Fue Sancho Gracia un excelente actor de carácter, galán seductor dentro y fuera de los estudios y escenarios, al que un cáncer de pulmón, y otro de vejiga que le descubrieron a última hora, llevaron a la tumba hace ahora tres años justos, el miércoles 8 de agosto de 2012. Tenía setenta y cinco años y una espléndida biografía con éxitos teatrales, cinematográficos y televisivos. Para empezar, utilizaba sus dos apellidos como apelativo artístico, pues en realidad se llamaba Félix Ángel. La primera vez que hablamos me empezó contando así su vida: "Yo me fui con mi familia a Uruguay teniendo doce años. Dejé mi barrio madrileño de Embajadores porque a mi padre, que era "maître" del hotel Palace le propusieron ser mayordomo en la Embajada de España en Montevideo. Dos años después de nuestra llegada él se murió y yo me tuve que poner a trabajar: de friegaplatos en una cafetería. Entré luego de auxiliar en un banco. De la Embajada me llamaron por si quería ser funcionario, y eso hice hasta cumplir los diecisiete, que es cuando decidí ser actor. Entré en el Conservatorio de Arte Dramático de la capital uruguaya, cuya directora era Margarita Xirgu. Con ella representé lo mejor del teatro clásico español. Me enseñó hasta andar en el escenario, pues decía que por mis maneras de moverme daba la impresión de haber sido toda mi vida un marinero".
Su vuelta a Madrid se produjo en 1963, para una coproducción, La otra mujer, junto a Annie Girardot y Alida Valli. Ese mismo año lo contrató José Tamayo para ser el Escipión de la tragedia Calígula, y el Leandro de Los intereses creados benaventianos. Paco Rabal le echó una mano y así pudo incorporarse al cine español. Pasados unos años, Sancho Gracia le devolvió el favor cuando le vinieron mal dadas al gran actor murciano. Encasillado un tanto en papeles de chuleta y aventurero, Sancho Gracia, gracias a su dominio del inglés, intervino en otras coproducciones, una de las cuáles, 100 rifles, se rodó en Almería, donde su protagonista femenina, la espectacular estrella norteamericana Raquel Welch, se prendó de nuestro compatriota.
Era el año 1968 y el romance que mantuvieron, fugaz desde luego y diremos por qué, no trascendió apenas en las revistas del corazón. Y como tampoco Sancho Gracia quiso aprovecharse publicitariamente del asunto, todo ello quedó sólo en la memoria de éste y de algún reportero, como el que ahora lo cuenta. Se alojaban ambos en el hotel Aguadulce. A ella le habían puesto de remoquete "El cuerpo", por su llamativa anatomía. Sin ser una gran actriz gozaba de incuestionable notoriedad en Hollywood. Su prominente busto (como comprobé la tarde que me concedió una entrevista) era un poderoso reclamo en las taquillas. Total, que se encaprichó de Sancho, quien a la sazón, con treinta y dos años, exhibía asimismo su galanura, y un aire donjuanesco que atrajo a Raquel, llevándolo a su terreno.
Les ahorro detalles de, al menos, un encuentro íntimo que tuvieron. En el rodaje cruzaban sus miradas, la de dos enamorados. Pero el "flirt" llegó a oídos del marido de Raquel Welch (el segundo de su lista), un tipo mal encarado, de nacionalidad británica, llamado Patrick Curtis, quien pistola en mano persiguió a Sancho Gracia por los pasillos y escaleras del mencionado hotel de la costa almeriense. La escena, propia de una película policíaca de serie B o de un vulgar vodevil acabó con los implicados del caso en el cuartel de la Guardia Civil. Como la censura estaba en activo, no recuerdo que se mencionara en la prensa tal suceso, salvo que entre líneas alguien sugiriese que Sancho Gracia quedara hechizado al trabajar junto a aquel monumento de señora estupenda. El tal Curtis, no contento con dicho numerito, fue otra vez detenido por un par de números de la Benemérita al insultarlos gravemente.
Aquel episodio con faldas de por medio no sería el único que tendría a Sancho Gracia como Romeo. Pero siempre supo llevar discretamente sus "ligues". Los periodistas que conocíamos su irrefrenable afición a esos devaneos sentimentales procurábamos mirar para otro lado. Siempre nos lo agradeció con su contagiosa simpatía, su extraordinario don de gentes. La verdad es que se hacía querer.
Hacia 1969 conoció a una periodista uruguaya, Noela Aguirre, con quien al poco tiempo contrajo matrimonio por poderes, al encontrarse ella en Montevideo y él trabajando en Barcelona. Lo representó un amigo, Raúl. Se habían conocido porque El País, un diario de allá, encomendó a Noela viajar a Europa a entrevistar a varios personajes, entre ellos Sancho Gracia, en recuerdo de la actividad teatral que desarrolló en Uruguay. Noela, anecdóticamente, no llegó a publicar aquella interviú, pero sí se enamoró del actor, con quien tendría tres hijos, uno de los cuales, Rodolfo Sancho, se ha convertido en uno de los galanes de moda, y desde luego un actor estupendo.
El presidente Adolfo Suárez, con quien Sancho Gracia mantuvo una gran amistad, aceptó apadrinar uno de los vástagos del galán. Repasando la biografía artística de Sancho Gracia hay que destacar forzosamente sus apariciones en televisión, con series como Los tres mosqueteros, Los camioneros, La huella del crimen (en el episodio de "Jarabo", donde estaba magnífico) o su extraordinaria intervención en el mejor "Estudio 1" de la historia de Televisión Española, Doce hombres sin piedad. Pero cualquiera de otros títulos que mencionemos, incluyendo medio centenar de filmes, serán irrelevantes respecto a la popularidad obtenida si les citamos Curro Jiménez. La leyenda del bandolero que roba a los ricos para ayudar a los pobres, trasunto de algunos maleantes a caballo en la sierra de Ronda en el siglo XIX, fue seguida durante varias temporadas por millones de telespectadores.
Los capítulos se han repuesto en varias ocasiones, compitiendo en esa nostálgica revisión del pasado con Verano azul. Sancho Gracia, pese a otros meritorios trabajos, nunca superó la enorme popularidad de la que gozó entonces en toda España. Su último rodaje en España fue a las órdenes de Alex de la Iglesia en 2010, Balada triste de trompeta, despidiéndose de la pantalla al año siguiente con un filme italiano, La redota. Siempre inquieto, preparaba una película en los Estados Unidos sobre emigrantes gallegos, que no pudo llevar a cabo. Amaba Galicia, donde en la localidad de Mondariz disponía de una propiedad en el campo, junto a una buena cuadra de caballos. Fue un actor muy querido por toda la profesión, por los periodistas y por millones de españoles.