Mercedes Alaya, también conocida como Mercedes de Andalucía, concentra sentimientos tan contrapuestos como el amor y el odio. Si bien durante gran parte de la larga investigación de los casos de corrupción del Betis, Mercasevilla o los ERE, la juez ha sabido mantenerse en un discreto segundo plano, con su reciente "reboda" sevillana todo eso comenzó a cambiar en dirección opuesta. Ya entonces, la sevillana pareció haber aceptado su condición de figura mediática y decidir airear un poco su personalidad y vida privada, un cambio de política que se demuestra en la sorprendente portada de Vanity Fair de este mes. Un reportaje que promete mostrar la personalidad de la juez que ha causado más quebraderos de cabeza entre corruptos del sur de España.
"Es sin duda la alumna con mejor memoria que he tenido en mi vida" asegura su preparador, el exfiscal Antonio Ocaña, a la revista. De familia adinerada, Alaya sufrió con tan solo 15 años la pérdida de su padre y, más tarde, la muerte de su único hermano. Su firmeza y capacidad de trabajo ha sido una constante en su vida. Alaya, embarazada de su primera hija, consiguió aprobar en solo nueve meses la oposiciones a juez. Asimismo, ser madre de cuatro hijos no le impide estar en la vanguardia de su profesión. La revista la presenta como una "mujer de clase alta que no ha dudado en imputar a sus amigos y piensa a menudo en tirar la toalla".
Su firmeza en los juzgados "colabores de una puñetera vez"; "Deje de hacer teatro"; "Me está usted mintiendo descaradamente..." son unas de las muchas exigencias lanzadas por la juez durante sus sesiones. Sin embargo, en casa su marido, Jorge Francisco Castro, asegura que "quien manda soy yo. No podría estar al lado de una mujer que me dominara". Embarazada de su primera hija, aprobó en nueve meses la oposición a juez. No quería más niños, pero tras las tragedias familiares se sintió tan sola que optó por una familia numerosa. "Nacieron otros dos. Y estaba a punto de viajar a China para adoptar una niña, cuando llegó su cuarto hijo", explica la revista.
Sus enemigos aseguran que la presión está pudiendo con ella y que ha pensado varias veces en tirar la toalla. "Tiene un sentido de la instrucción preconstitucional e inquisitorial, donde no se respetan las garantías de la defensa de los investigados. Alaya padece garzónpatía; un síndrome de la instrucción; no quiere soltar el proceso, porque favorece su protagonismo público", explica uno de los letrados del caso de los ERE. Éste añade asimismo que "En 30 años de profesión jamás he asistido a un trato tan insólito por parte de un juez. Es despectiva y prepotente". Personas cercanas a la juez aseguran que son las críticas de sus compañeros lo que más afecta a la juez "Con lo que estoy trabajando, ¿por qué tengo también que luchar contra ellos?".
La presión insólita que está sufriendo la juez viene en parte a su condición de apolítica; sola ante el peligro. Sus íntimos aseguran que a lo largo de su vida a votado tanto a PP como PSOE e incluso en los últimos años a UpyD. Además, sus defensores añaden una muestra clara e inequívoca de su neutralidad: "¿No le parece una muestra de su independencia que haya imputado a amigos y conocidos suyos y de su marido?".