Colabora

La tragedia de Azucena Hernández

A los 26 años quedó tetrapléjica por un accidente de coche.

Azucena Hernández | Archivo

De los nombres previstos para esta galería de actrices ninguno conlleva en su biografía unos tintes tan trágicos como los de una bellísima joven que a los veintiséis años vio truncada su ascendente carrera por culpa de un accidente de coche. Se llama Azucena Hernández y su existencia transcurre, día a día, sentada en una silla de ruedas, tetrapléjica desde aquella oscura noche de octubre de 1986, sin esperanza alguna de que pueda recobrar sus movimientos.

La conocí una tarde de 1978 en un mesón a espaldas de la madrileña plaza del Callao. Mi inolvidable amiga Florinda Chico me pidió asistir a un cóctel donde Azucena Hernández sería presentada como protagonista de una próxima película, su debut ante las cámaras; vivía en Cataluña y nadie la conocía en nuestra capital. La productora era modesta y eligió un local que no era de los habituales para los informadores en este tipo de actos. Ello restó concurrencia: apenas veinte personas, entre ellas sólo tres o cuatro periodistas. La neófita actriz contaba dieciocho años, con un atractivo rostro, de esos que uno tiende siempre a adjetivar como angelical. Le pedí que me contara algo de su vida: "Me llamo Azucena Hernández Iglesias y nací en Sevilla el 21 de marzo de 1960, pero vivo en Blanes, provincia de Gerona. Con mis padres. Bueno, con mi madre y mi padrastro, que es albañil. He trabajado de secretaria, me eligieron Miss Cataluña , competí por el título de Miss España, he pasado modelos y también hice algunos anuncios…".

Era el "curriculum" de tantas jovencitas que ganan un concurso de belleza y aspiran a la popularidad del cine y la televisión, sin bagaje artístico alguno. La productora que nos convocaba para anunciar el rodaje de Las eróticas vacaciones de Stella había contratado a Azucena Hernández como protagonista de una serie de películas calificadas "S" por la Junta de Censura. Estábamos en pleno rodaje de la Democracia y muchos cines de barrio anunciaban en sus salas toda suerte de engendros, unos eróticos y otros decididamente pornográficos. Los españoles ya no tenían que irse a Perpiñán para satisfacer esas experiencias cinéfilas. Y quienes rodaban tales historias solían ser desconocidas muchachas con ansias de salir de su mundo gris, sin importarles rodar en pelota picada.

Azucena Hernández, que empezaría cobrando un millón de pesetas (respetable cantidad que no percibían entonces algunas actrices de primera fila), a pesar de su aspecto ingenuo de chica que no ha roto un plato en su vida, sabía de sobra las exigencias de la productora de Las eróticas vacaciones de Stella, por eso le arranqué esta confesión: "Si una chica como yo recién llegada al cine quiere hacer una película tiene que pasar por el aro y desnudarse. Yo me hago a la idea de que la gente no me mira". Algo metidita en carnes, como por entonces gustaban a la mayoría de españoles, me reconocía: "Sí, soy ancha de caderas, porque he hecho mucho atletismo".

A su debut cinematográfico siguieron otras películas cuya protagonista, encarnada por Azucena, seguía llamándose Stella; una especie de nueva Lolita "a la española", sólo que sin guionistas que se parecieran a Nabokov. Y en todas tenía que mostrarse en cueros vivos. Sirva de ejemplo este título: Bacanal en directo. Con un cuerpo escultural, sin duda. Lo corriente es que las actrices de ese cine terminaran pronto su carrera, no así Azucena Hernández. Consiguió alejarse de aquellas productoras de cine "S", aunque no de la naturaleza de los papeles que le ofrecían en Crónicas del bromuro, El erótico enmascarado, Adulterio nacional, El Cid Cabreador, Play-boy en paro, Don Cipote de la Manga… Como le pagaban bien, Azucena "tragaba" con tales apariciones.

Mostrando su generoso palmito pero ya sin quitarse su ropa interior, apareció en calidad de azafata en varios programas de televisión (Ding-Dong, junto a Andrés Pajares, y Gol… y al mundial), así como en seis capítulos de la muy notable serie "Antología de la Zarzuela", en la entonces denominada Primera Cadena. Un notable director, guionista y actor, más reconocido fuera de España, el madrileño Jacinto Molina, Paul Naschy en sus estimables filmes de terror, se fijó en Azucena Hernández, eligiéndola como compañera de reparto en El retorno del hombre-lobo. Era el año 1980. Ella iba aprendiendo, tenía confianza en adquirir más recursos dramáticos y así la eligieron para el reparto de la que iba a ser, fatídicamente, su última película, La estanquera de Vallecas, que hacía la número veintitrés de su filmografía. Ya su nombre iba siendo conocido entre los profesionales del cine. Y le llegó también su debut en las tablas; nada menos que a las órdenes de José Tamayo, en "Enrique IV", de Pirandello. Todo un clásico moderno, pieza de toque para una principiante en el teatro. José María Rodero, que era el protagonista, se prendó de Azucena y trató de adiestrarla con su veteranía y sus atenciones.

En la desapacible madrugada del 15 al 16 de octubre de 1986, conduciendo su automóvil, sufrió un serio accidente en la carretera que la llevaba a su domicilio de un pueblo cercano a Madrid, consecuencia del cual quedó para siempre tetrapléjica, en silla de ruedas. Días, semanas, meses, años de angustia. Su madre estaba siempre a su lado, en tanto Azucena repetía: "¡Quiero morirme…!" Fue muy lentamente aceptando su fatídico y trágico destino. El de una bella mujer que en la flor de la vida, con sólo veintiséis primaveras, dejó enterrado su futuro como actriz y sus sueños de mujer en una lluviosa noche en el asfalto.

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario