La desgraciada vida de la princesa Titi de Saboya
La prensa española silenció sus dos intentos de suicidio. Uno de ellos, hace justo 50 años.
El Ministerio de Información y Turismo, al frente del cual se encontraba Manuel Fraga Iribarne, quien intentó una cierta, tímida apertura, no toleraba –siguiendo instrucciones de El Pardo- que la prensa española publicara tanto crímenes escabrosos como intentos de suicidio, sobre todo si estaban relacionados con personalidades.
Hace justamente cincuenta años, el 23 de marzo de 1966, los periódicos de circulación nacional informaban del accidente sufrido por la princesa María Beatriz de Saboya, familiarmente conocida como Titi, hija de los reyes de Italia, Humberto y María José, exiliados en Portugal. La noticia, de apenas unas líneas, daba cuenta de que la protagonista del suceso había sido hospitalizada a consecuencia de unas heridas de poca importancia que le produjo un arma de corto calibre, cuando pretendía limpiarla, disparándose de manera fortuita. El texto eludía otros detalles que la censura se encargó de silenciar cuando algunos reporteros obtuvieron más datos, sin poderlos dar a la luz pública.
Titi de Saboya tenía a la sazón veintitrés años y ya desde niña mostraba un carácter díscolo, que se le fue acentuado en su juventud, cuando era conocida en círculos monárquicos y periodísticos de Italia como "la princesa rebelde". Se había instalado en Madrid, donde alquiló un apartamento en el número 60 de la entonces conocida como avenida del Generalísimo (hoy paseo de la Castellana). Quería ganarse la vida por entonces trabajando como free-lancer para algunas revistas europeas. Coqueteó en aquel 1966 primero con el marqués de Cubas, para quedar totalmente prendada del torero Victoriano Valencia, que rivalizaba con Luis Miguel Dominguín en cuanto a conquistas femeninas, coincidiendo también ambos en algunas de las cacerías a las que asistía Franco, un honor que no alcanzaban otros diestros.
El caso es que la princesa, de vehemente conducta, no consiguió sus deseos de atrapar al matador de toros madrileño, el hoy suegro de Enrique Ponce, y cuando él fue esquivándola con tacto y diplomacia, harto probablemente del veleidoso modo de ser de Titi de Saboya, ésta, despechada, en un momento de crisis afectiva trató de quitarse la vida con un revólver de su propiedad que llevaba cachas nacaradas; al parecer, jugando a la peligrosa "ruleta rusa". Fue trasladada con urgencia a la Clínica de la Concepción (en la actualidad lleva el nombre del que fuera su fundador, Jiménez Díaz) donde fue curada de sus heridas, que no tenían la gravedad temida en un principio. Su padre, el exrey Humberto, se trasladó desde Cascais a Madrid para estar junto a su atolondrada hija. Posteriormente, y con el nombre de María de Sarre, para esquivar a los reporteros, quedó internada en la clínica del prestigioso psiquiatra doctor López Ibor.
La inestabilidad emocional de la princesa, controlada durante unos meses, volvió a ser motivo de sucesivos episodios sentimentales con final desastroso. En 1967, cuando apenas habían transcurrido unas pocas semanas de su silenciado intento de suicidio, Titi de Saboya se embarcó en otra aventura amorosa al lado de un playboy italiano de probada mala fama, mediocre galán de películas, conocido como Maurizio Arena. Vivió la princesa al lado de aquel tipo poco recomendable una temporada de desbocada pasión, empeñada en casarse primero en Inglaterra y luego en Francia, lo que no consiguió. La reina María José, su madre, trató con sus influencias de que aquella boda no tuviera lugar. Público y notorio era que el tal fulano no sólo estaba casado con una azafata germana, sino que mantenía relaciones con un elevado número de mujeres, entre las que se encontraba la actriz Linda Christian (madre de Romina Power). Finalmente, los tortolitos desembarcaron en Roma donde la policía detuvo a Maurizio Arena, sobre el que recaían diversos probados cargos.
Desolada, María Beatriz de Saboya emprendió otra relación amorosa, compartida con un príncipe sirio, de nombre Izef Abeb, con el que retozó una breve temporada, hasta que éste se cansó y rompió el compromiso al que habían llegado. Parecía que no había forma de domeñar la caprichosa forma de comportarse de la princesa, cuando gracias a los buenos oficios de su cuñado, el adinerado hombre de negocios Robert de Balkany (fallecido, por cierto, recientemente), que estaba casado con María Gabriela de Saboya, Titi se convenció que debía "sentar la cabeza", casarse y formar una familia.
Trabó amistad en Suiza con un diplomático argentino acreditado en la sede de las Naciones Unidas, en Ginebra: Luis Reyna Corbalán. Llevada por su temperamento quiso acelerar esas relaciones. Por lo que fuere, se repitió aquel infausto suceso madrileño y estando desolada en su residencia suiza, se lanzó al vacío desde un segundo piso, tras haber ingerido una botella de whisky. En estado comatoso la llevaron a un hospital donde le diagnosticaron (melopea aparte) conmoción cerebral y fractura de pelvis. Reconciliados, Titi y Luis Reyna contrajeron matrimonio civil, año 1970 en Ciudad Juárez, México, y luego religioso en Córdoba, Argentina, al año siguiente. Tuvieron tres hijos, afincados ya en Cuernavaca. El primogénito falleció en 1994, con veinticuatro años, cuando seguía un curso de Administración de Empresas en Boston y se tiró desde una ventana al vacío. Extraño proceder que parecía tomado de la biografía materna.
El suicidio de su hijo Rafael llevó a Titi a una nueva recaída depresiva, causa de un penoso capítulo de alcoholismo. Su matrimonio, hasta entonces feliz, se fue al garete, y el marido pidió el divorcio que le fue concedido en 1998.
Yo los había conocido en Marbella, a poco de casarse, y no ocultaban su dicha. Me recibieron en el chalé que habían alquilado. María Beatriz se mostró conmigo muy sincera y afable, confesándome que, por fin, había alcanzado la estabilidad que tanto había buscado durante toda su vida. Tras su separación, Titi aún tuvo que sufrir otro siniestro pasaje que le deparaba su incierto destino: la violenta muerte del que fue su marido, acaecida el 17 de febrero de 1999, cuando se encontraba en su residencia de Cuernavaca, en cuya Universidad de Morelos impartía clases de Derecho Internacional. Lo encontraron sin vida en la bañera, con un cordón atado al pene, y ahorcado con el cinturón de una bata de baño. Se barajó la posibilidad de que fuera un crimen pasional. Desde entonces, y ya en el nuevo siglo, nada más supimos de la vida de esta mujer, nacida princesa, quien por unas u otras razones, ha tenido una existencia absolutamente desdichada.
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