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El Rey cercano

Lo advertí por primera vez en uno de sus últimos viajes oficiales. Hilvanar las anécdotas de su compañía sería difícil.

Lo advertí por primera vez en uno de sus últimos viajes oficiales. Hilvanar las anécdotas de su compañía sería difícil.
El Rey, en una imagen de los noventa | Cordon Press

Los periodistas que hemos estado cerca de don Juan Carlos de Borbón conocemos su carácter campechano, su extraordinaria bonhomía. En mi caso, lo advertí la primera vez que hube de cubrir uno de sus múltiples viajes oficiales, en 1969 en Irán, siendo Príncipe de España. Y más adelante, en 1974, en Estoril, en "Villa Giralda"; al año siguiente en una de sus anuales regatas en Palma de Mallorca; o en su residencia veraniega de la capital balear; en 1982, en Aquisgrán, cuando recibió el premio Carlomagno, en otro viaje a Bonn, en distintos actos oficiales… Pero hilvanar las anécdotas que esos encuentros periodísticos nos depararon no sería fácil y excedería el espacio del presente artículo. Por ello, me remito a la tarde del martes 28 de mayo de 1996 cuando, formando parte de un grupo de informadores de la peña periodística "Primera Plana", acudimos al Palacio de la Zarzuela para hacerle entrega del premio Naranja. Previsto el acto sólo para menos de media hora, tan feliz se hallaba el Rey con nosotros –y viceversa- que dio instrucciones para que se suspendieran las dos audiencias siguientes, por lo que nuestra estancia se prolongó hasta una hora y cinco minutos. Algo no usual en parecidas audiencias reales de tal naturaleza.

Conocimos aquel día a un monarca cercano, accesible, natural y espontáneo. Le preguntamos si volvería a repetirse aquel "descuido" cuando unos "paparazzi" le tomaron fotografías en pelota picada en el yate "Fortuna". Yo estaba junto al Rey, quien de pronto se agachó, hizo ademán de colocarse en cuclillas, y casi señalando su trasero, dijo: "A mí, en esta postura, y desnudo… ¡ya no me cogerán!". Abordamos su responsabilidad regia. "El papel de un Rey es difícil. Algo que se aprende a diario". Y a propósito, Señor: ¿escribe un diario? A lo que contestó: "No. Porque mi padre me aconsejó que no lo hiciera". ¿Y la Reina?, insistimos. Su respuesta: "No lo sé, lo desconozco". José Luis de Vilallonga escribió una biografía del Rey, contando con la total colaboración del monarca. ¿Habrá otro libro, Señor, de parecida naturaleza? Y nos respondió: "No. Como hombre pudiera a veces tener la necesidad de decir algo, pero pesa más mi responsabilidad".

El Rey, en Mallorca | Cordon Press

Comentamos su presencia en la televisión, sobre todo la oficial. "No depende de mí y no siempre sería comprendida mi aparición más o menos periódica. No puedo olvidar aquel reportaje con una reportera británica, Selina Scott, que no gustó a los españoles". Don Juan Carlos de Borbón nos hablaba sin circunloquios, con un lenguaje claro, coloquial, nada ampuloso, con atisbos castizos. De sus programas favoritos nos habló por encima de todo de sus preferencias deportivas y de ellas, las retransmisiones de encuentros de fútbol. Los toros, uno de sus espectáculos preferidos. Sobre el cine: "En Zarzuela veo películas que me seleccionan, sobre todo españolas". Nos confió que elegía personalmente su vestuario. "Sobre todo las corbatas, muchas de las cuales son regalos". Podría suponerse que el equipaje, en vísperas de los viajes, eran funciones de su mayordomo. "¡Ah, no, de ninguna manera! ¡Hasta ahí podíamos llegar…! Eso lo hago yo siempre. No me lo perdonaría nunca; es para mí una obligación".

El Rey siempre ha llamado a sus amigos por teléfono con mucha regularidad. Y en muchas ocasiones desconcertaba a su interlocutor como cuando llamó al entonces presidente portugués, Sampaio, tomó el auricular un hijo de éste y gritó a su progenitor: "¡Papá, llama un señor que dice que es el Rey de España!". La anécdota nos la contó el propio don Juan Carlos, entre risas, porque siempre ha sido amigo de los chascarrillos y los chistes, que reclama a su vez que le cuenten. ¿Puede el Rey con frecuencia salir de Palacio y pasearse como cualquier ciudadano por la calle? No, claro, no fue nunca aconsejable. En Madrid, difícilmente. En Barcelona, alguna vez lo hizo: fue de compras para comprar unos juguetes y a la hora de pagar sacó una tarjeta de crédito. La encargada le hizo ver que había caducado. La factura hubo de pagarla su gran amigo, el patrón de barco José Cusí. El Rey, que nos refirió el incidente, se disculpó ante una desconcertada vendedora de la tienda. También en la Ciudad Condal, según nos reveló, le pasó esto: "Visité el Salón de Automóvil y de pronto vi un coche que había sido mío. Hablé con su nuevo propietario que lo vendía ¡por seis millones de pesetas! Entonces le dije: ¡Pero, hombre, si yo lo puse en venta por cien mil pesetas! Casi tendría que llevarme ahora un porcentaje…!" Y nos reímos, entre las carcajadas del propio don Juan Carlos.

El Rey, cuando nos despedimos, se disculpó por no habernos invitado siquiera a un refresco. Habían transcurrido sesenta y cinco minutos. Fuimos testigos de un encuentro nada corriente. Ello nos permitió conocer mejor a nuestro Rey en la distancia corta, cara a cara. Un Rey cercano.

El Rey, durante su mensaje de abdicación | Archivo

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