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Pablo Molina

Alberto Chicote, psicoterapeuta gastronómico

Chicote parece haberse dado cuenta de que las cucarachas peroleras no son el mayor problema de sus restauradores, sino su evidente desequilibrio mental.

Chicote parece haberse dado cuenta de que las cucarachas peroleras no son el mayor problema de sus restauradores, sino su evidente desequilibrio mental.

La nueva temporada de Pesadilla en la Cocina ha arrancado con dos entregas consecutivas de lo más sugestivo. Si los desastres culinarios, las cocinas ennegrecidas y la desidia del personal de hostelería parecía que no podían alcanzar más altas cotas que las mostradas por Chicote en las dos primeras temporadas, en esta tercera se demuestra que cualquier catástrofe en el mundo de la restauración siempre es empeorable. Uno pensaba que esta adaptación española del programa del británico Gordon Ramsey iba a tener corta vida a causa de la excelencia de nuestra cocina. Sin embargo, visto que el filón de restaurantes penosos aquí en España parece inagotable, todo hace pensar que las pesadillas de Chicote en La Sexta van para largo.

Esta nueva etapa de Pesadilla en la Cocina ha puesto el foco en la terapia conductual que Chicote aplica a los desquiciados propietarios que pasan por sus manos, un ingrediente que en las temporadas anteriores aparecía velado por las calamidades que las cámaras mostraban sin cesar. Digamos que antes el programa se fijaba fundamentalmente en la roña y ahora lo hace más en el perfil psicótico de los personajes de cada episodio. O por decirlo de otro modo, antes eran los coleópteros y otras familias de insectos correteando por las perolas los protagonistas del espectáculo, y ahora parece que va a ser la especie humana el objeto de máxima atención.

El restaurante La Concha, sito en la aldea del Rocío, justito en frente de la ermita de la Blanca Paloma, fue el eje del primer episodio de esta temporada. Su propietario, gran devoto de la Virgen del Rocío según pudimos ver, demostró con sus gritos y menciones a la Virgen del Carmen que lleva muy mal la competencia entre las distintas advocaciones del santoral. Sus arrebatos de furia ante la menor insinuación de que su comida no es precisamente la mejor del planeta Tierra demostraron que, más que un asesor gastronómico, el buen hombre parece necesitar un gabinete de expertos en psicología clínica y fuertes dosis de farmacopea. El asunto se podía haber saldado con Chicote corriendo por la arena de las marismas y el dueño del restaurante persiguiéndolo con el cuchillo cebollero. Sin embargo, la labor de psicoterapia sobre el terreno del chef de La Sexta evitó que se produjera una tragedia.

Chicote parece haberse dado cuenta de que las cucarachas peroleras no son el mayor problema de los restauradores con negocios ruinosos, sino su evidente desequilibrio mental. Por eso es de agradecer que en lugar de hacer una faena de aliño, cambiando los muebles y el menaje y saliendo por piernas, haya decidido este año atacar la raíz de los problemas convirtiéndose en el primer psicoterapeuta gastronómico de la televisión. Ahora sólo le falta cambiar sus absurdos mandiles chillones por una bata blanca con tarjetas del test de Rorschach asomando en el bolsillo. La salud estomacal de los españoles y la mental de los restauradores sin duda lo agradecerán.

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