Cuando la duquesa de Alba desobedeció al Rey
La duquesa de Alba murió a los 88 años. Y lo hizo como ella quería.
Como era de esperar, Sevilla entera despide a la duquesa de Alba, demostrándole una vez más el cariño que la ciudad entera le profesaba, y que -sin lugar a dudas- ella se supo ganar.
Ha muerto como ella quería, en su cama y en su casa, rodeada por todos sus hijos y su fiel Alfonso que, según me cuentan amigos comunes, está destrozado, no deja de llorar ni de preguntarse qué va a ser de su vida a partir de ahora sin Cayetana.
Según su confesor, Ignacio Sánchez Dalt, "murió sin sufrir, en su cama y en Sevilla". Esas fueron sus palabras.
Cierto es que doña Cayetana adoraba esa ciudad, a pesar de haber nacido en Madrid, y por expreso deseo de la finada, sus cenizas se depositarán en el Santuario del Cristo de los Gitanos, por el que sentía una gran devoción.
Cayetana de Alba, desde niña, demostró tener una gran personalidad desde niña que ninguno de sus 6 hijos ha heredado. Siempre se consideró una persona libre a pesar de las cargas sociales que suponía ser la duquesa de Alba. Fue una adelantada a su época, ella misma lo reconocía, y nunca le importó lo que se pudiera decir de ella.
Cuando algo se le metía en la cabeza, lo llevaba a cabo, por encima de todo. Tanto es así, que ni siquiera hizo caso al propio rey Juan Carlos, al que le tenía un gran cariño, cuando le aconsejó que no se casara con Alfonso Diez. En un principio se lo pensó, pero al cabo de un tiempo decidió que ella no quería vivir en pecado y que volvería a pasar por la vicaría.
Se enfrentó a todos sus hijos, que no querían que su madre volviera a contraer matrimonio. Repartió su herencia y, al final, se salió con la suya.
En principio, y después de una gran lucha, el nuevo marido de su madre fue aceptado, de cara al exterior, por los hijos de su entonces novia. Pero a partir de ahora, cuando la duquesa ya no está, habrá que ver en lo que queda dicha relación. Hay que reconocer que el funcionario la hizo muy feliz los últimos años de su vida, rescatándola de una soledad de la que la propia Cayetana se quejaba sin parar.
Lo llevaba, como se suele decir, como una vela, demostrando una vez más que, pese a ser una persona afable y cercana, tenía un carácter fuerte y en ningún momento olvidaba que ella era la duquesa de Alba, y ejercía como tal.
Flamenca, taurina y bética, vivió como ella quiso hacerlo, sin dar ningún tipo de explicaciones. Se ha ido para siempre, dejando un enorme vacío, la más grande de las grandes.
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