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María José Cantudo y el primer desnudo del cine español

María José Cantudo se desnudó en La Trastienda, hace ahora 38 años.

María José Cantudo se desnudó en La Trastienda, hace ahora 38 años.

Dentro justo de un mes María José Cantudo cumplirá sesenta y tres primaveras, ya apartada de sus actividades artísticas, viviendo de sus rentas pues, como ella suele repetir, fue en su día hormiguita y ahora disfruta con su bien ganado patrimonio. Las enciclopedias del cine español la citan como protagonista del primer desnudo integral que se produjo en un rodaje nacional, año 1976; una cinta titulada La trastienda que dirigió Jorge Grau.

Estaba ambientada en los sanfermines y se rodó en Pamplona para darle todo el verismo requerido. El argumento planteaba un triángulo amoroso, entre un médico, su mujer (que lo engañaba) y una atractiva enfermera. El papel del doctor lo encarnó un discreto galán, Frederick Stafford; el de su esposa, la despampanante Rossana Schiaffino, que tenía unos maravillosos ojos y un cuerpo que quitaba el hipo (como tuve la suerte de comprobar personalmente), en tanto el tercer personaje en discordia fue a manos de María José Cantudo. Favor que le hizo su buen amigo, el productor José Frade, al que le adjudicaban muchos ligues con sus estrellas.

La famosa imagen de La Trastienda

El filme de marras tenía un ingrediente hasta entonces no abordado en ninguna otra película hispana: el protagonista pertenecía al Opus Dei. Dado el lío de faldas en el que estaba metido, a la Obra le sentó a cuerno quemado cuando se estrenó la película. Nunca mejor dicho. Pero el auténtico escandalazo vino con la escena final en la que una deslumbrante María José Cantudo mostraba ante la cámara un desnudo frontal de su cuerpo serrano. Cuando desapareció la censura franquista, se habían podido contemplar tímidos destapes, y como mucho, unos senos femeninos, mas nunca el pubis de una mujer. Y esa secuencia es la que le valió a nuestra querida actriz ser incluida en cuantas historias se han publicado sobre el cine de los años de la Transición. "Una etiqueta que me pusieron a partir de entonces y que me perjudicó", razonaba ella.

La trastienda batió récords de taquilla. En muchos pueblos, para qué decirles… Los mozos se refocilaban con las escenas eróticas y llegado el éxtasis con la imagen de la enfermera en cueros vivos a través de un espejo era festejada a coro con toda suerte de alaridos e incluso fervorosos aplausos. En la España de entonces nada exageramos con tales recuerdos.

El caso es que "la Cantudo", como era comúnmente llamada en los ambientes frívolos, fue requerida para otras películas en las que tenía que seguir exhibiendo sus encantos, pero ninguna de las veintiuna que rodó en total superó en voltaje erótico festivo a La trastienda. Hemos de considerar a la actriz, con todo rigor, de acuerdo con el calendario, pionera del cine del destape. Lo que la llevó asimismo a ser de las primeras en firmar un contrato con la revista Interviú, especializada en esos menesteres, merced al cual tras recibir seiscientas mil pesetas, posó como su madre la trajo al mundo. Lo que es la vida: cuando con quince años, la así llamada María Purificación Cantudo Porcel, sentó sus reales en Madrid con la ambición de ser artista, como se decía en los pueblos, y ganó sus primeras pesetas siendo actriz de telenovelas, dejó muy disgustada a su abuela… porque en uno de esos ejemplares daba un casto beso al que hacía de galán.

Portada de Interviú con Cantudo

Si las películas en que intervino María José Cantudo son para olvidar, mejor será recordarla por sus espectáculos teatrales, de corte popular: Las Leandras, Doña Mariquita de mi corazón, Mariquilla Terremoro, Ventolera… Eran reposiciones, versiones modernas de añejas piezas costumbristas. Sin especiales habilidades para el canto ni admirables recursos dramáticos lo cierto es que logró notables recaudaciones en taquilla, signo irrefutable de que, al gran público, gustaban sus espectáculos.

Parte del éxito de la estrella jiennense había que adjudicárselo al productor de los mismos, el acreditado empresario vallisoletano Enrique Cornejo, quien convivió con ella unos años, ejerciendo de consejero artístico amén de afortunado amante. Fue la relación más estable de María José Cantudo, tras sus anteriores aventuras sentimentales, respectivamente con el pianista Felipe Campuzano y el siempre provocador Pedro Ruiz, con el que rompió, según me contó un íntimo de ella, al sorprenderlo en la cama con otra persona. Y entre medias también viajaba a México a menudo, invitada por un empresario que estaba loquito por sus huesos y al que correspondía con su amable compañía. Todo ese historial amoroso había tenido un comienzo a poco de establecerse en los Madriles, cuando conoció a un prometedor actor-cantante llamado Manolo Otero, por el que estaba coladísima. A él lo llamaban "el Alain Delon" español. Se casaron en 1973. Cinco años estuvieron juntos entre frecuentes broncas. Yo presencié una de ellas, cuando me invitaron a acompañarles a una cena. Excuso decirles el mal rato que pasé. Era yo más amigo de mi tocayo que de ella, al que recuerdo por su gran timidez, como tantos miopes, reservado, cortés y poco dado a expansiones en público, en tanto su mujer siempre tuvo un carácter más abierto, muy temperamental. Les unió solamente cuando se divorciaron el cariño filial hacia su único hijo, Manolito, nacido en 1973, que hoy ejerce la abogacía.

Manolo Otero, desengañado de su suerte profesional, se fue a "hacer las Américas". Tuvo amores con la argentina Silvana Suárez, Miss Argentina, luego con la colombiana Eddy Cano e instalado en Sao Paulo contrajo matrimonio con una belleza rubia, Celeste Ferreira, que era su representante artístico. La última vez que volvió a Madrid fue para gestionar la publicación de sus memorias, que nunca se editarían. Aprovechó para "hacer caja" en un programa televisivo del corazón donde puso de vuelta y media a María José Cantudo. Murió meses después en Sao Paulo víctima de un cáncer hepático, el 1 de junio de 2011. Iba a cumplir sesenta y nueve años.

Ella hacía tiempo que estaba retirada de las tablas. La última vez que la vi fue en una feria de anticuarios. Le fascina ese mundo y, a tal fin, estudió tres años unos cursos de restauración de muebles. Contaba que adquiría enseres diversos para su nuevo piso. Una mujer ambiciosa desde su primera juventud que se siente afortunada con cuanto ha conseguido en la vida.

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