En la mañana del 19 de octubre de 1997 Pilar Miró fue encontrada muerta por su hijo Gonzalo, tendida en el suelo junto a una de las escaleras interiores del chalé en el que vivían en una urbanización a las afueras de Madrid. Inútiles resultarían los esfuerzos para que el joven tratara de reanimarla recurriendo a la respiración boca a boca. Desaparecía, con sólo cincuenta y siete años, una de las mujeres con mayor personalidad de su tiempo, objeto de críticas lacerantes, de implacables persecuciones por parte de distintos sectores políticos, incluso desde su mismo partido. Pero, a la hora de hacer balance sobre su obra, quedará siempre el saldo positivo de sus labores en televisión y en el cine.
Cierto es que con su carácter dominante, áspero, hosco se ganó no pocos enemigos. Los que la conocieron más íntimamente la recuerdan como una mujer frágil, vulnerable, llena de ternura. Mi trato periodístico con ella fue siempre correcto, aunque en ello deba sentirme halagado pues, por lo general, mantuvo con los periodistas un indisimulado distanciamiento. Y eso que hasta hizo sus pinitos periodísticos. Es poco conocido el dato de que siendo veinteañera debutó como cronista taurina en un semanario que dirigía Manuel Lozano Sevilla, El Burladero, firmando críticas de algunos festejos celebrados en la madrileña plaza de Vista Alegre. Su afición a los toros la mantuvo, perteneciendo a una peña femenina, Las madroñeras. En los años 70 colaboraba también en una celebrada publicación musical, Mundo Joven.
Fue de las mujeres pioneras dedicadas a la realización de programas en Televisión Española, adonde entró en 1962 recurriendo a una recomendación. Por sorprendente que parezca, dada su filiación izquierdista, quien la avaló entonces fue Blas Piñar, fundador de Fuerza Nueva. La echaron en seguida "por torpe, desordenada y despistada". Pero, erre que erre, buscó otros contactos hasta que la admitieron definitivamente ese mismo año. Realizó un sinfín de programas, la mayoría dramáticos, y llegó a ser Directora General de TVE en 1986, cuatro años después de haberlo sido también del departamento de Cinematografía. En ambos puestos se ganó más fobias que filias. Lo más duro fue cuando la demandaron por unas facturas de ropa que ella cargó a la cuenta del Ente Público. Fue linchada públicamente, hasta en el Congreso de los Diputados. Sólo Felipe González resultó ser uno de sus pocos valedores, enfrentada con Alfonso Guerra y Jorge Semprún, que la detestaban. Nunca quiso –y eso la honró- buscar apoyo en la figura del Rey, compañero suyo en los viejos tiempos de la Universidad Complutense, Facultad de Derecho. Don Juan Carlos siempre le tuvo gran afecto. No siendo habitual que los Reyes acudieran a ningún acto fúnebre, salvo por obligaciones institucionales, estuvieron en la capilla ardiente de Pilar Miró, hace de esto, ahora, dieciocho años.
Si de la biografía profesional de Pilar Miró se conocen múltiples datos en enciclopedias y libros dedicados al cine y la televisión, en cambio su vida personal tiene muchos ángulos oscuros, dado que ella nunca quiso "ser carne de revistas rosas". Y eso que tiene un surtido historial amoroso, del que extractamos algunos episodios, sirviéndonos de nuestros recuerdos y vivencias. Tal vez su primer gran amor fue el malogrado director de cine Claudio Guerín, con quien vivió un fogoso romance, para lo cual se sirvió de un apartamento que alquiló con sus ahorros en la madrileña calle del doctor Fleming. No le duró mucho aquella relación porque el director cordobés, de aire atlético y llamativos cabellos rubios rizados encontró la muerte rodando en la localidad gallega de Noya su segunda película, La campana del infierno, al caer desde la torre de una iglesia cuando daba instrucciones a su equipo técnico. Otra pasión la compartió con un singular actor, excelente pintor asimismo, llamado Leo Anchóriz.
Nos sorprendió saber que con Adolfo Marsillach también tuvo unos roces, iniciados de manera casual. Se encontraron en Barcelona, ella no tenía hotel, eran ya altas horas de la noche y él la invitó a llevarla a su apartamento frente al mar, sin intenciones de seducirla. Pero resulta que sólo había una cama, y cada uno se acurrucó como pudo, sin llegar a mayores. Y así, amistosamente compartieron catre más noches… hasta que sucedió lo inevitable. Lo sé porque lo contó el propio Adolfo. Aquella ocasional pareja se rompió unas semanas más tarde cuando encontrándose en San Sebastián el actor acudió a una fiesta en la que levantó el codo más de la cuenta. Cuando volvió al hotel, Pilar lo esperaba despierta. Manifiestamente cabreada, se levantó muy digna, hizo unas abluciones en el cuarto de baño y sin pedirle excusas lo dejó con un palmo de narices dando un portazo. Fuese y no hubo nada, que dijo el clásico.
Pilar Miró tuvo otros amores esporádicos, con nombres sin relevancia social. Pero sí otros suficientemente conocidos, como el director cántabro Mario Camus (con quien colaboró en alguna película), los periodistas Eduardo Sotillos, José Luis Balbín… El final de todas esas relaciones acababan mal para ella, quien siempre se sintió angustiada en su soledad, una de sus continuas obsesiones, tal vez la mayor, la única. En algunos de los guiones que escribió y dirigió para el cine se autorretrató a sí misma en algunos de esos aspectos relacionados con su búsqueda de la felicidad, por ejemplo en Gary Cooper que estás en los cielos. Precisamente en vísperas del rodaje se quedó embarazada. Su hijo nació el 13 de febrero de 1981. Nunca revelaría la identidad del progenitor. Le impusieron de nombre Gonzalo y, como apellidos, los de la madre.
"El padre, con quien no mantenía una relación estable, no quiso saber nada del tema y Pilar nombró ante notario unos tutores para su hijo por si a ella le ocurría algo", contaba su buena amiga, la estupenda actriz Fiorella Faltoyano en sus memorias. Gonzalo hubo de soportar en su adolescencia insultos y amenazas, relacionados con su madre, a través de anónimos donde la tachaban de ladrona. Hoy es un espabilado joven, entregado sobre todo a sus trabajos como comentarista deportivo y en su vida personal, muy conocido por sus frecuentes conquistas femeninas que las revistas del corazón se encargan de divulgar.