Uno de los cantantes más queridos y admirados en España se llama artísticamente Alberto Cortez y este pasado miércoles, 11 de marzo, cumplió setenta y cinco años, cincuenta y ocho de ellos dedicados a componer e interpretar muy bellas y emotivas melodías, entre las que se siguen recordando, entre otras, "Las palmeras", "En un rincón del alma", "El abuelo" (en memoria de su antepasado, originario de una aldea gallega), "Cuando un amigo se va", (dedicada a la muerte de su padre, en 1963), "Distancia", "A partir de mañana", "Te llegará una rosa"… y un largo etcétera, hasta completar el cerca de medio millar de títulos recopilados en alrededor de cincuenta álbumes. No olvidemos que fue el primero en musicar poetas clásicos españoles y otros contemporáneos. Autor también de cuatro libros de poemas, está considerado uno de los más importantes artistas de la canción de toda Hispanoamérica.
En Madrid lleva viviendo desde 1964 con su encantadora esposa, la belga Renata (a la que dedicó una pieza con su nombre, de la que Mina hizo una versión, sólo que trastocándolo en masculino). Goza Alberto Cortez del máximo respeto, por su bonhomía y su más que acreditada categoría artística. Lo que ahora nos ocupa es recordar una vieja historia, sabiendo de antemano su absoluta honradez profesional.
Su verdadero nombre es el de José Alberto García Gallo, natural de Rancul, Argentina, donde vino al mundo el 11 de marzo de 1940. Su debut musical se produjo en 1957 como vocalista de la orquesta Arizona, anunciado como "Chiquito García". Posteriormente, según él mismo ha contado en infinidad de ocasiones, optó por adoptar el sobrenombre artístico de Alberto Cortez. En el verano de 1960 se enroló en una compañía folclórica, Argentina International Ballet Show, con la que viajó a Europa. La formación hubo de disolverse, estafados sus componentes por el empresario que los contrató. Y nuestro personaje acabó en Bélgica, sin dinero, sin conocer a nadie, donde hubo de improvisar su inmediato futuro como solista de canciones hispanoamericanas, entre las que se incluía "Sucu-Sucu", un cha-cha-chá del boliviano Tarateño Rojas.
Y aquí empieza el lío. Pues en Bélgica actuaba en aquellos días estivales de 1960, con gran éxito, un cantante peruano llamado Alberto Cortez (Darío Alberto Cortez Olaya, natural de Callao, Perú, nacido el 25 de octubre de 1929), especializado como cantante de boleros y música tradicional cubana. El mencionado llevaba cantando desde mediados los años 50 por distintos países europeos. Constatamos que debutó en Madrid el 12 de abril de 1956 en la sala "Casablanca" como vocalista de una orquesta de la que formaban parte el percusionista Pepe Ébano, Ernesto Duarte Brito y el contrabajista Israel Cachao López, trío destacado que acabaría afincándose en nuestra capital. Este Alberto Cortez peruano actuó en otra sala madrileña de prestigio, "Pasapoga", en la Gran Vía. Y en la inauguración de los estudios de Televisión Española, ese mismo año. También en los jardines "Villa Rosa". Y figuró en la película "Faustina" cantándole a su protagonista, la gran María Félix. Luego era un cantante conocido y así continuó unos años hasta ese repetido verano de 1960 cuando fue contratado en el Gran Casino belga de Knokke. Donde desplegó su repertorio de boleros y sones cubanos.
Por esos días, apareció en Knokke el joven argentino José Alberto García Gallo. La versión que contó el peruano Alberto Cortez es ésta: hubo de volver a España a cumplir sus contratos, precisamente en los días en los que la compañía belga Moonglow Récords lo buscaba para grabar un disco. No encontrándole, se presentó en los estudios de dicha casa discográfica el citado José Alberto García, Gallo. Aquél siempre mantuvo que "el argentino usurpó mi personalidad, robándome el nombre". El argentino Alberto Cortez conseguiría un gran éxito con su primer disco, "Las palmeras". Y desde Bélgica, aquella melodía se divulgó en España, adonde aterrizó su intérprete en 1961, firmando un contrato con Hispavox. Desde luego con el nombre de Alberto Cortez. Por entonces, el peruano asimismo llamado lo demandó ante la justicia belga por usurpación de personalidad. Según su testimonio, al argentino lo expulsaron del país. Fue cuando acabó recalando en Madrid. Posteriores juicios del peruano contra el argentino resultaron vanos. Y mientras el otro Alberto Cortez iba afianzando su carrera entre nosotros con nuevos éxitos como "El vagabundo", "La tierra", "Boni, bonita", "Serenata en Portugal"…, quien seguía asegurando ser el verdadero Alberto Cortez veía inútiles sus reclamaciones judiciales, aunque anunciado con carteles en las calles madrileñas, que yo recuerdo haber contemplado. Había, por tanto, dos Alberto Cortez. Algo insólito en el ambiente artístico. Un embrollo.
Se impuso el sentido común y dado que la popularidad del argentino era evidente, el otro, el peruano, se fue de España entre maldiciones y denuestos registrando en 1966 su nueva denominación: Alberto Cortez "El Original". Ha seguido en activo en los últimos años, viajando a menudo a España con su esposa, que es sevillana. Lo que no ha hecho es anunciarse aquí. Hubiera vuelto a las andadas con el que todos seguimos llamando Alberto Cortez, quien sobradamente ha demostrado durante medio siglo su inmenso talento como compositor e intérprete, con esas canciones llenas de ternura, emotivas.
El que en su chalé de las afueras de Madrid sigue feliz al lado de su esposa, Reneée (Renata) Govaerts, con quien cumplió en junio pasado sus bodas de oro matrimoniales. Les encanta invitar a amigos a un buen asado; compartir alguna botella de buen vino, de las muchas que hay en su bodega. Y él, siempre enfrascado en su estudio de grabación limando alguna letra, apurando las notas de una partitura. Porque no se ha retirado. "El día que no pueda subirme a un escenario será como si estuviera muerto". La pena es que ya no puede acompañarse con su guitarra desde que en 1966 sufriera un ataque cerebral, sometido a una operación por obstrucción de la carótida. Afortunadamente ha podido brindar por su recentísimo setenta y cinco cumpleaños.