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Cuando Bibiana se llamaba Manolo

Su paso por Supervivientes, desnudo integral incluido, le reportó 84.000 euros.

Su paso por Supervivientes, desnudo integral incluido, le reportó 84.000 euros.
Bibiana Fernández | Imagen de televisión

No podía faltar a esta galería semanal quien por derecho propio se lo ganó de sobra hace mucho tiempo, pues se ha desnudado en un sinfín de ocasiones mostrando sus vergüenzas sin pudor alguno, la última a través del programa Supervivientes en una escena probablemente calculada por su protagonista (tal vez con el acuerdo tácito de los responsables del programa y sus guionistas). Mientras sus compañeros participantes trataban de construir un refugio en la playa hondureña donde se encontraban, Bibiana Fernández, nada hormiguita en tal ocasión, prefirió dedicarse al dolce far niente, tumbándose sobre la fina arena, en pelota picada. Llevaba veintiocho jornadas en el lugar, contratada por Telecinco como estrella de su nueva edición de Supervivientes, a razón de veintiséis mil euros semanales. Pactada o no su marcha, fue expulsada del grupo, retornando a España sabiendo que en su cuenta bancaria tenía ingresados ochenta y cuatro mil euretes. Que le permitirán disfrutar este verano unas buenas vacaciones. Eso sí, a su vuelta, J. J. Vázquez la increpó duramente, cruzándose ambos una serie de reproches y explicaciones, que quizás también estuvieran previstas en el guión. El caso es que Bibiana Fernández, algo olvidada en los últimos años pese a su presencia como colaboradora del programa de Ana Rosa, volvió a reverdecer sus años del pasado, cuando era personaje frecuente en las páginas de las revistas del corazón y los espacios televisivos afines. Como habrá espectadores y lectores jóvenes que desconozcan el "curriculum" de esta inquietante mujer que con finos tacones se pone en el uno noventa de estatura y habla con un desparpajo sin igual, les contaré su identidad de ayer.

Bibiana… se llamaba Manolo. Manuel Fernández Chica, para precisar. Nacido el 13 de febrero de 1954 en Tánger. Sus padres se separaron. El progenitor era taxista. Hombre dado, fuera de servicio, a correrías nocturnas que lo llevaban a puticlubs de la capital marroquí. Manolito iba a recogerlo con las del alba para trasladarlo a casa a "dormir la mona". No olvidaría quien era entonces un guapo mozo aquellos antros, con mujeres semidesnudas. Porque él mismo, mirando su cuerpo frente al espejo, se notaba diferente. Vivió su primera juventud en Málaga. Llamado a cumplir el servicio militar, se armó la marimorena en el cuartel porque los movimientos de caderas del joven recluta no le hacían precisamente un candidato como los demás a llevar un Cetme al hombro. Así es que lo licenciaron pronto. Se fue a Barcelona. Ya tenía hacía mucho tiempo decidido que quería ser artista. Conoció los lugares golfos del Paralelo. Actuó en locales de la cadena Ferrer, entre chicas de alterne y travestís como él. El dueño le sugirió llamarse Bibi Andersen (apelativo muy similar al de una conocida actriz sueca). Debutó luego en la compañía de revistas de Juanito Navarro. Hubo gacetilleros que escribían sobre la ambigüedad de Bibi. ¡De ambigüedad, nada! Era todo un tío, con movimientos afeminados, que mostraba sus atributos viriles en cuanto le dejaban en el escenario.

El notable director cinematográfico Vicente Aranda lo contrató para su película Cambio de sexo, en 1976, junto a Victoria Abril. Le iba su papel que ni pintado. A todo esto fue sometiéndose a tratamientos hormonales con estrógenos. Leí yo por entonces algo sobre ese entonces oscuro asunto que la prensa no solía divulgar mucho, temerosa aún por la censura. Una tal Angie von Pritt, ducho –ducha- en la cuestión, me sacó de dudas: "En la escala de la homosexualidad está el homosexual a secas; el travestí, que es el señor que se viste de señora; el transexual, que vive, actúa y piensa como mujer… sólo que tiene pene y, una vez operado, ya es una señora". Cuando conocí a Bibi Andersen y almorcé a su lado en el Club Internacional de Prensa, me dijo sobre el particular: "Que me califiquen como travestí, no me gusta porque yo me siento mujer. ¡Qué importa que yo tenga el órgano sexual masculino…! Pienso, sueño, siento como una mujer". Eso me decía en 1978, añadiendo que no quería operarse. La intervención costaba bastante: trescientas mil pesetas. Cambiaría de opinión unos años más tarde. Sometida a una cirugía conocida como vaginoplastia. En 1994 ya tenía su carné de identidad como mujer, figurando en él como Bibiana Manuela. Con su nombre artístico originario, el de Bibi Andersen, puede presumir de haber sido dirigida por Pedro Almodóvar (Matador, La ley del deseo, Tacones lejanos y Kika). A las órdenes de Gutiérrez Aragón, en La noche más hermosa. Luego sumó, en papeles o menos episódicos, títulos como Sé infiel y no mires a quien, Remando al viento, Acción mutante, Más que amor, frenesí… Fue presentadora en programas de televisión. Y hasta cantó coplas, boleros y grabó baladas pop en un disco de 1980 (Call me lady Champagne y Sálvame). Fue en 1998 cuando adoptó definitivamente su verdadero nombre, Bibiana Fernández, para ser también así conocida artísticamente, anunciándose en los últimos tiempos en una obra teatral junto a su buena amiga Loles León.

¿Qué hay de su biografía sentimental? Su primer novio serio se llamaba Javier Serrano y convivió con él catorce años. El segundo, Asdrúbal Ametler González, le duró menos, separándose en 2003. Ignoro con quién se entiende ahora. De su personalidad, diré que es la de una mujer lista, de gran rapidez mental en conversaciones y entrevistas periodísticas, que se comporta con mesura y educación, controlando su manifiesto genio. Ha sufrido mucho en esta vida, aguantando carros y carretas, insultos y desprecios, críticas por su condición sexual. Y a mí, como aquel personaje del poeta malagueño José Carlos de Luna, El Piyayo, Bibiana Fernández, me merece un respeto imponente.

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