Va para ocho años que Rocío Jurado dejó este mundo. Setenta y dos cumpliría ahora, el próximo 18 de septiembre, edad siempre escamoteada por ella a los informadores. De igual modo que supo ocultar a la opinión pública algunos rincones de su intimidad. Nunca habló de su primer amor: un paisano suyo, de las familias más adineradas entonces de Chipiona. Rocío era mocita, pero de cuerpo muy desarrollado; andaría por los dieciséis o diecisiete. Prendada de un chico con el que se hacía muchas ilusiones. Las cortaron de repente los padres del novio. Éste, no supo –o no se atrevió- a explicarle las razones de la ruptura y ella tuvo que enterarse a través de terceros que no la admitían en aquella familia por ser pobre: la hija de un zapatero remendón, Fernando Mohedano.
Y, lo que son las cosas, cual sacadas del mejor culebrón: ya artista popular, con un buen dinero en los bancos, Rocío volvió a su pueblo para asistir a uno de los diversos homenajes que allí recibió en vida. Paseando por la playa dio en reencontrarse con aquel muchacho del que había estado enamorada de jovencita. Trabajaba de camarero en un chiringuito para ganarse los garbanzos, pues hacía tiempo que los suyos se habían arruinado. Paradojas de la vida… ¿Verdad que parece el capítulo de una telenovela, con moralina incluida? Pues ocurrió en realidad.
Pasarían unos años, los primeros de la década de los 60. Rocío Jurado iba de figura femenina en la compañía de variedades aflamencadas de Enrique Vargas, el Príncipe Gitano, donde por cierto cantaba la zambra "Tengo miedo", que el artista calé había dejado de interpretar, entendiendo que un macho como él no podía ir repitiendo que le asustaban las mujeres, como me confió personalmente. (El argumento de la letra no se refiere desde luego a ese temor que entendía el cantante). El caso es que, actuando Rocío en Valencia en el añorado teatro Apolo despertó la admiración de un joven de buen porte, bien conocido en la capital del Turia por su historial amoroso. Cambiaba de novia como de camisa.
Era Enrique García Vernetta, uno de los tres hijos de los dueños de la acreditada perfumería "Las Barcas". Fue a saludarla al camarín. Cruzaron sus miradas. Y él fue a verla todos los días mientras ella actuó en dicho coliseo. Quedaron en proseguir aquella prometedora relación, en tanto la madre de la artista, doña Rosario, vigilaba de cerca para que su hija no se equivocara a la hora de elegir pareja. A pesar de ese férreo marcaje de "la carabina", Rocío y Enrique fueron novios… ¡catorce años! Enrique se convirtió en mánager de la estrella de la copla, a la vez que abría una agencia de espectáculos con su hermano gemelo Sebastián (que luego se casó con la también cantante Salomé) y se desligaba del negocio familiar. Durante ese prolongado espacio de tiempo viajaron juntos por toda España y América. Rocío estaba "coladísima" por Enrique.
Cada vez que los periodistas nos interesábamos por los planes de boda, "se hacían los sordos". Hasta que al final supimos la verdad: ella quería casarse pero él, no. Y un día, harta de aquella situación, temiendo quedarse "para vestir santos", la chipionera le dio un ultimátum al seductor valenciano. Y éste, se fumó un puro. Seis meses más tarde Rocío Jurado se convertía en "la señora de Pedro Carrasco" campeón mundial de boxeo. En Valencia, donde continúa residiendo, Enrique García Vernetta sostiene que fue el gran amor de la cantante. No queriendo él pasar por la vicaría mantiene que Rocío "se casó con Pedro por despecho". Y cuenta más cosas: que ya madre de Rociíto, entonces de pocos meses, se reencontraron y ella le propuso reanudar la antigua relación, marchándose a vivir juntos donde fuera, porque estaba harta de que su marido gastara a sus espaldas más de la cuenta. Enrique, siempre siguiendo su versión, le hizo comprender lo arriesgado de esa propuesta. Y también añade que la segunda boda de Rocío Jurado no la hizo feliz con el torero.
Es su opinión pero ¿basándose en qué? Tales testimonios son sólo un par de capítulos de los muchos más que quiere escribir en un libro, especie de memorias amorosas, el perfumista y agente artístico valenciano, si es que encuentra un editor interesado en ello. Más fácil le será proponer esas confesiones en alguno de los programas televisivos del corazón, donde tiempo atrás ya evocó algunos de esos recuerdos. Lo más gordo y delicado, que él ha referido alguna vez, es que durante sus catorce años de relaciones con Rocío Jurado perdieron un hijo que ella esperaba con ilusión, aunque pensara al mismo tiempo que sería un problema para su carrera.
Confidencias en general de un pasado ya lejano que, no obstante, podrían herir a terceras personas, lo que Enrique tal vez esté sopesando, aunque mantenga que no miente ni teme nada. ¿Qué pensará de todo esto, por ejemplo, Rociíto? ¿Qué motivos pueden llevar a García Vernetta a desempolvar tales historias? Todo ello sucede en un tiempo en el que desde que la gran artista se fue para siempre, personas de su entorno han protagonizado episodios mezquinos y desagradables.
El protagonismo de su cuñada, que cuando era su peluquera no era objeto de interés periodístico y ahora lleva un par de años subida a un dudoso pedestal de popularidad, contándonos los engaños económicos y sentimentales de que ha sido víctima por parte de su ya exmarido.
El hermano al que tanto ayudó Rocío, incapaz de proseguir con éxito a la muerte de ella su oficio de representante artístico, y ahora embarcado en embrollos. Ítem más: el hijo que adoptaron la cantante y el torero, a merced de las drogas, la mala vida, "fundiéndose" la generosa herencia que recibió de su madre, sin oficio ni beneficio. Y para corolario, el penoso espectáculo del viudo de la estrella, condenado a un par de años en una cárcel de Zaragoza, desde cuyos barrotes ve pasar los días por culpa de su insensato proceder. Pareciera todo ello el argumento de una moderna tragedia griega. ¡Qué pena, Rocío, que todo ello haya sucedido desde que nos dejaste…!