El pasado día 26 de este mes de abril Marujita Díaz festejaba su ochenta y tres cumpleaños. Justo cuando su nombre vuelve a aparecer en las páginas de sucesos. Una tendencia de su idiosincrasia fue siempre manejar cuidadosamente sus caudales procurando tener bien llenas las arcas. Lección seguramente aprendida en su niñez yendo con su madre por las calles sevillanas a vender cisco (carbón) para el brasero; o cuando con dieciséis años se vino a Madrid y malvivía con lo poco que ganaba cantando en el cine Chueca, durante los descansos en las funciones dobles de cine.
Actuando en Caracas en 1957, el mismo día de su veinticinco cumpleaños, conoció al venezolano Espartaco Santoni, un seductor nato, que la enamoró a bordo de un pequeño yate, con el aliciente de un anillo de brillantes, que Marujita siempre ha conservado en su espectacular joyero. Él contaría que a los pocos meses se quedó embarazada. Pero el bebé nunca llegaría a nacer. La pareja volvería a Madrid; Marujita siempre acompañada de doña Rafaela, su madre, su "carabina". Vivían ambas en un modesto apartamento en la calle de Alburquerque, sin calefacción ni agua caliente. Espartaco se casó poco tiempo después civilmente con Marujita en Caracas, ya en 1958. De regreso a España, por sugerencia de su marido, se operó de la nariz. Ganó en fotogenia. Con el dinero que ella obtenía en el cine no tenían ni para los gastos de la casa que tenían en el número 24 de la Avenida del Generalísimo. Montaron una productora, con el nombre de Marujita Díaz. Tras rodar con éxito La corista, ganaron un dineral con Pelusa. Y Espartaco lo celebró regalándole un collar de rubíes y diamantes. Marujita ya vivía como una estrella, popular y millonaria. Tenían un Cadillac impresionante.
De pronto aparecieron los fracasos: La Cumparsita, Abuelita Charlestón… Marujita no contribuía a los gastos de la productora: se quedaba simplemente con los beneficios. Y cuando el negocio se fue a pique, quien perdió verdaderamente su capital fue Espartaco. El fiasco de la siguiente película de la estrella, La Bella Lulú, precipitó el final de la pareja, que a pesar de su ardiente pasión amorosa montaba broncas de aúpa, como cuando ella le arrojó un pesado cenicero de cristal y él hubo de ser hospitalizado de urgencia, practicándole varios puntos de sutura en la cabeza. A poco se lo carga… Aún así trataron de salvar el matrimonio. Espartaco compró un chalé de lujo en la urbanización Mirasierra, que bautizaron con el nombre de "Piedras Negras". En la noche de fin de año de 1961 Espartaco le anunció que quería divorciarse. Dicho y hecho. Volvieron a casa, él hizo las maletas, se fue a la oficina a dormir y con el nuevo año su relación quedó rota, a falta del consabido papeleo. Con dinero, con valiosas joyas, cuadros firmados por Miró y otros afamados pintores, propietaria de varios pisos, un chalé en Benalmádena, una finca en Marchena, Marujita Díaz ya no tuvo ningún problema económico a partir de los primeros años 60.
Se casó con el bailarín Antonio Gades en 1964, unión que sólo duró un año. Él empezaba su carrera y le pidió ayuda económica para estrenar su ballet Don Juan en el teatro de la Zarzuela, que Marujita no quiso prestarle, y él tuvo un serio tropiezo en sus menguadas finanzas. Se dijeron adiós de mala manera. En 1982 obtuvieron la nulidad matrimonial. El tercer hombre importante en la vida de Marujita sería el argentino Ricardo Ferrante, coreógrafo y primer bailarín de la compañía de Alfredo Alaria, que dejó de ser el amante de la actriz María Asquerino. Tarde o temprano, éste hizo lo mismo, es decir "ponerle los cuernos" a Marujita. Y a partir de entonces ésta ya fue perdiendo el norte en sus siguientes conquistas sentimentales, primero liándose con su chófer, que respondía al nombre de Gino y le paseaba los perritos. Cuando desapareció de su compañía, y siempre en su afán de "salir en las revistas" aceptó un montaje para la revista Diez Minutos, con un torero modesto, treinta años más joven, el gaditano Álvaro Amores, con el que se fotografió tras unos arbustos en el Parque del Retiro. Publicitariamente, aquello fue de muy corto recorrido. Eso ocurría en los primeros años 80.
En el decenio posterior, ya apagada su estrella, olvidados sus meritorios triunfos como actriz y magnífica cantante de coplas, tangos y zarzuelas, inició una etapa mas bien triste, a veces patética, sobre todo cuando tras un viaje a Cuba en 1999 se emparejó con un avispado y atlético mozo, de nombre Dinio García Leiva, que contaba cuarenta años menos que su amada, paseándose por las televisiones de su brazo y confesando a los reporteros del corazón sus ardientes veladas amatorias. Marujita Díaz contaba con cerca de setenta años y no parecía tener noción del ridículo. "Ponía el cazo" desde luego cuando la invitaban a esos programas. Ya había pasado por el quirófano alguna vez, sometida al socorrido "botox". En 2002 acabó aquel hechizo. O espejismo, vaya usted a saber. El tal Dinio, por cierto, acabó triunfando como actor de cine porno. El último timo que Marujita quiso darnos fue asegurando ser supuesta novia de Daniel Ducruet. Tal para cuál. El ex de la princesa Estefanía de Mónaco. "Hicieron unos bolos" (léanse aparición en revistas y televisiones) y a los dos meses, "si te he visto no me acuerdo", tras repartir, imaginamos, un pequeño botín. No nos extrañaría que Marujita reapareciera de nuevo para contarnos esas cuitas que tiene ahora con el Juzgado. Pasando por caja, que tanto placer le ha producido siempre.