Los peores momentos en la vida de María Ostiz
Tras la muerte de su esposo, Ignacio Zoco, María Ostiz vive sus peores momentos.
Hablo con María Ostiz, unos días más tarde del fallecimiento de su esposo, aquel gran jugador del Real Madrid, también internacional, Ignacio Zoco. Está deshecha, rota de dolor como puede comprenderse. Al que hay que sumar también, me dice emocionada, la grave enfermedad de su madre, ya nonagenaria, que sigue viviendo en Pamplona y a la que se dispone a cuidar, dejando su residencia madrileña.
Saca fuerzas María como puede. Siempre ha sido una mujer llena de vitalidad pero, como me susurra: "Hay veces, cuando llegan estas desgracias, que nos cuesta mucho soportarlas. Me ayuda siempre mi absoluta fe en Dios". Creía yo que ella e Ignacio se conocían desde chicos, pero me saca del error: "Fue un periodista quien nos reunió casualmente para hacernos un reportaje. Entonces nos vimos por primera vez. El futbolista famoso… y la cantante que era yo. Y de aquel inesperado encuentro llegó la boda, un año después, en 1969, con tres días de diferencia respecto a otra, la de Pirri con Sonia Bruno, con quienes siempre estuvimos muy unidos".
Cuatro hijos tuvieron María e Ignacio. Matrimonio modélico. Discretos y sencillos siempre. Mantuvieron su gran popularidad sin pavonearse de ella. Ignacio Zoco era navarro y en el cementerio de Pamplona descansan sus restos. Tenía setenta y seis años. Entre 1962 y 1974 fue titular como defensa del Real Madrid. Jugador resolutivo, de absoluta entrega, con gran nobleza siempre en el campo. Y también en la calle. Vinculado de por vida a sus colores, tras su retirada ofició de delegado del equipo merengue, luego directivo del filial, el Castilla, para heredar el cargo que dejó con su muerte el inolvidable Alfredo di Stéfano, Presidente de la Asociación de Veteranos del club blanco. Un hombre hogareño, al que era difícil, fuera de sus compromisos deportivos, verlo sin la compañía de su mujer.
María Ostiz siempre se consideró navarra como él, aunque había nacido en Avilés. Pero fue en Pamplona donde se crió y vivió sus años de adolescencia. Jovencita, se trasladó a Madrid con la idea de estudiar Música y Arte Dramático. Frecuentaba en esos ambientes estudiantiles a algunos de los grupos pioneros del pop español, como Los Shakers, con quienes estuvo cantando una temporada como voz solista. Ello la animó a lanzarse ella misma como intérprete en solitario, contratada por la multinacional RCA en donde la bautizaron con el sofisticado sobrenombre artístico de Lorella, grabando en 1965 su primer disco. Pieza hoy difícil de encontrar, propia de coleccionistas.
Por esa época comenzó a grabar sus propias composiciones. Y ya a partir de 1967, con el definitivo nombre, el suyo propio, de María Ostiz, fue cuando popularizó una serie de títulos que respondían al género folk: "No sabes cómo sufrí", "Nana de la aurora", la adaptación del "Romance anónimo" atribuido a Narciso Yepes, "Na veiriña do mar"… Años después incrementaría su lista de éxitos con temas que muchos no hemos olvidado: "España sin ir más lejos", "Un pueblo es", "Canta cigarra", "Miña rianxeira", "Aleluya del silencio", "El cantor", "A cantar"…
Tuvo siempre una voz limpia, expresiva, de tonos agudos. Nunca cantó simplemente para divertir: le guiaban otros sentimientos en sus letras tiernas, emotivas o de contenido social sin caer nunca en lo panfletario. Atacada en algunos sectores como ñoña, tuvo la humorada de presentarse allá por 1981 en un teatro madrileño… vestida de monja. Lo que en medios periodísticos sirvió para adjetivarla como "sor María Ostiz", que ella aceptó de buen grado. Sin dar tres cuartos al pregonero, o sea, sin llamar a ningún medio de comunicación, ya retirada del mundo del espectáculo, no dejaba pasar ninguna Navidad sin acercarse con su guitarra a alguna residencia de ancianos, sanatorio de niños enfermos de cáncer o instituciones benéficas para alegrarles un rato con sus preciosas canciones.
Cierto año, rompiendo ese pudor, me invitó a acompañarla al Centro de Tetrapléjicos de Toledo, donde desgranó su mejor repertorio entre las sonrisas de seres desgraciados, en camilla o en sillas de ruedas, condenados a vivir sin apenas poder moverse por culpa de un accidente de coche o moto. No pude aquella tarde evitar que alguna lágrima asomara a mis ojos contemplando aquel espectáculo, con unos seres que agradecían a María haberse acordado de ellos. Ahora, María Ostiz es quien ha recibido un duro zarpazo con la muerte de su marido. Desde aquí la acompañó en su infinito dolor.
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