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Zoé Valdés

Alharaca Aracataca

Yo también, como tantos otros que ahora salen, pero yo sí de verdad, conocí a Gabo (como le llaman todos y no sólo sus allegados), lo conocí en Cuba.

Me había prometido no escribir absolutamente nada sobre la muerte de Gabriel García Márquez, primero porque ya me han costado suficientes problemas y acarreado demasiadas desgracias escribir lo que pensaba de él en vida, imagínense lo que significaría escribir lo que todavía no he dicho acerca del Nobel colombiano, ahora que ha muerto y que se dispararon como fuegos artificiales los cantos mórficos que no órficos sobre su obra y sobre su persona, lo que parece no acabarse nunca.

Primero diré que yo también, como tantos otros que ahora salen, pero yo sí de verdad, conocí a Gabo (como le llaman todos y no sólo sus allegados), lo conocí en Cuba. Yo era una joven poeta arrimada (y más tarde casada) con un periodista y novelista once años mayor que yo que tenía a Gabo como ejemplo y a Lezama lo había tenido como maestro en su juventud, y a Carpentier como taco que aguanta la pata coja del mueble. A mí no me conocía nadie, al novelista sí, quien era muy amigo de un poderoso castrista, Alfredo Guevara, y a través de él hizo amistades con Inge Feltrinelli, Antonio Gades, Cristina Hoyos, Alejo Carpentier, Régis Debray, Gabriel García Márquez, entre otros famosos de la época. García Márquez lo adoptó también como a un hijo. Como adoptaba GGM a sus hijos cubanos, siempre que la DSE (Seguridad del Estado) se lo aconsejara o se lo diera como tarea. Las pocas veces que lo hizo de verdad ocurrió lo esperado, el hijo inteligente, o al contrario la puta bruta, adoptados actuaron en consecuencia: el primero batalló por su libertad, la segunda todavía vive apresada por la hendija reseca que hizo de varios hombres célebres adúlteros dependientes.

Quiero decir que cuando conocí a Gabriel García Márquez me trató muy bien, inclusive con deferencia. Me dedicó su libro El otoño del patriarca con la siguiente dedicatoria: "A Zoé. Solo. Gabo". Yo parecía mucho más joven de lo que en realidad era, tenía 19 años. Y la soledad siempre me ha gustado, jamás la he rechazado, ni la he visto como una especie de desgracia punitiva. Algunas de las veces que Gabo invitó al novelista que era mi marido (yo no pasaba de ser su esposa o mujer acompañante) a almorzar en La Bodeguita del Medio, éste pidió permiso para que yo lo acompañara, y cosa rara, se lo concedieron. En una de esas ocasiones Gabo me preguntó acerca de mis lecturas y entre los libros que estaba leyendo le mencioné Alexis o el tratado del inútil combate de Marguerite Yourcenar, la novela de juventud de la autora, la primera mujer en entrar en la Academia Francesa. Me sorprendió la respuesta del Nobel: "Ah, Yourcernar, esa lesbiana que escribe". Lo tomé por una broma, y la conversación continuó, dirigiéndose a los demás comensales, sin reparar nunca más en mí. Yo, en aquellos años parecía muda, sabía que era lo que convenía.

Con la obra de Gabriel García Márquez me pasó algo muy extraño, leí todos sus libros con suma atención. Había que leer a Gabo, había que manejarlo al dedillo, había que estudiarlo para no pasar por imbécil. Había que conocer a Gabo como aquella letanía que tanto había inspirado al realismo socialista, El tábano de Ethel Lilian Voynich. Y lo conseguí sin esfuerzos, y hasta llegó a gustarme. Pero, tal como expresó Reinaldo Arenas, en un artículo magnífico, ya yo había leído Luz de agosto de William Faulkner, y Las palmeras salvajes editada por Cocuyo, entre otros títulos del escritor norteamericano, a quien Gabo siempre confesó que le debía mucho. A otro que le debía mucho, precisamente, fue a Reinaldo Arenas, y a su primera novela del realismo mágico avant la lettre publicada antes que Cien años de soledad, titulada Celestino antes del alba. Pero esto último Gabo nunca lo reconoció; ni siquiera se ha incluido nunca a Arenas dentro del realismo mágico por los críticos literarios que tanto han escrito sobre el ¿estilo, género, movimiento literario? Ni falta que le hace a Arenas. Es más creo que hacerlo sería muy a pesar de él mismo.

El caso es que teniendo a La Habana y al campo cubano como referencias y sobre todo como vivencias, pasa como con el surrealismo de André Breton, que tuvo que confesarle a Wifredo Lam dentro de una guagua habanera: Mon vieux, le surréalisme à côté c’est rien du tout! Claro, Breton tuvo la grandeza de reconocerlo.

Proust escribió aquello de "la vida es una novela", pero una novela no es la vida. Cuando una novela se convierte en la vida, la cosa se trafuca, la confusión es inevitable. En la vida real, lo más normal es que Macondo, ese pueblucho inspirado por Aracataca, el pueblo natal del Nobel colombiano, sueñe con insertarse en el mundo. Reescribiéndolo, describiéndolo, Gabo consiguió que su pueblo alcanzara la magnitud universal que su escritura le otorgó. Lo extraño sucede cuando el mundo, con su inmensa universalidad, con su descomunal internacionalidad, y con su telúrico contenido, ansíe reducirse, integrarse y meterse atrincado dentro del reducido universo de un pueblo campestre. O sea, cuando el mundo, o la ideología políticamente correcta de la sociedad igualitaria mundial, el absurdo globalismo, piensa que el provincianismo verbal y el costumbrismo, forman parte de una postura partidista a asumir como esencia y no de la mera cotidianeidad.

Creo que a Gabo, quien creó una Escuela de Cine en La Habana (con espíritu de ruralidad, por cierto), pero mandó a sus hijos a estudiar en Estados Unidos, uno de ellos hace cine en Hollywood, quien cuando se enfermó de cáncer, en lugar de irse a tratar a Cuba, como sí hizo el energúmeno de Hugo Chávez, se fue a tratar a Estados Unidos, no le habría gustado que trataran su muerte como mismo trataron la muerte de uno de sus personajes, la de Aureliano Buendía, porque una cosa es la literatura –cosa que él no ignoraba– y otra cosa es la vida, que al mismo tiempo es una novela sin escribir. Una vez escrita ya es literatura.

De tal modo, los innumerables ramos de rosas amarillas, los diversos homenajes que más parecieran sesiones monumentales de espiritismo para convocar al muerto, el babeo politiquero alrededor de su persona comparándolo con Cervantes, cosa de reyes que cazan elefantes (fíjense si es verdad que la vida es una novela, pero no al contrario), y las antiguas putas adolescentes de sus memorias tristes que ahora lo llaman "abuelo" (tal como en su novela, qué ridiculez, dios santo, pero qué magnífica coincidencia en el tiempo), y la ausencia total de un puñadito, aunque hubiese sido una cucharadita de cenizas del Nobel, que hiciera la felicidad de Castro I (para sus brujerías con magia negra) y las delicias del turismo de Castro II, porque ya me dirán ustedes si la viuda de Gabo hubiese enviado un gotero aunque sea de cenizas del Nobel para la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, aquello se habría convertido en sitio de peregrinación como la Meca o el Muro de las Lamentaciones (cobro previsto en divisas, por supuesto). Pero al parecer los muy contenidos y coherentes hijos del finiquitado decidieron tomar el mando y tratar de alejarse a última hora del Error. Y ya sabemos, no tengo que explicarlo con mapita, que el Error con mayúscula, es Cuba.

Gabo y la cuestión política. Se ha escrito un libro excelente sobre el tema, se titula Gabo y Fidel: El paisaje de una amistad de Ángel Esteban y Stéphanie Panichelli. Ahí está dicho todo, inclusive explicado el otorgamiento del Premio Nobel en el mismo año en que Jorge Luis Borges también lo esperaba.

Por otra parte, del mismo modo que Leni Riefenstahl hizo el cine del nazismo, Gabo creó la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños y la Fundación para el Nuevo Cine Latinoamericano, dos regalos precisos y preciosos a Fidel Castro, dos mundos apartes dentro de la isla, aunque siempre al servicio del poder. Obsequios al tirano muy productivos, por cierto, que durante años han dado beneficios económicos al castrismo.

En cuanto a la promesa de la paz en Colombia, discutida nada más y nada menos que en La Habana, bueno, por supuesto, se trata de la idea de la paz que a última hora también se le ha ocurrido a Cuba para entregarle el mando de Colombia a través de elecciones y de una falsa democracia a unos narco-guerrilleros (también diseñados mucho antes por el tirano de Birán) que llevan añales asesinando y enriqueciéndose con la sangre y las vidas del pueblo colombiano. Se trata de una paz ideada por el Error, o sea, por el castrismo.

Aquí lo voy a dejar por ahora, por falta de espacio, pues ya me he excedido. Que conste que no he dicho todo. Y tal vez no lo haga nunca, si es que quiero seguir publicando. Por que si bien Gabo ayudó a algunos cubanos a editar y hasta a ser libres (casi todos ligados con el poder castrista), a mí, por el contrario, lo único que me acaeció opinar sobre él y sobre sus artimañas políticas ha sido que se me cierren puertas de editoriales y de trabajos. No he sido la única. Lo mismo pasó con Guillermo Cabrera Infante y con Reinaldo Arenas, ni hablar de Lydia Cabrera y de tantos otros escritores de gran valor a quienes ni siquiera se les menciona. A mí, pues tratan de borrarme. Pero como afortunadamente la vida es una novela, aunque no lo contrario: aquí estoy, como el piojo o la ladilla del cuento.

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