Con un mejorado aspecto, tras superar una prolongada crisis, Andrés Pajares acaba de cumplir setenta años sin que, momentáneamente, vaya a reaparecer artísticamente. Por fortuna, sus ahorros están a buen recaudo, y este paro laboral que ya le dura siete temporadas no va a suponerle ninguna quiebra económica. Lo importante es que va saliendo del negro túnel en el que se vio envuelto tiempo atrás. El único cambio en su aspecto físico más visible es el de sus cabellos, ahora cenicientos (aunque ya hacía un par de décadas que se los teñía) y acaso haya ganado algún kilo de más.
Lo importante es que no recaiga en las alarmantes circunstancias que lo llevaron a ser ingresado en una clínica psiquiátrica en 2012, consecuencia de padecer unos brotes psicóticos y prolongados episodios de ansiedad. Lamentable fue contemplarlo en algunos programas televisivos "del corazón", entre patéticas escenas y constantes alusiones a su vida íntima y a la de sus dos hijos. Penoso nos resultó asistir a su última representación en el madrileño teatro Arlequín, conmemorando su cincuenta aniversario artístico. El espectáculo lo tituló A mi manera… de hacer. El cómico que tanto nos había hecho reir resultaba allí aburrido, sin gracia, confuso, inseguro. Tuvo que suspender antes de lo acordado las cincuenta funciones previstas. Desde entonces no ha vuelto a pisar un escenario. Tan sólo hizo un breve "cameo" en la película de su buen amigo Jesús Bonilla, La daga de Rasputín, fechada en 2011.
Confiemos que el extraordinario protagonista de ¡Ay, Carmela!, donde exhibió su otra faceta melodramática, que le supuso ganar un Goya en 1990, vuelva a incrementar su prolífica filmografía, compuesta por una cuarentena de títulos. Nueve de ellos formando popularísima pareja con Fernando Esteso, uno de sus más fieles amigos dentro del área de sus colegas, de los que más atentos y cercanos ha estado pendiente de sus cuitas de salud. Fue el productor José María Reyzábal, propietario de Ízaro Films, quien unió a ambos cómicos a partir de Los bingueros, en 1979. Mariano Ozores fue el eficaz guionista y director de aquellas disparatadas historias. Contratarlos fue fácil, en palabras del productor y el director, porque eran inseparables y hasta pasaban las vacaciones juntos con sus respectivas mujeres. Nunca se plantearon problemas acerca de quién iba delante o detrás en los repartos. Buscaron un sistema tipográfico para que el nombre de ambos no supusiera ninguna privilegiada situación para uno u otro.
En lo que no se pusieron de acuerdo sus representantes fue en acordar un contrato común para formar una productora que financiara sus taquilleras películas. Del mismo año 1979 fue Los energéticos, donde Esteso debía besar a la actriz Ajita Wilson. Al enterarse que era un transexual operado se negó en redondo a esa escena y hubo de eliminarla del guión. Cuando se emparejaron de nuevo Esteso y Pajares en Yo hice a Roque III, al año siguiente, Andrés no admitió que un doble lo sustituyera boxeando. Era una parodia de las cintas de Sylvester Stallonne. Claro está que a quien tenía supuestamente que golpear era a un verdadero campeón del ring, Dum-Dum Pacheco, gran amigo suyo, quien naturalmente procuró no dañar el rostro de Andrés Pajares.
"Lo que yo quería de niño es ser locutor. Agarraba el teléfono y al otro lado, el tendero de la esquina aguantaba mis bromas, tomándolo por un radioyente que nunca sabía responder acertadamente a mis inventadas preguntas. También llamaba a la tienda de fajas que había al final de mi calle, que frecuentaba mi madre, haciéndome pasar por ella, imitando su voz y pidiéndole que me describiera las últimas novedades de ropa interior. ¡La de verdulerías que yo escuchaba…!".
Andrés Pajares Martín nació el 6 de abril de 1940 en Madrid. Con diecisiete años se dedicó al mundo del espectáculo: ganaba ciento cincuenta pesetas al día en tanto su padre, taxista de profesión, no llegaba a las cien trabajando al volante dieciséis horas. Comenzó en compañías de variedades, las que encabezaban Antonio Machín, Manolo Escobar, Antonio Casal, Tony Leblanc, Sara Montiel, Rocío Jurado… Popularizó en la pequeña pantalla el personaje de El currante, El pregonero, Madame Gigí… Formó compañía propia en los primeros años 70 con espectáculos humorísticos de cierta sal gruesa: Más vale pájaro en mano, Del coro al caño… Los llevó a salas de fiestas. Sus monólogos (se los escribía Enrique Bariego, experto autor teatral) eran muy aplaudidos.
Fue una carrera dura, en la que tuvo que soportar incomodidades, desabridas reacciones de la gente, como cuando un borracho le interrumpía constantemente en una actuación; pero no pudieron echarlo de la sala: era el dueño. Otro empresario pueblerino tenía como escenario un altillo rodeado de una jaula, aislado del público con barrotes: "Es que, señor Pajares, si usted no gusta, el personal sube a por usted…" Botones de muestra del anecdotario de un cómico que recorrió los pueblos de casi toda España. Cuando en 1969 rodó su segunda película, un papelito en Un adulterio decente, tenía que besar a la protagonista, Carmen Sevilla, y de azorado que estaba, se puso colorado de vergüenza. Por entonces estaba unido a una mujer, Mavi Burguera, con la que tuvo su primer hijo. En 1975 se casó con Ascensión Alonso, Chonchi, que le pidió trabajar a su lado como actriz. Padres de una niña. Divorciado de ella en 1997, tuvo amores con Conchi Jiménez, a la que conoció en un gimnasio mallorquín: seis años de relaciones que terminaron en un juzgado, del que se libró de las acusaciones de maltratador.
Fruto de un romance anterior, apareció en su vida la joven Eva, nacida en 1971, a la que ya crecidita dio su apellido. Me confesaba el actor que era hipocondríaco: "Los días que tengo libres me voy a médico, por si acaso". Deseaba que los críticos no lo encasillaran en el personaje "del pregonero de la boina" porque aspiraba a ser "un Jack Lemmon a la española". A mí me parece que después de su historial, con trabajos como La hoz y el Martínez, Moros y cristianos, naturalmente ¡Ay, Carmela! y en el teatro, La extraña pareja, está más que probado su indudable talento. ¡Ojalá podamos seguir admirándolo por mucho tiempo!