Sesenta y cinco años contaba solamente Ángel Cristo cuando se fue de este mundo hace justo un quinquenio, el 4 de mayo de 2010. En la más completa soledad de una habitación del Hospital de Alcorcón, localidad cercana a Madrid, tras sufrir un infarto agudo de miocardio. La última noche de su vida quiso alojarse en un hotel, pero no disponía de dinero para pagar la habitación. Por humanidad, al verlo tan desvalido, el conserje lo dejó dormitar en un rincón del vestíbulo. Era el triste final de quien fue considerado el más importante domador español durante la década de los 70 y 80. Sus últimos años fueron terribles por culpa de sus excesos, de su caída en el infierno del alcohol y la cocaína, empujado por una irrefrenable adicción que nadie pudo detener, ni siquiera su familia, de la que se hallaba distanciado: Bárbara Rey, su exesposa, y los dos hijos de la pareja, Angelito y Sofía.
¿Qué le llevó a esa existencia, cual muñeco de guiñol a merced de la droga, quien cuando lo conocí era un hombre responsable, de aspecto deportivo en razón de su arriesgado trabajo en las jaulas de las fieras? Entonces sólo pensaba en el circo, se cuidaba, no bebía, huía del tabaco, no trasnochaba… En resumen: una vida ordenada, en la medida eso sí que puede serlo un artista de su especialidad. Ni siquiera me pareció interesado en aparecer fotografiado en las revistas del corazón cuando lo entrevisté por vez primera. Fue en la Plaza de Toros de Las Ventas, donde tenía instalada la carpa de su circo, que me parece llevaba el nombre de Ruso, aprovechando la época invernal, en Navidades, cuando no se celebran festejos taurinos. Me presentó a su mujer, Renata, una alemana domadora de elefantes. Estaba muy enamorado de ella. En el transcurso de la charla me enteré que se apellidaba realmente Papadópoulos Dordi, de padre griego llamado Christóforo (de quien había tomado su otro apellido artístico, acortándolo, Cristo), que era trapecista, y de madre española, me parece que andaluza, Margarita, contorsionista. Es decir que pertenecía a una saga circense.
Precisamente por esas circunstancias ligadas al ir y venir de las gentes del circo, Ángel nació circunstancialmente en Huelva el 17 de octubre de 1944, y ello le permitió ostentar dos nacionalidades, la griega y la nuestra. Los Papadópoulos pasaron muchas estrecheces en su modesto circo ambulante y había días que no tenían nada para comer. Ángel, que tenía una hermana, me contó esto: "De niño iba pidiendo limosna, casa por casa, allá donde nos encontrásemos. Les decía al abrirme la puerta que me dieran un poco de pan, las sobras, lo que fueran a tirar a la basura…". Y lo que el pequeño Ángel Cristo recogía iba a parar a una gran bolsa que se apresuraba a llevar a sus padres, quienes hacían un reparto común con otros componentes de su circo. Y así, iban tirando… Estaba predestinado el muchacho a trabajar bajo la carpa en lo que se terciara: "Conforme pasaban los años fui locutor, anunciando los números de cada función, payaso, alambrista, jefe de pista… y domador". Contaba apenas veintiún años cuando actuando en Bilbao varios leones lo hirieron gravemente: el primero de los percances que tendría en su carrera. No había transcurrido un mes de aquel 1965 y en Valladolid volvió a ser agredido en la jaula. La década de los 80 fue nefasta para él en ese sentido pues lo hirieron en cinco ocasiones. La más preocupante sucedió en 1990 en Lérida cuando tres leones y un tigre le produjeron severas heridas en el cuello, tronco y extremidades. Hubo algunas temporadas que también trabajó adiestrando elefantes.
Con la ya citada Renata estuvo casado quince años hasta que un cáncer la llevó a la tumba. En un intento de salvarla la ingresó en una clínica suiza. Quedó destrozado al enviudar. Quiso que algún día sus cuerpos se unieran bajo un mismo trozo de tierra y encontrándose en Valencia, donde siempre su circo fue bien acogido, encargó al arquitecto Juan José Ferrer Gila el diseño de un panteón para él, cuando le llegara la hora, y para trasladar los restos de Renata. Un mausoleo en forma de carpa circense. El escultor Ramón de Soto fue encargado de crear la figura de un ángel, para ser colocada en el frontispicio y también la de dos leones de hormigón, apareciendo custodiando la entrada. El sarcófago debería llevar las figuras esculpidas del domador y de su fallecida esposa. No pasó mucho tiempo de ese proyecto cuando Ángel Cristo conoció a Bárbara Rey, casándose en 1980, como se recordará, en una pista del circo del novio. Éste, cierto día, le hizo saber a su segunda esposa las obras que habían empezado tiempo atrás en el Cementerio General de Valencia.
Cuando Bárbara conoció aquellos propósitos le dijo a Ángel que no iba a tolerar que llegado el día que Dios quisiera fuese enterrado en aquel panteón junto a los restos de su primera mujer. Como es natural, Ángel Cristo encontró razonables aquellas palabras de la actriz y dejó sin acabar aquella obra funeraria, de la que ya había pagado la parte construida. La pareja estuvo unida un decenio. El domador conoció al lado de Bárbara Rey la mayor popularidad que pudiera haber soñado. Y hasta fue protagonista de una infame película, El Cid Cabreador, junto a Carmen Maura y López Vázquez. El matrimonio se embolsó muchísimo dinero con sus espectáculos circenses. Gran parte del cual lo irían dilapidando en sus frecuentes visitas a los casinos, muy en especial el madrileño de Torrelodones.
Y por esa vía y paralelamente la de otros vicios Ángel Cristo fue entrando en esa espiral conocida por todos, tantas veces contada en las revistas y los programas televisivos del corazón. Divorciado de Bárbara Rey trató de encontrar otra mujer que iluminara su vida. Pero no fue del todo feliz con ninguna. La primera, una bilbaína llamada Berta Cilleruelo. Luego estuvo tres años, entre 1992 y 1995 con la trapecista checa Angélica. Con quien más tiempo estuvo –nueve años- fue con Circe Roque, compañera suya en sus últimos complicados negocios circenses, ya camino de la ruina, quien lo abandonó cuando ya Ángel Cristo era una sombra de sí mismo. Parafraseando a García Márquez, tenía ya muy cercana su anunciada muerte. De esto, ya les decíamos, hace ahora exactamente cinco años. Por cierto: fue enterrado en el cementerio madrileño de la Almudena y no bajo aquel panteón valenciano que quiso construir.