A punto de concluir la presente serie queremos dedicar el penúltimo artículo a una de las últimas grandes estrellas de la revista musical, Tania Doris. En ella simbolizamos a cuantas lucieron generosamente su palmito, precisamente en tiempos lejanos cuando la censura actuaba férreamente para impedir cualquier exceso de impudor. En las grandes ciudades esos espectáculos tenían cierta tolerancia, con respecto al cine u otras representaciones. El periodo en el que desarrolló su carrera artística fue entre mediados los años 60 y los 90. Tres decenios en los que impuso su belleza en la pasarela como gran "supervedette", mostrando sus encantos, aunque jamás en desnudos integrales que su empresario y compañero sentimental, Matías Colsada, siempre prohibió, a ella y a todas sus artistas.
Un avezado hombre de negocios teatrales, nacido en Madrid en 1910, de familia modestísima: su padre era ebanista. Sin apenas estudios, fue músico, actor ocasional, componente de una "troupe" circense, hasta que se convirtió en el gerente y propietario de varios teatros y compañías revisteriles; el más importante en su especialidad. Descubridor de jóvenes aspirantes a triunfar en ese género, conoció a la futura Tania Doris (que así la bautizó en las carteleras) cuando era una incipiente bailarina con catorce años. Llamada María Dolores Cano Barón, había nacido en Valencia en 1952, de familia granadina. Por ser muy alta (un metro y setenta y dos centímetros de estatura, descalza) no encontraba trabajo en ningún ballet. Así es que debutó como Lolita Cano en un espectáculo de sala de fiestas encabezado por Andrés Pajares. Poco después se fijó en ella Tony Leblanc, contratándola para su revista Yo me llevo el gato al agua, en 1966. Allí es donde la descubrió Colsada (que por cierto se llamaba realmente Matías Yáñez Jiménez y utilizaba aquel sobrenombre tomado del circo en el que trabajó de joven), y la convenció de que podía triunfar en la revista musical. Y así fue.
Comenzando por una compañía que tenía como figura a Lina Morgan. Con sus espectaculares medidas -96-62-96-, sus innegables dotes para la danza, una aceptable voz para cantar y desde luego su gran atractivo físico en general, sobre todo sus piernas y caderas, Tania Doris fue la estrella indiscutible de la revista española en los años 70 y 80. En el cine sólo tuvo una aparición, como protagonista del filme de Rafael Gil Las alegres chicas de Colsada. Aunque sus espectáculos se dieron a conocer en los más importantes teatros españoles fue en Barcelona donde alcanzó su mayor popularidad y, en razón de ello, fue motejada como "La reina del Paralelo", en alusión a la zona de la Ciudad Condal donde Colsada tenía su teatro Apolo, su feudo principal (como luego lo sería también el madrileño de La Latina). La había conocido sólo con catorce años, y se convirtió en su protector, un "Pygmalión" enamorado hasta las "cachas" de la valenciana, no cejando hasta, ya con la mayoría de edad, compartir a su lado alrededor de treinta años. Viajaron por medio mundo, en temporadas en las que ella no trabajaba. Y si él tuvo justa fama de tacaño no la demostró con su amada, a la que colmaría en el transcurso del tiempo con valiosos presentes, vestidos y joyas.
Matías Colsada se había casado con la zaragozana Aurelia Buj, con quien no tuvo descendencia. Pero la unión duró poco tiempo, aunque nunca se preocupó de legalizar su separación de hecho ni de un posible divorcio cuando podría haberlo tramitado, llegada la Transición. Vivía muy feliz junto a Tania Doris y como le espantaba la idea de la muerte ni siquiera tomaba en cuenta su situación sentimental. Mentarle ir a un notario resultaba con él inútil, como no fuera para un negocio. Y dado que su salud era en general óptima tampoco parecía hacerse a la idea de que era mortal. Y con ese convencimiento nunca testó ni dejó instrucción alguna para llegada la hora de su adiós. Se fue de este mundo a los 90 años el 25 de marzo de 2000. Murió en los brazos de Tania, mientras almorzaban en la Costa Brava.
Lo que vino después hasta hace apenas un par de meses fue una pesadilla para ella, ya retirada del mundo del espectáculo desde mediados los 90. Catorce años luchando por una herencia, a la que aspiraban asimismo su viuda legal y dos hijas extramatrimoniales que presentaron su ADN al juez. Cuando falleció Colsada, Tania Doris reclamó el cincuenta por ciento de los bienes del empresario, que entonces se calculaba ascendían a ocho mil millones de pesetas. En 2005 una juez se lo denegó. Continuó apelando en una interminable aventura judicial. Al final, hace un par de meses, ya cansada de esa lucha, obtuvo dos millones y medio de euros como herencia de un hombre al que dedicó toda su juventud y su arte en los escenarios, su cariño, su protección al procurar siempre estar pendiente de sus cuidados; al fin y al cabo él le llevaba cuarenta y dos años de diferencia. El prolongado litigio alteró los nombres de los beneficiarios pues por los fallecimientos de su viuda y de una de las descendientes, el reparto de la cuantiosa herencia, ya estimada en algo más de cincuenta millones de euros, fue a parar, desquitando lo que le pertenecía a Tania, a un chófer del empresario (al que legó su parte Aurelia Buj, la viuda), Julia (una de las dos hijas) y las herederas de la otra hija muerta. Un final que ha amargado aún más la vida de quien fue aquella espléndida mujer que conquistaba entre plumas de Marabú, movimientos sensuales y música pegadiza al entusiasta público de sus espectáculos.
Hoy, Tania Doris hace borrón y cuenta nueva tras sus últimos años borrascosos. A sus sesenta y dos años, solitaria, sin ningún amor a su lado, sólo quiere olvidar y vivir en paz. Aunque por su mente ya se le pasó esta idea: si hubiera permitido que los restos de Matías Colsada fuesen incinerados, al menos dos de esas hijas extramatrimoniales, de las que ella no tenía ni idea, no hubieran podido cobrar su cuantiosa herencia.