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La gran estrella de nuestro cine

Considerada "la última gran estrella del cine español".

Según todas las enciclopedias y el testimonio de la propia interesada, nació el 10 de marzo de 1928. Hay quien sostenía que fue tres años antes. Poco importa eso ya. Sara Montiel alcanzó algo muy difícil en nuestro mundo artístico: ser considerada "la última gran estrella del cine español". El caso de Penélope Cruz es diferente. La manchega no fue la primera española en arribar a Hollywood, hacia 1955, pues ya lo hicieron otras en los años 30 del pasado siglo. Pero muy poco después alcanzó una popularidad jamás lograda por ninguna otra colega, a partir de El último cuplé , que estuvo un año en cartel, todo un récord.

María Antonia Abad Fernández fue bautizada artísticamente por quien fue su representante artístico, Enrique Herreros, gran dibujante de humor por otra parte, en atención a los Campos de Montiel, en las cercanías de su nacencia, Campo de Criptana, pueblo de quijotescos molinos. La primera vez que cantó en una película fue en 1948, "La mies es mucha", de José Luis Sáenz de Heredia; en un breve cometido: el de una deslumbrante india, Guyerati. En realidad, quien la adiestró poco más tarde, según me contó él mismo, fue el maestro Fernando García Morcillo (el del bolero "María Dolores"), quien le dio clases de canto al frente de su piano, en vísperas de que ella se fuera a México.

En España, su carrera cinematográfica, que inició en 1944 con ""Te quiero para mí", de Ladislao Vajda, y "Empezó en boda", del italiano Raffaello Matarazzo, se había estancado seis años más tarde, tras rodar una docena de títulos, el más sobresaliente de todos "Locura de amor". 

 

Pero ni sus intervenciones en "Mariona Rebull" ni en "Pequeñeces", también notables filmes, la convirtieron en la actriz que ella ansiaba ser; una aspirante a estrella que no lograba ascender a papeles de protagonista. El dramaturgo Miguel Mihura la ayudó cuanto pudo. Se enamoró de él, más platónicamente que otra cosa, pues el escritor contaba más de diez años que ella. El tierras aztecas, Sara Montiel rodó trece títulos, entre ellos "Ahí viene Martín Corona", "Reportaje" (con el Indio Fernández), "Piel canela", teniendo como compañeros a los grandes galanes de la canción ranchera, como Pedro Infante. Pero su mayor logro al otro lado del Atlántico fue cuando dio el salto a Hollywood en 1954 para ser compañera nada menos que de Gary Cooper y Burt Lancaster en "Veracruz".

Dos años más tarde aparecía en "Serenade", también conocida como "Dos pasiones y un amor", compartiendo cartelera junto a Mario Lanza y Joan Fontaine. El director era Anthony Mann, un reputado realizador, con quien acabaría encamándose. Luego, se casaron "in artículo mortis", cuando Mann estaba a punto de morir. Pero sobrevivió. La pareja se instaló en Madrid, unos meses después de que Sara rodase "Yuma", su último filme en estudios norteamericanos. El regreso a España de la estrella fue motivado por el contrato que firmó con su amigo, el director Juan de Orduña, quien la eligió como protagonista de "El último cuplé". Muchos meses invirtió Orduña en aquel proyecto. Se había ilusionado con una historia ambientada en "la belle époque", los años 20 del pasado siglo, cuando triunfaba un género musical nacido en la Francia del XIX. Fue a raíz del éxito del programa radiofónico "Aquellos tiempos del cuplé", que durante tres temporadas se emitió en Radio Madrid. Lilián de Celis era quien amenizaba aquel espacio. Orduña ofertó el papel protagonista de la película a varias figuras de la copla, que desestimaron la oferta. Y finalmente quien aceptó fue Sara Montiel, a cambio de cien mil pesetas, cifra modesta entonces. Tuvo que cantar aquellas añejas melodías. Lo había hecho en otras películas, pero su voz no era nada del otro jueves. Sin embargo, en "El último cuplé" fue convincente, con un tono sensual y sugerente. El cuplé renació entonces: llevaba casi tres décadas olvidado. Y ella se convirtió en la gran estrella del cine español. La película batió récords de taquilla, permaneciendo más de un año en cartel en el cine Rialto de la Gran Vía madrileña; naturalmente, se exhibió también triunfalmente en toda España.

A partir de entonces, año 1958, la artista manchega rodó otras películas de éxito: "La violetera", "Carmen la de Ronda", "Mi último tango", "Pecado de amor", "La Bella Lola", "La Reina del Chantecler", "Noches de Casablanca", "Samba" "La dama De Beirut"... Se despediría del cine en 1973 con "Cinco almohadas para una noche".

Entre tanto, Sara había llevado una vida sentimental agitada. Tras Anthony Mann hubo otros hombres en su vida, algunos de los galanes de sus películas, como el francés Maurice Ronet o el italiano Giancarlo del Duca. Sorprendentemente, mediados los años 60, contrajo matrimonio religioso en Roma con un bilbaíno, José Vicente Ramírez Olaya, "Chente", relaciones públicas de la firma Seat. Poco duró aquel matrimonio. Él pretendía "retirarla" y Sara no estaba por la labor, pues quería continuar con su carrera en el cine, entonces en pleno triunfo. Por otra parte el nivel de vida de la estrella no parecía corresponderse con el de su marido, cuyos ingresos económicos eran a todas luces muy inferiores. Y acabaron separándose. Años después, aunque ella mantuvo otros romances, terminó encontrando al hombre que mejor la comprendió: el empresario mallorquín José Tous. La pareja adoptó dos hijos. Muerto Tous, Sara, ya retirada de la pantalla aunque no del mundo del espectáculo (protagonizó varias series de variedades en televisión y continuó con sus galas) sorprendería a todo el mundo con una boda civil. El afortunado marido era un "fan" cubano, que la admiraba desde niño. Podía ser su hijo. Y se casaron, entre las chanzas de unos y el estupor de otros. En los programas del corazón fueron constante objeto de interés. Hasta que aquel bodorrio se deshijo y el cubano acabó volviendo a La Habana.

Sara Montiel ha sido la estrella española más conocida universalmente. Un mito viviente. Cuantos la conocimos y siempre la llamamos Antonia, como a ella le gustaba, la recordaremos por su carácter abierto, entrañable, lleno de humanidad, risueña, nada engreída. Podía ser una diva para el mundo entero. Pero, en la intimidad, era un ser adorable. Descanse en paz.

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