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Lo que nunca se supo de la boda de don Juan Carlos y doña Sofía

Este quincuagésimo cuarto aniversario de los hoy Reyes eméritos, sospechamos transcurrirá sin celebración alguna.

Este quincuagésimo cuarto aniversario de los hoy Reyes eméritos, sospechamos transcurrirá sin celebración alguna.
La boda de don Juan Carlos y doña Sofía | Fotografía de archivo

El 14 de mayo de 1962 tuvo lugar la boda del entonces Príncipe de España, don Juan Carlos de Borbón con doña Sofía de Grecia. Aquel acontecimiento nupcial, al que asistieron en Atenas representantes de todas las casas reales, no tuvo apenas repercusión en España porque las autoridades franquistas lo impidieron, censurando las retransmisiones de los medios informativos. Pero, antes de que les contemos algunos de aquellos impedimentos, sepan que aquella unión pudo no haberse producido.

Tan sólo cuatro años antes, la hija de los reyes helenos creía estar profundamente enamorada del príncipe Harald, heredero de la corona de Noruega. Pero, por muchos encuentros que se produjeron entre ambos, con la anuencia de los padres de la pareja, el presunto novio se enfrentó a su padre, el rey Olaf, manifestándole su oposición a aquel matrimonio. Sencillamente, no estaba enamorado de la princesa Sofía, sino de una conciudadana, que no era de sangre azul, llamada Sonia Haraldsen, a la que finalmente llevaría al altar. Para Sofía de Grecia fue una decepción.

Entre tanto, quien más adelante sería su esposo, "Juanito, el hijo de los Barcelona", como se le conocía en la Corte griega, coqueteaba con María Gabriela de Saboya, hija de los últimos Reyes de Italia, exiliados en Estoril, al tiempo que vivía una fogosa relación con Olghina Nicolis, condesa de Robilant. El general Francisco Franco, al que participaron que los padres de don Juan Carlos, no veían mal un posible matrimonio de su hijo con aquella princesa italiana, dispuso a su modo y manera, lo más diplomáticamente posible, que aquella probable boda no tuviera lugar, alegando que la princesa era demasiado moderna, con ideas que no eran las adecuadas para compartirlas con un posible aspirante a la Jefatura de Estado. Y si de verdad alguna vez hubo un proyecto de boda entre María Gabriela y don Juan Carlos, la intervención de Franco lo convirtió en imposible.

María Gabriela de Saboya y don Juan Carlos

Tanto don Juan de Borbón como doña María de las Mercedes se implicaron en buscar una novia adecuada para su hijo don Juan Carlos. Y espigando en el muestrario de hijas casaderas de hijas de Reyes dieron con la princesa Sofía. Ella y don Juan Carlos se conocían de diferentes encuentros, como un crucero por el Mar Egeo en 1958. Mas cuando parece ser que triunfó Cupido fue durante la boda del Duque de Kent con la joven Catherine Worsley, en la catedral de York. El protocolo juntó a doña Sofía y a don Juan Carlos en el banquete nupcial. Y a partir de entonces la relación entre ambos fue in crescendo.

Se preocupó don Juan de Borbón de notificar a Franco los pormenores de aquella boda. Pero lo hizo cuando todos los preparativos estaban prácticamente resueltos, para que él no pusiera impedimentos de ninguna clase. Al fin y al cabo eso sólo concernía a las dos familias de los contrayentes. No faltaron algunas graves dificultades a la hora de la boda pues ella era de religión ortodoxa, y él católico. Don Juan de Borbón y don Juan Carlos tuvieron que rogar al Papa Juan XXIII que mediara en el asunto. Afortunadamente se llegó al acuerdo de que la boda tuviera dos ceremonias, una por el rito católico, y otra por el ortodoxo, en distintos templos, por supuesto. Pero, además, es que la novia hubo de hacer confesión de fe católica. La prensa oficial española hizo todo lo que pudo para zaherirla, tratándola como una hereje. Así, como lo leen. Pero pese a todos esos problemas, el enlace fue un acontecimiento brillante.

No faltó un incidente una semana antes, cuando don Juan Carlos resbaló en el palacio real de Atenas y estuvo varios días con un brazo en cabestrillo. Pero se repuso el día de la boda. Franco no asistió: en realidad, no viajó nunca fuera de España, si exceptuamos un viaje a Portugal, otro a Civitavecchia para entrevistarse con Musssolini y su famoso encuentro con Hitler en Hendaya. Tan sólo autorizó que lo representara el Ministro de Marina, pero ningún otro miembro de su Gobierno. Las televisiones europeas retransmitieron la boda en color, pero en España aún estábamos en mantillas y las pocas imágenes emitidas fueron en blanco y negro. Se eliminaron todos aquellos planos donde se veían a los padres del novio, don Juan y doña María de las Mercedes, como asimismo las muestras de entusiasmo procedentes de alrededor de cinco mil españoles monárquicos que habían acudido al evento. En una palabra: aquel acontecimiento no pasó de ser, por decisión de las autoridades franquistas, de una boda sin importancia.

El día de la boda

Los periódicos fueron asimismo comedidos en sus informaciones, aunque ¡Hola! ya se distinguió por sus atenciones a los personajes reales editando un número especial; evitando desde luego, aparte de sus alardes gráficos, de referencias en los textos que pudieran afectar a las consignas del Régimen. Entonces, primavera de 1962, aún Franco no tenía decidido qué príncipe de sangre real española podría sucederle. Siete años tendrían que pasar para ello. En la capital griega sucedió aquellos días de la boda que un periodista muy cercano a don Juan de Borbón, Víctor Salmador, publicó durante cinco jornadas el Diario Español de Atenas, con textos antifranquistas y desmesurados elogios a la Monarquía, significando el tratamiento a los Condes de Barcelona, llamándolos Reyes de España.

La audacia pudo llevarse a cabo gracias a que el naviero Onassis se hizo cargo de los gastos de impresión. Hubo rumores de que también este archimillonario personaje dispuso como regalo para los novios la cantidad equivalente a sesenta millones de pesetas, aunque oficialmente sí pudo saberse que obsequió a doña Sofía con un abrigo de marta cibelina. Su rival, Niarchos, puso a disposición de los novios tanto una lujoso yate como una de sus islas para que allí iniciaran una luna de miel, que duraría ¡seis meses!, en un viaje alrededor de medio mundo. Cuando los entonces Príncipes de España retornaron a Madrid tuvieron que adaptarse a una vida complicada y aburrida a la vez, sin obligaciones, residiendo en el palacio de la Zarzuela por decisión oficial.

Cuando en una audiencia don Juan Carlos le preguntó al Jefe del Estado cuál sería su tarea en adelante, éste le sugirió: "Sus Altezas deben darse conocer a todos los españoles… Viajen por España todo lo que puedan". Doña Sofía no hablaba español cuando se casó: apenas farfullaba algunas frases sueltas. Pero se propuso aprender nuestra lengua, aunque en verdad, ni siquiera a día de hoy ha podido prescindir de un fortísimo acento germano, pese a que su castellano sea, formalmente, correcto. Tardaríamos mucho tiempo en conocer declaraciones suyas, hasta que Pilar Urbano le arrancó en 1996 para su libro La Reina, algunas íntimas confesiones, una de las cuáles reflejaba el amor que siempre ha sentido hacia su esposo, y por supuesto sus tres hijos, en especial, sin disimularlo, por el actual Rey, Felipe VI. Pero aunque en la calle los españoles nunca dudaran de la felicidad de nuestros monarcas en los mentideros periodísticos venía rumoreándose el distanciamiento de la pareja real.

La portada de ¡Hola!

Con ocasión de un viaje oficial de los Reyes a Chile en octubre de 1990 se supo que don Juan Carlos y doña Sofía dormían en habitaciones separadas. Los enviados especiales de la prensa española no tuvieron que ser especialmente cotillas, pues un curioso periódico de la capital, Fortín Mapocho se encargó de publicar en primera página este titular, que parecía copiado de un diario italiano: "Los Reyes harán tuto en camas separadas". Jaime Peñafiel, el más contumaz rastreador de cuanto ataña a la Familia Real, se encargaría periódicamente, en sus columnas o especialmente en sus bien documentados libros, sobre esa circunstancia íntima del regio matrimonio. Y así descubrimos que en el Palacio de la Zarzuela, don Juan Carlos dormía en unas habitaciones de la primera planta en tanto doña Sofía descansaba en otras del segundo piso.

Y así, años y años desde entonces. Transcurridos ya más de veinticinco años de ese distanciamiento público, notorio es que cada uno va por su lado, y únicamente en contados acontecimientos oficiales vuelven a coincidir juntos, como ha ocurrido durante las celebraciones en Estocolmo del septuagenario del rey Gustavo de Suecia. Es fácil colegir que rehusaron tramitar el divorcio real en momentos muy tensos en los que la Monarquía española atravesaba por un bajo índice de aceptación, tras el escándalo Urdangarín y el episodio de Botswana y la presencia en la vida del monarca de la espabilada Corinna.

Con el añadido posterior de una delicada situación política en nuestro país. Por ello, y a tenor de lo ocurrido tiempo atrás, este quincuagésimo cuarto aniversario de los hoy Reyes eméritos, sospechamos transcurrirá sin celebración alguna. Otro aniversario más teñido de tristeza.

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