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Miguel Boyer e Isabel Preysler, socialismo "jet-set" y papel cuché

La relación entre Boyer y Preysler fue un acontecimiento memorable, mezcla de crónica social y política, capaz de reflejar la identidad de un país.

La relación de Miguel Boyer e Isabel Preysler pasa por ser una de las más memorables de la crónica social del país. Pertenece a una España que parece haber pasado ya a la historia, pero que a la vez resuena todavía en los mentideros y la memoria de los españoles. Para empezar, supuso una de las más importantes intersecciones de la crónica rosa y la política en los últimos años, entrecruzando los destinos de uno de los "superministros" socialistas de principios de los ochenta con una destacada protagonista de las fiestas de la jet-set.

¿Pero cómo eran realmente ellos en la intimidad? Juan Luis Galiacho lo explicó en una entrevista en Es la mañana del Fin de Semana a raíz de la publicación del libro Isabel y Miguel, un volumen que trata la historia de amor entre ambos mediáticos personajes, una relación por la que nadie daba demasiado al principio... pero que acabó perdurando incluso durante los últimos años de él, tras su grave enfermedad. Su amor se ambientó en una España, la de los ochenta y noventa, donde la jet-set de la época y el poder político se entrecruzaban con más facilidad -o al menos de una forma menos oculta- que ahora.

Entonces había una "beautiful people" y una clase dirigente que se dejaba ver mucho más en los grandes saraos y fiestas. Como por ejemplo en las denominadas "lentejas" de Mona Jiménez, una periodista hispano-peruana que reunía con frecuencia en un piso de la calle Capitán Haya en Madrid a políticos, intelectuales y famosos de la época, en general todos aquellos que tenían algo que decir en la modernización de la España de la Transición. Era la primavera de 1982, y ambos estaban casados: Isabel Preysler con el marqués de Griñón y Boyer con Elena Arnedo. La aristócrata se dejó caer por la fiesta para que la "ayudasen" con unas licencias para instalar un gran parque de atracciones en unos terrenos del marqués en Alicante. Por lo tanto, la reunión donde ambos se conocieron, en principio de negocios, fue consentida por el propio marqués de Griñón. Durante varios años, hasta 1985 -año del divorcio de Boyer-, ambos compaginarían su relación con la "oficial" de manera clandestina.

Un romance que, frente a lo que se pudiera pensar, no ayudó demasiado a Boyer en su carrera por el poder en el partido. "La China", como se denominaba a Isabel Preysler por sus orígenes exóticos, podía tener glamour en la socialité pero no era muy bien vista en la élite política socialista, y en cierto modo limitó su ascenso a la vicepresidencia que finalmente fue para Alfonso Guerra. Pocos daban algo por la relación, que sin embargo acabó demostrando ser algo a prueba de bombas. Contrajeron matrimonio en la más estricta intimidad en enero de 1988. El matrimonio tuvo una hija, Ana.

¿Pero cuál era la dinámica entre ambos, su intimidad? Tal y como aseguró en esRadio Galiacho, Isabel Preysler siempre ha sido una mujer un tanto "aburrida, sin dotes de entretener", pero a la vez tremendamente "metódica y controladora" en todos sus movimientos, dos cualidades que sin duda la han ayudado a sobrevivir en la prensa rosa y las portadas... pero también en su vida matrimonial, donde jamás, jamás, ha ejercido de comparsa. Porque, en efecto, era ella quien llevaba las riendas de casi todo, dejando a Boyer en la sombra de manera evidente. Cuando los escándalos políticos y económicos se empezaron a amontonar en el currículum de éste, fue precisamente esa serenidad lo que les permitió sobrevivir, de cara a la vida pública pero también en la privada. En efecto, su esposa "supo llevarlo perfectamente" gestionando además la imagen pública del matrimonio. Isabel, persona de respuestas muy medidas, cuyo gran mérito ha sido "no haber dicho nada en toda su vida, o lo que le interesa nada más", ayudó sin duda a que su marido resistiera las polémicas alrededor suyo aunque fuera acaparando para sí toda la atención posible.

Y así ha sido hasta la muerte de Miguel Boyer el 29 de septiembre de 2014, a los 75 años y tras 26 de matrimonio. Tras el ictus de febrero de 2012, un "antes y un después" que casi acabó con la vida de Boyer y que le dejó marcado por importantes limitaciones, Isabel y sus hijas han estado con él hasta el final. Convertido en un "enfermo crónico de salud delicada", Preysler nunca abandonó el barco, haciendo frente a la carísima rehabilitación en clínica privada -hasta 3.000 euros al mes- de su marido y disponiendo todo lo necesario en su mansión de Puerta de Hierro, donde Miguel Boyer nadaba todas las tardes como parte de sus ejercicios de recuperación.

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