Ochenta y dos años acaba de cumplir Carmen Sevilla sin ser consciente de ello, víctima de una enfermedad senil que la mantiene desde hace alrededor de dos años sumida en esa nebulosa terrible del llamado "mal de Alzheimer". Ya les he contado una vez que en las enciclopedias de cine figura como nacida en 1930. Pero la interesada me aseguró que tuvo de jovencita que manipular un año la fecha de su nacimiento, acaecido en 1931, para que la autorizaran trabajar, obteniendo así el carné del entonces Sindicato Nacional del Espectáculo.
Como les contaré cosas de sus amores, la vez que más cerca estuvo del casorio Carmen Sevilla fue a comienzos de la década de los 50, cuando el matador de toros mexicano Carlos Arruza, (que había sido el gran rival de "Manolete"), con quien entabló relaciones sentimentales, le propuso matrimonio, con la condición expresa de que abandonara su carrera de actriz. A lo que ella dijo nones. Durante unos años, desde mediados los años 50, Carmen no viajaba sola, sino con "carabina", como se decía por aquel tiempo. Era su madre, doña Flora, quien vigilaba sobre todo a los "moscones" que rondaban a su primogénita. Cuando cruzó el Atlántico para actuar en la Cuba castrista en el verano de 1959 dejó en Madrid a un novio al que nunca quiso citar en sus "memorias", varias veces relatadas en revistas y en algunos libros biográficos: se apellidaba Yuste y era estudiante de Ingeniería. Le escribía encendidas cartas de amor al hotel Hilton, de La Habana. Diariamente. Misivas que jamás llegaron a manos de su destinataria, por la sencilla razón de que iban dirigidas a nombre de Carmen García Galisteo y allí no la conocían por su verdadera identidad, sino por su sobrenombre artístico. De aquel pretendiente, nada más se supo.
Carmen Sevilla se fue luego a Santo Domingo, donde a poco de llegar, un hijo del dictador dominicano, Rafael Leónidas Trujillo, trató de "llevársela al huerto". En las fiestas que daba en honor de nuestra compatriota se hallaba un cuñado de éste, el reputado "play-boy" Porfirio Rubirosa, que no le quitaba ojos contemplando a la estrella sevillana. De vuelta a La Habana, Carmen coincidió en el avión con Ava Gardner, que llevaba encima una buena melopea. Lo que no le impidió escuchar de labios de aquella que Frank Sinatra "le tiró los tejos" más de una vez en Madrid. Y Ava la miró, comprensiva, cuando ya había acabado su matrimonio con el cantante de los ojos azules, a quien seguía amando en silencio. Un millonario panameño, de nombre Carlos Eleta, propietario de una cadena de radio y televisión, varios periódicos y una marca de cigarrillos, no dejaba a la sevillana ni a sol ni a sombra. Y ella lo esquivó, dándole calabazas. Le siguió en parecido trance el empresario del teatro bonaerense de la Ópera, Pancho Lococo. "No puedo vivir sin ti", le decía el argentino, tan forrado de dinero como de pasión. Y Carmen hacía caso omiso.
Por cuanto les digo, nada le importaba el dinero. Era luego un rico chileno quien le hizo la corte, empresario de cines y teatros, Lucho del Villar, quien la seguía a todas partes. Estaba casado pero le instó a "la Sevilla" que, si le daba "el sí", se divorciaba en seguida. Lo chusco fue que en Uruguay y en Perú, donde actuaba ella, coincidieron Villar y Lococo, sin verse entre ellos. Como un vodevil. Carmen Sevilla jugaba con ambos, almorzando con uno, cenando con el otro. Con razón, su madre le advirtió: "¡Chiquilla, cuidado con esos hombres, que son mayores que tú y saben latín!". Lucho se gastó medio millón de dólares en sus trámites de divorcio y cuando le confesó a su amada que ya era un hombre libre y podían casarse... Carmen Sevilla se hizo la inocente: "Yo, según mis principios, no podría ir al altar con un hombre que ya ha estado casado con otra". Villar se fue por donde había llegado, acariciando un valioso anillo de pedida que ella no quiso aceptar bajo ningún concepto. Más adelante, el mujeriego pero educado y correcto galán italiano Raf Vallone "se coló" por Carmen, rodando en tierras manchegas la película La venganza. Y como también era casado, nada consiguió.
En México, Mario Moreno "Cantinflas" se enamoró el primer día que la vio. Y ella le rechazó una y otra vez cuantas joyas quiso regalarle, de mucho valor. Lucho Gatica, haciendo juego con el apellido, trató de "engatusarla", cantándole al oído "El reloj", pero ni por esas. En el mes de enero de 1960 hubo una revuelta árabe, que sorprendió a Carmen Sevilla en Orán. Muerta de miedo en un hotel, no encontrando mejor refugio fue a esconderse ¡en una cámara frigorífica! Si no llega a tiempo su representante, a poco se convierte en una barra de hielo. Y el 23 de febrero de 1961, por fin se sintió feliz junto "al hombre de su vida", en la Basílica del Pilar en Zaragoza. Llegaba virgen al matrimonio, tal y como quería y había confesado a sus más íntimos. La pena es que Augusto Algueró Dasca no fue el marido que había soñado tanto tiempo. Diez años después, Carmen me contaba, fuera de sí: "¡Lo que no le consiento es que de madrugada se pasee con cualquier puta de la Gran Vía y luego venga a acostarse conmigo como si nada!"
Y así, en 1973 empezó a convivir con el empresario Vicente Patuel, hasta que pudo casarse con él en 1985, quien acabaría "coronándola" también en algún furtivo viaje a Cuba en pos de la primera "jinetera" que le hiciera caso. Carmen Sevilla enviudó el 24 de abril de 2000, cansada de estar con las ovejitas de la finca de su difunto, negocio en ruina al que ella aportó no poco capital. Su declive coincidió con que TV.E no le renovó el contrato para seguir presentando "Cine de barrio". Acababa así una brillante carrera artística con setenta y cinco películas en su filmografía, más de un millar de galas cara al público, medio centenar de coplas grabadas. Una mujer de gran belleza y simpatía, que ahora apenas reconoce a su único hijo y a sus nietos, cuyos días transcurren grises y monótonos, sin saber quién fue: una de las grandes estrellas del cine español.