Diego 'El Cigala' lleva un año nacionalizado dominicano
A 'El Cigala' le fascinan aquellos parajes caribeños. Tanto, que se ha establecido en la República Dominicana.
Fue el año 2003 cuando se desató la popularidad de Diego "el Cigala" tras vender más de un millón de copias del disco Lágrimas negras, mano a mano con el genial y ya desaparecido pianista cubano Bebo Valdés. Antes de ello, Diego Ramón Jiménez Salazar, que así se llama este gitano del madrileño barrio de Lavapiés, se había curtido desde los doce años (nació en 1968) cantiñeando flamenco del bueno hasta convertirse en un artista habitual en los circuitos veraniegos de cante jondo, donde se le reconocía como un artista en ascenso, en la línea de quien fue un revolucionario, amigo suyo por cierto: Camarón de la Isla.
Aquel disco, que tuvo recorrido internacional, elevó a Diego "el Cigala" a una lista de privilegiados, con un buen "caché", reclamado desde otros países, en particular hispanoamericanos. Les había entusiasmado esa fusión de su cante flamenco con la música latina. Y como en adelante experimentó un repertorio, mezcla de lo suyo con el jazz afrocubano, el bolero y el tango, entre otros ritmos, se ganó una legión de seguidores en aquellos países de habla hispana, al otro lado del Atlántico. En una de sus giras, recaló en la República Dominicana, donde fue acogido con admiración y cariño. Y un día expresó su deseo de nacionalizarse dominicano, trámites que inició en 2012. Va a hacer un año que obtuvo su petición. Para él, su esposa y sus dos hijos, Diego y Rafael. Su mujer se llama Amparo Fernández y ejerce de representante del artista. Siempre están juntos, claro, incluso en las prolongadas giras del "cantaor". Pero su residencia la tienen desde entonces en Punta Cana, que es de esos lugares que siempre se adjetivan como paradisíacos, donde ya hace más años sentó sus reales, seis meses al año como mínimo, Julio Iglesias.
Hasta nombraron Policía Honorífico de la República Dominicana a Diego, lo que divertirá mucho a sus colegas calés cuando se enteren. El gitano cuenta que le fascinan aquellos parajes caribeños, incluyendo las espectaculares tormentas tropicales. Se encuentra a gusto en un ambiente donde siente la música autóctona y la de países limítrofes, a los que viaja con frecuencia por motivos profesionales. Este mes de mayo ha iniciado una gira por Puerto Rico, (donde protagonizó un bochornoso espectáculo, saliendo al escenario a cantar en penosas condiciones, supuestamente bebido, como se ha contado en CHIC), Colombia, México, Estados Unidos, Canadá… Tiene pendiente luego, en verano, regresar a España donde hace tiempo que no se le ve el pelo…
Esa negra y abundante cabellera, el bigote y la barba, que le dan aire de jeque del desierto o de un lejanísimo profeta bíblico. No conocemos ningún otro caso de un "cantaor" flamenco que haya adoptado una nacionalidad distinta (no pierde la española) y se haya establecido tan lejos de la tierra de sus ancestros. Acaso aquel legendario guitarrista navarro, "Sabicas", me viene ahora a la memoria; tal vez alguno más, pero pocos en todo caso.
De chaval, Dieguito iba mucho por el Rastro, que estaba cerca de su casa. Sobrino de un maestro del cante, Rafael Farina, fue aprendiendo de los más grandes, en pos de la "jondura". Se quedó para siempre con el mote que le pusieron los suyos siendo un mocoso, porque nunca estaba quieto: siempre remoloneando, cometiendo travesuras. "¡Que te mueves más que una cigala! ¡Cigala, cigala!" Y con el remoquete se quedó para los restos. Si alguna vez lo hubieran anunciado junto a Camarón no habría faltado la guasa con aire marisquero.
El caso es que Diego "el Cigala" viene en los últimos años explotando esa otra faceta suya de los ritmos tropicales, con su quejío flamenco de por medio. Le pagan muy bien; por lo visto mejor que en sus actuaciones españolas. Han llegado a llamarlo, quizás exagerada o impropiamente, "el Sinatra del flamenco". Tiene en su haber un Grammy latino.
El último de sus discos se titula "Vuelve el flamenco". Lo grabó en 2012 en directo en el Palau de la Música de Barcelona. Reúne martinetes, seguiriyas, soleás, fandangos, bulerías, tangos, malagueñas… Los palos esenciales del buen cante, que él no ha abandonado nunca pese a sus últimas querencias caribeñas. Lo acompañó con su guitarra Diego "el Morao". Es un homenaje a Paco de Lucía, que Diego quería rendirle hace tiempo, mucho antes de que muriera.
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