El rey Felipe VI remató el jueves su segundo gran discurso navideño, una alocución centrada en la unidad de España grabada, por primera vez, en el Palacio Real madrileño, un lugar que -tal y como se encargó de subrayar el propio monarca- es el "palacio de todos los españoles" y una joya patrimonial que "recoge siglos de historia común".
Este elemento, finalmente, fue el que más llamó la atención de muchos espectadores, que alabaron o criticaron el cambio, aunque finalmente se impusieron las valoraciones positivas debido a la claridad del discurso, en el que el Rey se encargó personalmente de explicar esa decisión.
Una disertación en la que destacó, además, la fuerza con la que Felipe VI subrayó el contenido del texto. Haciendo gala de una fuerza interior de la que carecieron los últimos discursos de su padre, y superando sin problemas su primer discurso navideño, el del año pasado, el Rey, sentado y con las piernas cruzadas, enfatizó con las manos –ya fuera una de ellas o las dos a la vez- las claves de su discurso, que fue grabado después de conocer los divididos resultados de las elecciones del 20-N.
Felipe VI no dudó, incluso, en subir el tono e intensidad en determinados momentos, sin jamás perder la compostura: así se aseguraba de transmitir no sólo ese mensaje de unidad y solidaridad entre españoles, centro fundamental de la alocución de este año, sino de dar una intensidad y emoción hasta ahora ausentes en los últimos mensajes de la Casa Real.
La chaqueta desabrochada y la corbata morada –en lo que según interpretaron los líderes de Podemos, Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, era un guiño del Rey a la formación de izquierdas- otorgó un toque más casual al discurso. El Rey, sin embargo y pese al cambio de cámaras, se mostró firme y seguro de sí mismo, y jamás cambio su postura en la silla a lo largo de los más de diez minutos de discurso en los que hubo referencias a los atentados de París e incluso una breve mención al cambio climático.
Lo que comparto: España es diversa y plural. Lo que me falta: paro, desigualdad, un país con su gente y sin corrupción. Bonita corbata 😉
— Pablo Iglesias (@Pablo_Iglesias_) diciembre 24, 2015
El rey agradece a @Pablo_Iglesias_ Juego de tronos poniéndose una corbata morada. Lo próximo, entender qué significa soberanía popular.
— Juan Carlos Monedero (@MonederoJC) diciembre 24, 2015
El privilegiado escenario del Palacio Real, en concreto el Salón del Trono decorado según los cánones del estilo rococó y con frescos de Giovanni Battista Tiepolo, hizo el resto, aportando solemnidad, contundencia y también un ligero eco que no hacía sino reforzar las palabras de Felipe de Borbón.
La cámara móvil, cuyo leve travelling o movimiento lateral, provocó la carcajada de algunos tuiteros y comentaristas el año pasado, siguió existiendo este año, pero mucho más sutil y mejor realizado, sin forzar al monarca a cambiar su postura. El gran espacio del Salón del Trono ayudó a que esta vez no resultara tan forzado como en 2014, enclaustrado en una sala de Zarzuela.
Otro elemento que destacó es la ausencia de detalles, guiños o iconografía real aparte de la que proporcionó el propio escenario. No hubo en esta ocasión fotografías, objetos o elementos que distrajeran del contenido del discurso y obligaran a interpretar quién o qué aparecía en las fotografías de la estantería, o qué objetos había dispuesto el Rey sobre su escritorio o mesilla, como en anteriores ocasiones.
Las imágenes de la Familia Real, en las que la princesa Leonor cobró un especial protagonismo figurando siempre al lado del Rey –para subrayar la continuidad de la institución- abrieron y cerraron la realización del programa.