Este martes Sean Connery cumple ochenta y cinco años. Los festejará en su actual residencia de las islas Bahamas en compañía de su segunda esposa, Micheline Roquebrune, con la que este año ha celebrado otro acontecimiento: sus cuarenta años de matrimonio. No tienen hijos. Él, sí: Jason, fruto de su primera unión con la actriz Diana Cilento, con la que se casó en 1962 divorciándose en 1973. Jason, que cuenta en la actualidad cincuenta y dos años, rueda estos días su primera película como director, una historia en torno a un ídolo del golf llamado Tom Morris. Es un deporte que encanta a padre e hijo. A Sean Connery yo lo encontré más de una vez practicándolo en el campo de Nueva Andalucía, en Marbella. De la media docena de actores, contándolo a él, que han personificado al personaje creado por el escritor británico Ian Fleming, creemos que nadie ha conseguido superarlo. Si acaso Roger Moore le dio un aire diferente, más bienhumorado. Aún así no logró alcanzar la popularidad de Connery, que fue el primero en rodar la primera de esas historias el año 1962. Los otros "James Bond" no han desbancado a Sean Connery de su leyenda: George Lazenby, Timothy Dalton, Daniel Craig y Pierce Brosnan.
Sean Connery apareció en las siete películas que hizo de la saga como un elegante galán, luciendo aparte de su vestuario aventurero una colección de esmóquines clásicos. Probablemente la mayoría de sus admiradoras de todo el mundo –millones-, ignorarían que su ídolo no era el caballero bien peinado, de rasurado e impecable rostro, siempre exhibiendo la mejor de sus sonrisas, para la secretaria del departamento del Ministerio de Asuntos Exteriores británico y por supuesto para sus despampanantes conquistas. La verdad es que, fuera del rodaje, en su vida corriente, el actor se dejaba crecer descuidadamente la barba y exhibía una rotunda calva desde hacía mucho tiempo. La alopecia le atacó en su juventud, poco después de que lo nombraran Míster Universo. El personaje de James Bond le obligó siempre a colocarse un peluquín, que no se detectaba en la pantalla. Ciertamente, por la calle, podía pasar perfectamente inadvertido. Una vez lo sorprendí "haciendo el pino" en las cercanías de su chalé marbellí acompañado de de su mujer. Lo estuve observando unos minutos en tanto mi compañero fotógrafo tomaba unas imágenes de sus matinales ejercicios playeros dedicándonos una mirada furibunda, señal de que no le hacíamos gracia alguna. Porque sépase que el admirado galán cinematográfico por lo común siempre tuvo malas pulgas con los periodistas. Salvo cuando mediaba algún amigo común o tenía que acceder a alguna rueda de prensa. Entonces se comportaba como un perfecto gentlemen, aunque sobrio en sus parlamentos y algo distante.
En cierta ocasión comentó conmigo lo mucho que le había gustado una actuación de Lola Flores, a la que conocía cuando ésta tenía un "tablao-chiringuito" en Marbella. A esta ciudad de la Costa del Sol había acudido Connery mediados los años 70, primero alquilando un chalé en San Pedro de Alcántara hasta que se fue a vivir a "Malibú", muy cerca de la playa marbellí, que había pertenecido a Edgar Neville y luego a un hijo suyo. Precisamente este chalé le traería hace pocos años serios problemas a Sean Connery, al que la Junta de Andalucía denunció por ciertas irregularidades urbanísticas, amén de que le reclamaran cierta importante cantidad que supuestamente había defraudado a Hacienda por la venta de unos terrenos. El actor, muy enfadado, terminó deshaciéndose de sus propiedades y estableciéndose en las Bahamas. Nunca acudió a las citas judiciales que le instaron. Su esposa continúa imputada en ese turbio asunto relacionado con "la operación Malaya" y la vista se prevé tenga lugar el año próximo, aunque nos tenemos que Micheline Roquebrune pueda hacer lo que su marido: no presentarse. Juraron no pisar más Marbella el resto de lo que les quede de vida. Por cierto: hace un par de años corrió el rumor de que Sean Connery sufría el mal de Alzhéimer. Su última aparición cinematográfica data de 2003, cuando protagonizó La liga de los hombres extraordinarios, aunque en 2012 prestó su voz para una producción propia titulada Sir Billi. Y citando un título nobiliario, recordemos que Thomas Sean Connery recibió de Su Majestad la Reina Isabel II el título de Sir. Y en términos menos ceremoniosos la revista People le otorgó en 1999 la denominación de "El hombre más sexy del siglo". Su cercanía a la Corona británica no le ha impedido nunca proclamar sus deseos para que Escocia, su país, alcance algún día la independencia.
Acerca de la última vez que hablé con Sean Connery, en el invierno de 1984 cuando vino a Madrid a presentar el estreno de Nunca digas nunca jamás, película con la que se despidió del personaje de James Bond, que lo convirtió en millonario y en una celebridad mundial, me dijo lo siguiente: "Estoy harto de esta serie pero el productor insistió y… En fin, no tengo los mismos años que cuando rodé la primera de esas películas pero he procurado mantenerme en forma para no permitir que me "doblen" en todas las escenas de cierto riesgo. Así es que no he tenido dificultad en montar a caballo, en moto y hasta practicar submarinismo. No quiero presumir porque ya rodando El gran asalto al tren, por no aceptar un "doble" tuve que dar algunos saltos estúpidos y excesivos". Al comentarle los muchos millones que había ganado gracias a James Bond, me replicó: "No lo niego, como tampoco le voy a confesar lo que he ganado por la sencilla razón de que cuando yo no tenía un penique ningún periodista vino a interesarse por mi cuenta corriente". Le recordé, bromeando, que antes de ser actor se había ganado la vida como lechero, conductor de camiones, salvavidas ¡y pulidor de ataúdes! Sobre esta última ocupación, sonriendo, me comentó: "Realmente creo que no hay mucha demanda laboral ahora de ese oficio, pero no lo he olvidado hasta el punto de que cuando de vez en cuando vuelvo a mi tierra escocesa me digo que, de no haberme ganado la vida como actor, tal vez hubiera tenido que pasar muchos años dándole brillo a los féretros". Al despedirme de él, cortésmente, me agradeció la entrevista, remachándome: "Créame, estoy muy cansado de ser James Bond. Jamás volveré a serlo".