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Gina Montaner

El amor en los tiempos de la juventud

García Márquez, el escritor inmenso, era un súper héroe de las letras. Otra cosa fueron sus inexplicables querencias políticas.

Gabriel García Márquez nos ha dejado. La suya también fue una muerte anunciada, pero no por ello menos impactante, porque nos resistimos a decirles adiós a nuestros héroes. Y García Márquez, el escritor inmenso, era un súper héroe de las letras. Otra cosa fueron sus inexplicables querencias políticas. Debilidades imperdonables por caudillos como Fidel Castro que ponían de manifiesto su mal tino a la hora de diagnosticar los males de América Latina. Lo que en última instancia demuestra que un escritor colosal es, también, un individuo de carne y hueso con sus delitos y faltas.

Pero en esta hora de la despedida el recuerdo que me llevo de García Márquez para conservarlo como relicario es el fulgor de su prosa en mis años de juventud. La adolescencia es la etapa en la que absorbemos como esponjas las lecturas, las incursiones al cine, los viajes, los primeros amores. El conjunto de vivencias que nos forma y que en el camino de la vida llevamos a cuestas a modo de mochila vital.

Para quienes siendo jóvenes nos dejamos herir por la incurable maladie de los libros y el cine, a la par de los incipientes romances carnales andaban los primeros amores librescos. La aventura de descubrir a Mark Twain, a Dickens, a Austen, todo mezclado con la educación sentimental proyectada en la pantalla grande. Las escapadas a la filmoteca y aquellos cines de arte y ensayo donde un Bertolucci o un Visconti nos valían para toda una tarde de tertulia en el Café de Ruiz.

Al ir y venir del cambalache de libros y películas se unió el descubrimiento del boom literario que fraguó un grupo de escritores latinoamericanos pasados por Madrid, Barcelona y París. Primos no tan lejanos de Faulkner, la estructura volando por los aires y la Maga rompiendo corazones. Pasar de Sentido y sensibilidad a Conversación en la Catedral. Un salto al vacío. Contagiarse del insomnio de las mujeres de la saga de los Buendía leyendo Cien años de soledad. Comprender con total humildad que sólo una persona en el mundo podía escribir, "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía, había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Gabriel García Márquez deslumbraba por nocaut al mundo con Cien años de soledad y el universo de Macondo, cuya génesis descansaba en los relatos que sus abuelos le contaron de niño en su Aracataca natal.

Recuerdo haber leído por primera vez a García Márquez cuando estudiaba BUP en el Instituto Lope de Vega. Estábamos todas enamoradas del joven profesor de literatura que nos explicaba el fenómeno del Boom. Enamoradas de la prodigiosa novela de Gabo, de La ciudad y los perros de Vargas Llosa, de los relatos de Cortázar, de El obsceno pájaro de la noche de Donoso. Enamoradas de los chicos a la salida del colegio. Del maestro, los novelistas, las sesiones de cine en el Bellas Artes. Vivas hasta el delirio. Escandalosamente jóvenes.

Gabriel García Márquez vivió una larga y fecunda vida. Porque si nos enganchó con los Buendía, años después nos extasió con El amor en los tiempos del cólera. Quién (y sólo él) podía arrancar así: "Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados". A vueltas con el triángulo amoroso de Juvenal Urbino, Fermina Daza y Florentino Ariza. Un revoloteo de mariposas en el estómago y el corazón.

García Márquez fue periodista de oficio, novelista de vocación, raconteur de cuentos, vividor para poder contarlo todo. Nos dejamos seducir por sus fabulaciones porque son muy pocos los elegidos, los súper héroes, que pueden sacudirnos de emoción al releer,

El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.

Es la hojarasca que revuelve los recuerdos de juventud. Ese momento primero de abrir el libro y adentrarse en Macondo como Alicia en el País de las Maravillas. Muchos años después, ante la noticia anunciada de su muerte, había de recordar aquella tarde remota en que él la llevó a conocer el hielo.

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