Nuestros vates se adentran hoy en la brecha fratricida que divide España en dos: la tortilla, ¿con o sin cebolla?
Tan fanatizado está el país por esta ancestral disputa, que ni el fraile ni el mesié se han atrevido a firmar sus poemas.
¿Sabrían ustedes adivinar cuál es de quién?
SIN CEBOLLA
por ¿...?
Desnudas como mártires cristianos
saldrán a la sartén estas patatas
que, pese a ser tan pocas y baratas,
peló doncella con sus blancas manos.
No sucumbáis a la costumbre, hermanos,
–la más monumental de las erratas–
de echar cebolla... pues así las matas...
y son bazofia de engordar marranos.
El huevo, la patata y el aceite...
Mal puede no pensar en tal deleite
quien languidece en una tierra extraña.
Entonces, entre lágrimas furtivas,
revive en las papilas gustativas
el fiel recuerdo del sabor a España.
CON CEBOLLA
por ¿...?
La cebolla es la España del medievo.
Esa España ancestral, de misa y olla.
La humilde, la translúcida cebolla,
compañera solícita del huevo.
¿Desterrar la cebolla? No lo apruebo,
pese a que (con un ímpetu que arrolla),
nos llegara, versátil y criolla,
la patata feliz del Mundo Nuevo.
La papa. La patata. Rica fécula.
Unida a la cebolla para in sécula.
Fraternas en el huevo que las baña.
Cuajémoslas con mimo en el aceite.
Qué pecado. Qué vicio. Qué deleite.
Que aproveche, señores. Por España.