos que lo suyo no es normal.

Qué bien envejece Joan Collins, pero ya sabemos que lo suyo no es normal.
Joan Collins | Archivo

Un día decidí ser responsable. Me matriculé por la tarde en la facultad porque así no me quedaba en mi casa viendo Falcon Crest en lugar de estudiar. Entonces empezó la televisión por la mañana y estrenaron Dinastía. Las culpas, a Jesús Hermida. Mi gozo en un pozo (de petróleo). Dinastía fue la respuesta de Aaron Spelling a J.R. Ewing. Una cosa pretendidamente chic, como oposición a Dallas, pero aparatosamente vulgar y con diseños de Nolan Miller. Un dineral en ropa cada semana. Con guiones lo suficientemente delirantes como para enganchar (a Fallon se la llevó un ovni). Eso además de soltar por allí a Helmut Berger, George Hamilton o Rock Hudson. La primera temporada no salía Joan Collins. La suya fue una aparición estelar en el último capítulo para levantar la audiencia (aunque era una doble; la verdadera llegaría en el primero de la segunda temporada). Se presentaba como testigo sorpresa en el juicio de Blake Carrington. Todavía no tenía 50 años. Acaba de cumplir 83.

Siempre ha dicho que su belleza la debe a la suerte, el maquillaje y la moderación en todo. Me encanta no creerla. También me encanta su quinto marido, Percy Gibson, 32 años más joven que ella. El tipo ha ido haciéndose mayorcísimo mientras ella se ve siempre igual (es verdad que si miras las piernas desnudas ves las de una señora de 80, faltaría más). Ya bromeaba hace años cuando le preguntaban sobre la diferencia de edad: "Mira, si él muere, pues qué le vamos a hacer". John Parrott también bromeaba en la televisión con la actriz británica: "Por desgracia, Joan Collins no ha podido acompañarnos esta noche. Está asistiendo al nacimiento de su próximo marido".

La ochentañera ha colgado en su Instagram una foto a los 44. En biquini y en Acapulco. También podía haber puesto una de Tierra de faraones. O una de El semental (todavía conservo el disco de la película, donde una de las canciones era el Sorry I’am a lady de las Baccara). Pero no es como Elisabeth Schwarzkopf, que cuando ya estaba mayor no permitía que le hicieran fotografías. El otro día, Dame Joan Collins estaba en los jardines de Buckingham con el príncipe de Gales hecha un pincel. Tapadita pero estupenda. Con aspecto de aparecer por sorpresa en el juicio de Blake. Sombrero con redecilla incluido.

Collins, en Acapulco

Ken Loach ha vuelto a ganar en Cannes. El Loach tópico, sin sutilezas y con todos los maniqueísmos de su cine. Joan Collins es en sus papeles más destacados lo mismo pero por la parte de los ricos. En lo último que la hemos visto, Benidorm aparte, es en The Royals, ese disparate donde Elizabeth Hurley es la reina de una ficticia familia real británica y Joan Collins, la reina madre (llamada, échate mano, Gran Duquesa Alexandra de Oxford). Desde que la hija de Alexis y Blake, interpretada por Catherine Oxenberg, se casaba en Dinastía con el príncipe de palo de Moldavia (vestido exactamente igual que Carlos de Inglaterra en su boda con Diana) no se había visto cosa semejante.

En el documental Pioneros de la televisión, Joan Collins aseguraba que Alexis no era mala, que el malo era Blake. Hombre, es cierto que su princesa Nellifer de Tierra de faraones era mucho peor. Mala, buena o regular, Joan Collins levanta el ánimo con esos 83 años. Yo es que todavía no me he recuperado de ver a Greta Scacchi en la miniserie Guerra y paz como la condesa Natalia Rostova. Eso no es envejecimiento para la ficción, es envejecimiento real. Demonios, que sólo tiene 55 años. Pero ya sabemos que lo de Joan Collins no es normal.

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