Si traemos a colación estos dos nombres señeros de la canción española es porque el próximo jueves, 19 de marzo, se cumplirán dieciséis años de la muerte de Juanita Reina. Nueve años después de que falleciera Concha Piquer, su gran rival, con quien estuvo mucho tiempo sin hablarse. Fueron las dos grandes voces de la copla entre los años 40 y 60 del pasado siglo. Y su enfrentamiento personal y artístico no se debió a presiones de sus admiradores ni a inventos de sus mentores, representantes o empresarios. Algo real que, en su tiempo, apenas trascendió al gran público, que las adoraba. Conocía yo de sobra esa enemistad entre ambas, aunque en sus últimos años firmaran "la pipa de la paz" de cara a la galería en un acto celebrado en la sede de la Sociedad General de Autores. Pero una anécdota vivida en primera persona acabó de confirmármelo.
Me desplacé a Sevilla, al domicilio de Juanita Reina, muy cercano a donde se instala la tradicional Feria, para entrevistarla con destino a una serie radiofónica. Cuando, a punto de apretar la tecla del magnetófono, me disponía a formular la primera pregunta a la gran artista, su marido, el bailarín Federico Casado "Caracolillo", tapando con su mano derecha el micrófono, me advirtió: "Ni una palabra sobre Concha Piquer". Hacía algo más de un año que la valenciana se había ido de este mundo y resulta que ese matrimonio aún mantenía no sé si odio, que es término radical, pero desde luego un desdén manifiesto, una fobia incluso hacia quien ya no podría hacerles sombra alguna. Me pregunté muchas veces de dónde provenía aquel encono. Indagué en la biografía de tan geniales artistas. Y hoy puedo trasladar a quienes todavía las recuerden el porqué de aquella enemistad.
Cuando Juanita Reina comenzó a cantar, inicios de la década de los 40, Conchita Piquer ya se había consagrado en el mundo de la copla en los primeros espectáculos que le escribieron Quintero, León y Quiroga. Cuando éstos firmaron después varios espectáculos de la sevillana suscitaron los inevitables celos artísticos de la valenciana. "La Piquer", como era conocida en el mundillo artístico, tenía un genio de todos los demonios y sostenía, sin decirlo en público, que era la primera, quien había popularizado la canción española, la que atraía miles de espectadores en sus estrenos. No le faltaba razón, porque nadie discute su maestría. Pero le costaba admitir que alguien pudiera quitarle algún día el sitio. Lo que no sucedió, seamos justos. Juanita Reina era su más directa oponente; la que podía despojarla de aquel supuesto cetro de la copla, contando además que sus películas gozaban de un gran éxito, al contrario de las de Conchita Piquer: La Lola se va a los puertos, por ejemplo. Y más tarde Lola la piconera, ya en 1951.
Ocurrió que al frente de sus respectivas compañías de variedades, como se etiquetaba entonces, coincidían muchas veces en algunas capitales de provincia o sus alrededores, lo que decidió a "la Piquer" a establecer un convenio con los empresarios: cuando ella actuaba en un teatro deberían transcurrir como mínimo dos meses hasta que su colega pisara el mismo escenario. Aquello sentó mal a Juanita Reina, que no entendía de vetos ni de tales imposiciones. Otro episodio acabó por enfurecerla. Conchita Piquer concedió una entrevista a uno de los mejores reporteros de la época, Manuel del Arco, que mantenía una leidísima sección diaria en las páginas de "La Vanguardia Española". Al preguntarle éste qué le parecía Juanita Reina, aquélla vino a decirle que la imitaba, y si no, que "la había soñado". Algo en lo que sencillamente, creemos, no llevaba razón alguna, puesto que ambas triunfaron con estilos muy personales. Y desde entonces se juramentaron no coincidir en ningún sitio, y si ocurriera, ignorarse mutuamente.
La animadversión de Juanita hacia su rival se reforzaba personalmente porque su marido había sido primer bailarín de la compañía de Conchita Piquer y no había olvidado aquella bronca que le echó, injustamente. Cuando tras una pieza de baile, el público le pidió un bis, él complació al respetable y apenas se hubo retirado, tras el telón se encontraba la estrella conminándole a que jamás se atreviera a repetir un número por mucho que los espectadores se lo exigieran. Hasta aquí queda concretada la razón de aquella mutua antipatía entre ambas reinas de la copla. Naturalmente existen fotos en las que ambas, frente a frente, sonríen, pero por dentro, ya digo: se detestaban. Nadie duda de la poderosa personalidad de Conchita Piquer. Ni de la de Juanita Reina, que en el trato era sumamente afectuosa, de una discreción absoluta, sin jamás hablar mal de nadie (ni siquiera de su gran rival).
Tuvo que aguantar mucho tiempo la dictadura de su padre, don Miguel Reina, un pescadero que en principio se opuso a que su hija fuera artista; luego se convirtió en su representante y empresario. No la dejaba trasnochar: del teatro al hotel. Le espantaba todos los novios. Y no consentía las relaciones de su hija con "Caracolillo". Estuvieron cinco años de novios y se casaron cuando ella era ya algo más que talludita: contaba treinta y nueve años y su progenitor ya no podía prohibirle casarse, por mucho que le fastidió que dejara su soltería. Lo llamaban "El telón de acero", por esa protección hacia Juanita. Contestaba, en vez de ella, a las preguntas de los periodistas. Doy fe porque padecí un día, en el madrileño teatro Calderón, semejante suplantación. Ella era la cantante favorita de Francisco Franco: "Te seguimos", le decía en las recepciones el Jefe del Estado. Y ella se ponía a llorar. "Decían que yo me parecía físicamente a su hija Carmencita", me confió la cantante sevillana. Y el caso es que los censores franquistas le prohibieron algunas coplas, como "Yo soy esa", la historia de una puta: "Esa oscura clavellina / que va de esquina en esquina…". Muy piadosa, fiel a su Virgen de la Macarena, regaló algunos vestidos y joyas para que le confeccionaran un manto a la imagen. Se dice que hasta le cedió parte de sus cabellos.
Su última actuación tuvo lugar el 6 de junio de 1997, ya con sus facultades mermadas. Quien la empujaba a seguir en activo era su marido, su admirador número uno. Murió el 19 de marzo de 1999. Toda Sevilla se echó a la calle en su entierro. Una gran señora, una excelsa cantante.