El braguetazo del marqués de Villaverde y la boda de la única hija de Franco
En la boda de Carmen Polo, la prensa eludió cualquier detalle que no se ajustara a la prudencia.
En una España todavía sombría, que iba muy lentamente superando las dolorosas consecuencias de la contienda civil tras una prolongada postguerra iniciada once años atrás, tuvo lugar un auténtico acontecimiento social: la boda de la única hija del Generalísimo Francisco Franco con un joven doctor, Cristóbal Martínez-Bordiú. Fue el 10 de abril de 1950 en el Palacio de El Pardo, residencia oficial del Jefe del Estado. La novia contaba veinticuatro años, cuatro años más que el novio.
La prensa eludió cualquier detalle que no se ajustara a la prudencia. Así como de Nenuca, (que así era llamada en familia Carmen Polo de Franco) se sabía que Cristóbal había sido su único novio, no podía decirse lo mismo de éste, joven de agraciado porte, carácter desenvuelto, divertido, que no ocultaba un aire chulesco y seductor. Presumido siempre, que había unido los apellidos de sus progenitores con un guión, para así "darse importancia". Lo de Martínez, le parecía vulgar. Su padre, José Martínez Ortega, ingeniero agrónomo y terrateniente, no tenía ni fortuna ni títulos directos, salvo su finca de Arroyovil, en la provincia de Jaén, Mancha Real, donde nacieron sus hijos. Era la madre de Cristóbal, María de la O Bordiú Bascarán, quien aportaba su pasado aristocrático y pudo rehabilitar el título de marqués de Villaverde, para Cristóbal.
Antes, el aún estudiante de Medicina ligaba a porrillo. Así, se ennovió con una nieta del conde de Romanones, Kiko Arcentales (no Kika) y luego tonteó también con Loli Cabas, que descendía de la notable familia de los Fontalba. Fue en la puesta de largo de una de aquellas señoritas de la buena sociedad madrileña donde Cristóbal Martínez-Bordiú, con el uniforme de alférez de las Milicias Universitarias, se fijó en una joven morena, de mirada profunda, no sin antes cerciorarse de su identidad: la hija del Caudillo.
Ni más ni menos. "Picaba" alto el futuro marqués. Y la conquistó bailando boleros en la madrileña "boîte" Larré, de la calle de Prim, donde cantaba Bonet de San Pedro, que fue quien me lo contó. Cristóbal iba a ver a su novia montado en una modesta moto Gucci. Salían de paseo vigilados por una monja teresiana, la "carabina" como se decía. Tras año y medio de noviazgo vino el "braguetazo" de Cristóbal. El término fue como uno de sus hijos, José Cristóbal, calificaría la boda de sus padres, tres décadas después. El ingenio popular quedó plasmado en esta coplilla: "La niña quería un marido, / la mamá quería un marqués, / el marqués quería dinero, / ¡ya están contentos los tres!"
En el Palacio de El Pardo estaban ochocientos invitados pertenecientes a la nobleza, la política, milicia, la vida social. La novia daba el brazo a su padre, el general Franco, a quien se le vio muy emocionado. Carmen vestía un traje de seda natural, con velo de tul sujetado por una diadema de brillantes y perlas, regalo de sus progenitores. El novio lucía, muy altivo, uniforme de la Hermandad del Santo Sepulcro, Orden Militar que le nombró Caballero unos pocos días antes. El Cardenal-Arzobispo de Toledo, Enrique Plá y Deniel, bendijo la ceremonia. Hubo derroche en el banquete. En la plaza aledaña a Palacio los vecinos festejaron también el evento gracias a la generosidad del Jefe del Estado, quien dispuso se sirviera comida y bebidas, en especial lotes conteniendo alimentos básicos con destino a los más necesitados. Ello sucedía cuando el Gobierno había dispuesto las cartillas de racionamiento para racionar los víveres, en una España donde todavía el hambre estaba presente en millones de hogares.
Los recién casados iniciaron su luna de miel viajando hasta Lisboa. La familia del novio fue enriqueciéndose en los meses siguientes. Cristóbal Martínez-Bordiú ascendió en su carrera, aunque sus méritos fueran puestos en tela de juicio. Del "Seiscientos" que disponía en vísperas de la boda pasó a conducir vehículos de elegante carrocería y potente cilindrada. Consiguió la concesión del modelo italiano "Vespa", lo que le valió ser conocido como Marqués de Villavespa. También motejado como Marqués de Vayavida. Y la prensa franquista, durante veinticinco años, fue contando la felicidad de aquella pareja, con sus siete hijos, eludiendo como es fácil de comprender cuanto hubo a su alrededor de intrigas, amores extramatrimoniales del marqués, enriquecimiento y toda suerte de episodios que nunca llegaron al conocimiento público. Pero eso, como diría el tantas veces citado Kipling, es otra historia. O muchas.
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