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Las dos muertes de Tino Casal

Acaban de cumplirse 24 años de la muerte de Tino Casal.

Acaban de cumplirse 24 años de la muerte de Tino Casal.
Tino Casal | Archivo

Fue amaneciendo. Salía de una discoteca con tres amigos, camino cada uno de su casa, en un automóvil cuyo conductor, en un descuido, chocó contra una farola, en las inmediaciones del madrileño Puente de los Franceses, cerca de Aravaca, apenas a cinco kilómetros del centro de la capital. Todos resultaron ilesos menos quien ocupaba el asiento del copiloto, que falleció prácticamente en el acto, cuando lo llevaban en helicóptero a un hospital. Era el cantante asturiano Tino Casal, uno de los más activos y originales intérpretes del pop-rock en los años de la llamada "movida". Contaba tan sólo cuarenta y un años. Veinticuatro hace de su temprana desaparición, aquel funesto 22 de septiembre de 1991.

Se llamaba José Celestino Casal Álvarez y había nacido el 11 de febrero de 1950 en un concello muy cercano a Oviedo. Ya de adolescente se había fogueado en alguna banda, como la llamada Los Zafiros Negros. Pero cuando realmente se sintió profesional es siendo cantante de Los Archiduques, que cansados de actuar sólo en pueblos del Principado se aventuraron a probar suerte en Madrid. Eso sucedía en 1967 y con ellos grabó tres discos. Inquieto siempre, ya a primeros de la década siguiente hizo las maletas rumbo a Londres, capital europea del pop más sobresaliente. Y allí se convirtió en un confeso admirador de David Bowie, quien abanderaba una corriente musical etiquetada como glam rock. Los estilos de esa época eran descritos por los comentaristas en boga con nombres llamativos, tales como techno y new romantic. Tino Casal se empapó no sólo de aquellas modas musicales derivadas del nuevo rock, sino asimismo de las vanguardias estéticas, de la manera de vestir entonces; la capital británica la imponía entre adolescentes y jóvenes ya mediados los 60, desde aquella corta calle, Carnaby Street, que uno recuerda repleta de llamativas boutiques. Y cuando el guaje regresó a España se trajo un innovador repertorio: de canciones y de trajes.

Por lo pronto se despojó de su nombre, con el que ya había debutado discográficamente con un single en solitario fechado en 1978, soso y aburrido. En 1981 editó el álbum Neocasal. Y a partir de entonces se hizo popular sólo con su apellido. Casal llegó al número 1 con "Champú de huevo". Y al año siguiente de nuevo acertó en la diana con "Embrujada". Seguiría en 1983 con un éxito, algo menor, cantándonos "Póker para un perdedor". Que figuraría en su segundo álbum, "Etiqueta negra". Volviendo a encabezar los hit parades nacionales con "Pánico en el Edén", ya en 1984. Sintonía de los espacios dedicados a la Vuelta Ciclista a España. En sólo tres años se había convertido en un cantante arrollador, diferente a los demás, cuando hacía tiempo que dos de las voces más importantes, del pop melódico uno, del rock el otro (Nino Bravo y Bruno Lomas) habían desaparecido.

Casal era una estrella emergente, lleno de glamour, en la onda del mejor pop europeo, que llamaba la atención, incluso callejeando por Londres, con sus coloridas vestimentas, sus complementos (gafas, botas, collares, adornos varios) sin olvidarnos de sus cabellos, peinados "a la última", de color verde o del que se le antojara según el día. Yo me lo encontraba de vez en cuando; era vecino mío en la redacción en la que prestaba mis servicios. No podía pasar inadvertido. Como un modelo del Barroco. "Parecía un marciano, pero una buenísima persona", lo recordaba Paco Laguna, guitarrista de Obús, grupo pionero del heavy metal, al que produjo Casal. No sería a los únicos: también los llamados Goma de Mascar y Vídeo. Con estudios de artes plásticas en sus años de estudiante en Oviedo, Casal dibujaba magníficamente, hacía caricaturas hasta en una caja de cerillas, diseñando portadas de discos, pintaba cuadros (que alguna vez expuso) y también se lucía con sus esculturas. Alguien moderno imbuido de ciertos saberes del Renacimiento. Y como vivía a tope la movida aportó parte de sus ahorros para que el director manchego pudiera financiar sus primeras películas: Pepi, Lucy y Bom y otras chicas del montón y Laberinto de pasiones. En esta última, su protagonista Imanol Arias exhibía una americana roja que le había prestado Casal. Quien, caprichoso, se compró en Londres otra de seda india, tras desembolsar ¡medio millón de pesetas de entonces, una pasta!, y que luego no llegó a estrenar.

De forma absolutamente estúpida sufrió hacia 1985 un doloroso esguince, al que no dio al principio importancia alguna. Se automedicó con antiinflamatorios y analgésicos. De la noche a la mañana sufrió una necrosis que a punto estuvo de mandarlo al otro mundo. Pasó una temporada en silla de ruedas. Tres años permaneció alejado del tinglado musical, para también en ese negro periodo caer en otra enfermedad, de la que no se divulgaron detalles, lo que aumentó la presión informativa y el "boca a boca", situándolo poco menos que a las puertas de la muerte de nuevo. Ave Fénix del pop español, en 1987 se editó su cuarto álbum, "Lágrimas de cocodrilo", conteniendo el tema más popular de su discografía, la versión en español de "Eloíse", aquella sensacional balada de Barry Ryan, compuesta por Paul, su hermano gemelo en 1968.

Nueve años después, con Casal de estrella, alcanzaba el número uno otra vez en las listas de éxitos. El ovetense la había registrado en Abbey Road, los míticos estudios de Los Beatles. Histeria, su quinto elepé, de 1989, como todos los anteriores producido por el experto Julián Ruiz, ya pasó más inadvertido. Pero él no se desanimaba, preparando otros proyectos: un nuevo vinilo en Japón, otro con canciones suyas destinadas a Los Salvajes, el estreno teatral de El fantasma de la ópera

Todo quedó en agua de borrajas aquella madrugada del sábado al domingo 22 de septiembre de 1991, cuando su corazón se detuvo para siempre en la carretera, a las puertas de Madrid. Se iba un grande del pop español. Divertido. Imaginativo. Con una voz potente, que encandilaba a sus miles y miles de fans. Al día siguiente, cuando iban a enterrarlo, en los escaparates de las tiendas de discos aparecía como novedad un álbum recopilatorio de sus éxitos. Extraña casualidad.

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