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Amores y desamores de Yul Brynner en España

De cómo Dominguín le puso los cuernos y el calvo se desquitó con una amante del torero.

De cómo Dominguín le puso los cuernos y el calvo se desquitó con una amante del torero.
Yul Brynner | Cordon Press

Hay historias reales que muy bien pudieran haberse llevado al cine, ahora que se entregan los "Oscar" de Hollywood, en el apartado de comedias de enredo. Por ejemplo, nos viene a las mente el personaje de Yul Brynner, el calvo más popular de la pantalla, quien por cierto ganó hace seis decenios la estatuilla dorada por su espléndido trabajo en El Rey y yo. Otra efeméride lo relaciona por entonces con el estreno de Los Diez Mandamientos, una de las películas más vistas en todo el devenir del Séptimo Arte, sin olvidarnos que en ese mismo 1956 se exhibió la asimismo recordada cinta, Anastasia, que también protagonizó aquel galán afeitado al cero (que a veces se veía obligado a lucir un inevitable pelucón), de enigmática mirada, que presumía de atlética anatomía… de cintura para arriba, procurando no mostrar al desnudo la parte inferior, pues era ostensiblemente paticorto, lo cual, al decir de quienes lo conocieron íntimamente, lo traía por la calle de la Amargura cada vez que se miraba al espejo.

Este caballero había nacido en la ciudad rusa de Vladivostok en 1920 y se dedicaba al circo en la especialidad de acróbata. Una mala caída en el trapecio cuando sólo contaba diecisiete años le obligó a abandonar para siempre el mundo de la carpa. Y, guitarra en mano, recordando sus ancestros calés –su madre era gitana- se marchó a París, donde siempre hubo una nutrida colonia rusa que le dispensó grata acogida, escuchándolo entonar viejas canciones folclóricas de su tierra. A España vino a rodar por vez primera a finales de 1958, sustituyendo a Tyrone Power (el padre de Romina, para los que no lo sepan), quien había muerto en pleno rodaje de Salomón y la Reina de Saba. En adelante, Yul Brynner nos visitó en diferentes ocasiones, contratado en 1960 para Los Siete Magníficos y luego su segunda parte. Pronto hizo amistades españolas y en la casa que Lola Flores tenía cerca de la madrileña plaza de Gregorio Marañón asistió a más de una juerga flamenca, luciendo sus habilidades canoras o acariciando la guitarra de "El Pescaílla".

Conocí a Yul Brynner cuando rodaba Villa cabalga en tierras de Almería, en el desierto de Tabernas, en 1967. Pero con su actitud por lo corriente distante con los periodistas sólo conseguí de él que saliera del "set" para, tras el saludo, disculparse por no atenderme. Comportamiento parecido adoptó en 1971 en Cadaqués, en El faro del fin del mundo, y allí, su colega Kirk Douglas le dio una lección de cortesía al atendernos afablemente. Había adquirido Brynner una impresionante "roulotte", de alrededor de diez metros o más de longitud, con la que incluso se paseaba, ufano, por las calles de Madrid. Con razón Robert Mitchum lo consideraba un perfecto hortera.

Y ahora vamos con el asunto apuntado al inicio del presente artículo. Vivía entonces Yul Brynner con su segunda esposa, la chilena Doris Kleiner. Y ésta, de la noche a la mañana, cayó en las seductoras redes de Luis Miguel Dominguín, con quien se fue a Cannes para verse con Pablo Picasso, quien no los recibió, enfadado por la ruptura del torero con Lucía Bosé. Cuajo tenía el genio malagueño, de vida pública muy irregular, que cambiaba de mujeres a menudo como de modelos. Pero que, con su particular moral, no entendía que Luis Miguel le fuera infiel a Lucía.

El diestro no sólo se encamó con la mujer de Yul Brynner, sino que se fue al mejor restaurante de la ciudad francesa, invitó a medio local y a la hora de pagar la abultada cuenta le dijo a Doris Kleiner que con la tarjeta de su marido hiciera frente a la factura. No imaginaba Dominguín que un cabreado Yul Brynner, al ver su frente coronada, se desquitara en Madrid en el piso que habitaba la última amante de aquél, su prima hermana Mariví. Lo más chusco de ese cruce de cuernos, muy apropiado estando un matador de toros de por medio, es que ambas parejas se encontraron noches después casualmente en una sala de fiestas madrileña.

Yul Brynner y Luis Miguel Dominguín intercambiaron furiosas miradas, más acentuadas las del primero. Pero la sangre no llegó al río. El galán pelón de la pantalla, quien en los años 50 había mantenido un romance con Marléne Dietrich (que alternaba en el lecho también con conocidas hembras), "dio puerta" a Doris Kleiner en aquel 1967 madrileño. Cuatro años más tarde convertía en su tercera esposa a la activista francesa Jacqueline de Croisset. En los dos últimos años de su vida, el actor cambió de pareja, casándose por cuarta y definitiva vez con una china llamada Khatty Lee. Y el 10 de octubre de 1985 Yul Brynner se despidió en Nueva York de este mundo, víctima de un cáncer de pulmón, que se había ganado a pulso, pues fumaba sin parar a todas horas. Hollywood perdía a una de sus más carismáticas estrellas.

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