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Christina Onassis y la tortura de sus cuatro matrimonios

Se cumple el aniversario de su muerte, cuando sólo tenía 38 años.

Se cumple el aniversario de su muerte, cuando sólo tenía 38 años.
Christina Onassis en 1977 | Corbis Images

Recuerdo una serie televisiva de los años 80, Los ricos también lloran. Y una frase también que se ha repetido infinidad de veces, dedicada a la multimillonaria Bárbara Hutton: "¡Pobre niña rica!". Que le endilgaron posteriormente asimismo, décadas más tarde, a una mujer de vida desgraciada quien, pese a su abultada fortuna, nunca logró ser feliz. Se llamaba Christina Onassis, y falleció en tristes circunstancias hace ahora veintisiete años, cuando ella contaba sólo treinta y ocho.

Hija del naviero griego Aristóteles Onassis, nació en Nueva York el 11 de diciembre de 1950. Hubiera cumplido por estas calendas, por tanto, sesenta y cinco. A los dieciséis años abortó tras quedarse embarazada de un norteamericano, Dany Marentette, con quien mantuvo una fugaz relación sexual mientras esquiaban en Saint-Moritz. Su propia madre, Tina Lívanos, la llevó a una clínica londinense, colocándole una alianza con el fin de hacerla pasar por casada.

Christina Onassis visitó España en algunas ocasiones. Puede que la primera fuera a finales de los años 60, invitada por Carlos Falcó, Marqués de Griñón, quien la llevó a sus predios vinícolas toledanos. Entonces el aristócrata, poco habitual de la prensa rosa, fue protagonista por vez primera de la portada de algunas revistas, que especularon sobre el posible romance de la pareja; historia que no llegó a cuajar, más por decisión de él que de ella, a la que conocí en el verano de 1973 cuando acababa de entablar amistad con el hijo del dueño de unos laboratorios farmacéuticos franceses, guapo muchacho rubio, de ojos claros y notable estatura. Navegaron juntos en el yate "Bamara", propiedad de la familia de Thierry Roussel, que así se llamaba el galán. Los encontré en la discoteca "Mau-Mau", en Marbella y mantuve media hora de conversación. En un momento de la charla, chapurreando con dificultad nuestro idioma, Christina Onassis me preguntó: "¿Qué es… gilipollas?". Le traduje lo que significa. Y nos reímos un buen rato, hasta que su galanteador la invitó a bajar a la playa. Eran las dos de la mañana. Supuse que a la luz de la luna se dirían tiernas palabras, como prólogo a una noche de amor. El fotógrafo que me acompañaba renunció, de acuerdo conmigo, a fotografiarlos en esa situación. Cualquier "paparazzi" no la hubiera desaprovechado para obtener un buen pellizco.

Onassis y Roussel | Corbis Images

Unos días más tarde volví a encontrarlos cuando paseaban por el Club de Golf Nueva Andalucía y ella me confesó: "Aquí, en Marbella, he vuelto a sonreir". Y miraba arrobada a Thierry Roussel. Pasó el tiempo. Y la inquieta e infeliz se divorció de su primer marido, el norteamericano Joseph Bolker. Defraudada, Cristina continuó por libre sus aventuras sexuales, encamándose con el griego Peter John Goulandris. Nuevo embarazo que acabó en otro aborto, el segundo como ya sabemos. Su tía Artemis ofició de Celestina, entrometiéndose para que se casara con Alexander Andreadis, nuevo rico que no supo hacerla dichosa. Tampoco ella, en verdad, lo quiso nunca. El tercero de sus esposos fue un ruso, Sergio Kauzov, que de la noche a la mañana se convirtió en cónyuge de una mujer riquísima. Como estaba cantado, aquella unión fue un desastre.

Christina Onassis seguía soñando con ser madre. Y no se le ocurrió otra cosa que proponerle un día al marido de su mejor amiga que se prestara a acostarse con ella, para ver si tenía un bebé. La anécdota, que parece obtenida del libreto de una película "porno" la conocemos por las memorias escritas por su buena amiga, de soltera Marina Tchomlekdjoglou, quien imaginamos conocería los entresijos por boca de su entonces marido, Alberto Dodero. Lo que ya nos mosquea es que Marina añada a esa vodevilesca historia que la petición de Cristina estuvo acompañada de un ofrecimiento: ella pagaría a Dodero un talón por importe de ¡ciento veinte mil dólares! Que él, adinerado caballero por otra parte, no aceptó.

Christina Onassis parecía un tanto desequilibrada, obsesionada por la maternidad. Le dio por comer, beber y tomar pastillas sin control, llegando a sobrepasar los cien kilos de peso. Si ya de por sí no era agraciada físicamente, empeoró su anatomía. Aconsejada para ingresar en una clínica optó por la acreditada Buchinger, en Marbella. Se tiraba diez días en cama. Así pudo aparentar una mejor presencia y reunirse con antiguos amigos, entre ellos Thierry Roussel, con quien acabó casándose en 1984. Muy espabilado, él se negó a admitir la separación de bienes. El error le costaría caro a Cristina. Tres años duró aquella pareja. Al año de casados tuvieron a su hija Athina mediante inseminación artificial. Pronto descubriría ella que su amado Thierry le ponía unos cuernos imponentes con la modelo sueca Marianne (Gaby) Landhage. Y la separación se impuso. Antes del divorcio, según contaba Marina, con quien viajó al Hospital Americano de París, Cristina Onassis se sometió a otra inseminación artificial con la pretensión de darle un hermano a Athina. ¿Y saben quién proporcionó el esperma? ¡Thierry Roussel! Previo pago –siempre siguiendo las memorias de la tal Marina- de ¡diecisiete millones de dólares! Suministrados por su ex – esposa. ¡Increíble!.

Los peores años de Christina | Cordon Press

Pero no hubo embarazo. Poco tiempo después, mientras pasaba unas vacaciones en la localidad argentina de Tortuguitas, en una hacienda de la familia de Marina, Cristina Onassis fallecía el 19 de noviembre de 1988 a causa de un edema agudo de pulmón, cuando se bañaba en su cuarto de aseo. Llevaba largo tiempo a merced de un variado surtido de drogas. Encima, se bebía diariamente dos docenas de coca-colas y seguía engordando a placer. Dejó una herencia calculada en tres mil millones de euros, al cambio actual.

El aprovechado Thierry Roussel se encargó de administrarla en nombre de su hija Athina. Buena parte de tal fortuna se evaporó. Cuando cumplió treinta años Athina recibió ochocientos millones de euros, el resto de aquel legado de su madre. Vendió la isla de Skorpios por cien millones de euros, donde está enterrado su abuelo Aristóteles Onassis y Cristina, su madre. Se desentendió de su padre y en 2005 contrajo matrimonio con el jinete brasileño Álvaro Miranda. Es una mujer discreta que nunca habla en público sobre sus ancestros familiares.

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