Emilia Pardo Bazán, mujer decidida, apasionada, inteligente, trabajadora e impulsiva, es conocida por su éxito literario, pero también por sus amantes. Como narra Andrés Amorós en Gentestilo, fue la mujer con mayor prestigio en su época, aristócrata y con una buena situación económica. Todo esto le permitió hacer lo que quería sin ningún tapujo.
Como comenta Andrés, según recordaba la escritora, a los 17 años vivió "tres acontecimientos importantes: me vestí de largo, me casé y estalló la revolución del 68". No fue feliz durante su matrimonio con José Quiroga, por eso se acabaron separando. Con el tiempo se han ido conociendo varios amores que tuvo. El romance más intenso y pasional fue con Benito Peréz Galdós, pero también estuvo con Blasco Ibáñez y Lázaro Galdiano.
Amorós explica el tórrido romance que mantuvo la aristócrata con el escritor Blasco Ibáñez, el cual acabó cuando éste denunció a Pardo Bazán por haberle robado la idea para un cuento. Pero la relación que realmente interesa es la de Pérez Galdós. Era un hombre "solitario, tímido y mujeriego", según el suplemento de ABC. Nunca se casó pero mantuvo relaciones estables con varias mujeres, una de ellas Pardo Bazán.
Emilia comenzó sintiendo admiración por él, algo que acabó en pasión, tal y como se puede comprobar en las 93 cartas a Pérez Galdós que se encontraron. Su amor terminó por 1889, cuando ella tenía 37 años y él ocho más. El crítico literario explica que en las cartas se puede ver una evolución de sus sentimientos, ya que empezaba con "Ilustre maestro" y "amigo del alma" y terminaba con "mi siempre amado" y "mi almita". Ella se refería a él como "miquiño mío", "monín", "pánfilo de mi corazón", "chiquito mío". "roedor mío", "canaraíta" o "bobito".
En la correspondencia también se puede apreciar cómo describía esa pasión que sentía por el escritor. "Te aplastaré... Te morderé un carrillito, o tu hocico ilustre... Te como un pedazo de mejilla y una guía del bigote... Te daré a besar mi escultural geta gallega... Búscame casita, niño... Te beso un millón de veces el pelo, los ojos, la boca y el pescuezo". Por ellas se sabe que quedaban a escondidas en Madrid en la calle de la Palma, junto a la Iglesia de las Maravillas. Una de las anécdotas más sorprendentes fue un paseo en coche de caballos que acabó en un arrebato de pasión: "Me río con el episodio de aquella prensa íntima ¿Qué habrá dicho el guarda de la Castellana al recogerla?".
"Siempre me he reprimido algo contigo por miedo a causarte daño físico, a alterar tu querida salud... El quererme a mí tiene todos los inconvenientes y las emociones de casarse con un marino o un militar en tiempos de guerra. Siempre doy sustos", desvelaba en sus cartas Pardo Bazán. Además, confesaba orgullosa la pasión que sentía por él: "Sí, yo me acuesto contigo, y me acostaré siempre, y, si es para algo execrable, bien, muy bien, sabe a gloria, y si no, también muy bien". También le confesó y se disculpó por su aventura con Lázaro Galdiano, diciendo que "fue un error momentáneo de los sentidos".