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Pablo Molina

¿A dónde narices vas, 'Masterchef'?

TVE quiere que esta nueva temporada se convierta en un espectáculo morboso, donde la destreza culinaria sea un argumento meramente circunstancial.

TVE quiere que esta nueva temporada se convierta en un espectáculo morboso, donde la destreza culinaria sea un argumento meramente circunstancial.

La primera entrega formal de Masterchef, con los quince elegidos compitiendo ya en las cocinas del programa, no pudo ser más decepcionante para los que exigimos seriedad en cuestiones de divertimento. La primera prueba a la que tuvieron que enfrentarse se saldó con varios fracasos sonados, consecuencia lógica de los nervios y la bisoñez de los participantes, pero lo más alarmante fue la escasa formalidad con que los aspirantes acometieron esa primera tentativa culinaria. Aquello era una juerga de canis. Una algarabía de gritos de personas sin fuste pidiéndose ingredientes mutuamente treinta segundos después de haber tenido a su disposición los mejores y más variados productos que ningún aficionado a la cocina pueda encontrar en la actualidad. O los jueces se imponen y comienzan a provocar ataques de ansiedad y tentativas de autolesión entre los participantes o esta edición va a ser una basura capaz de dar al traste con el exitoso formato de TVE.

Peor aún fue el espectáculo de los concursantes en la prueba que realizaron en el exterior, al frente de las cocinas de un portaaviones de la Armada, donde las majaderías de los graciosos oficiales, los comportamientos infantiles y la falta de rigor provocaban una espantosa vergüenza ajena. Aquello parecía Telecinco, para terror de los tres jueces del programa (a Eva González todo le parece bien), que en vano intentaban que aquello dejara de funcionar como una guardería de niños inadaptados. Pero lo peor es que todo hace indicar que ese es el resultado que han buscado los responsables del programa desde sus mismos inicios, a tenor de los rasgos que adornan la abigarrada personalidad de los concursantes seleccionados.

No de otra forma se puede entender que en un programa de cocina se acepte la participación de una persona que rechaza los alimentos de origen animal, el 80% de los que habitualmente son utilizados en las pruebas de un concurso de estas características. Colocarle una enorme cabeza de cerdo en la primera prueba del programa es una maniobra tan burda en busca del morbo que resulta sonrojante, una sensación de bochorno que llegó al límite cuando más tarde, para compensar, se obligó a todo el mundo a cocinar una proteína vegana que sólo la afectada había manejado en alguna ocasión.

A pesar del éxito que acompañó a la primera edición de Masterchef de acuerdo con los cánones clásicos de un concurso de cocina, Televisión Española quiere que esta nueva temporada se convierta en un espectáculo de telerrealidad morboso, donde la destreza culinaria sea un argumento meramente circunstancial. Puede que las cifras de audiencia se disparen en los programas de esta edición, pero de seguir por este camino habrán convertido un programa espléndido que enaltecía el talento y el esfuerzo en un ejemplo más de telebasura, aunque de baja intensidad. Los aficionados a la cocina saldremos perdiendo, pero eso no será nada comparado con lo que le va a tocar sufrir a los tres jueces del programa, que, aunque la productora del programa parezca haberlo olvidado, son cocineros con un prestigio profesional que mantener. Es lo que pasa cuando en lugar de elegir a los aspirantes más capacitados para cumplir con las exigencias del concurso los productores deciden hacerse con un elenco variado de frikis en busca de otro tipo de show.

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