Una moda que no es tan moderna es la del papi chulo con la niñita mona. Aquel le proporciona a ésta dinero, comodidad y lujos, mientras ésta a aquél frescura, orgullo y una manera de paliar la crisis de la ya avanzada edad del papito adinerado. Y es que esta cuestión se me vino a la cabeza al conocer que se estrenaba en el cine Memoria de mis putas tristes; que de triste lo que tenía esta obra era ver cómo, literalmente hablando, Gabriel García Márquez se había ido degradando con el paso de los años después de su grandiosa obra de Cien años de Soledad.
El del viejo que se regala una prostituta virgen cuando cumple los 90 años lo leí, al poco de publicarse el libro, cuando yo tenía 18 años. Recuerdo que me supo aquello a una versión de Lolita de Nabokov basta, vulgar y barata. Porque acepto que Humbert Humbert, el protagonista que perdió la cabeza por una pre-adolescente llamada Dolores, sintiera al menos algo de amor hacia la hija de la que era su casera –aunque con importantes dosis de pederastia, no lo neguemos-. Pero lo de García Márquez rozaba ya lo soez y la crueldad; amén de que el protagonista me parecía un hombre fracasado que despertaba pena, ya que a sus 90 decide auto-regalarse a una Lolita virgen a cambio de dinero.
No es, sin embargo, pasadas unas cuantas décadas, desde la publicación de la obra maestra del literato ruso -que se acuñó el término ‘Lolita’ asociado a aquella chica joven, con un aire inocente pero con dotes provocativas-, que se ha puesto de moda dicho término como un concepto divertido y alegre: de un fenómeno que comenzó siendo peyorativo pasó a convertirse en una tendencia.
Cuando se firmó el primer film hubo un aluvión de críticas, y paulatinamente ‘Lolita’ se convirtió en un término que cada vez estaba más lejos de su origen inicial. Prueben poner en algún buscador de Internet las palabras <Look Lolita> y verán la cantidad de entradas a webs de moda que aparecen. Desde la revista Marieclaire, pasando por el portal Trendencias, egoblogs de moda, y otras tantas revistas especializadas en moda, estilo, tendencias y mujer que no aparecen en los primeros rankings del buscador. El look es muy simple: consiste en mini faldas, a ser posible con volantes, camisas de colegialas o camisetas veraniegas en tonos pastel o estampados florales; trencitas, coletitas en el pelo; complementos como "piruletas" en la boca –guiño a la Lolita de Nabokov que pegaba chicles en el coche de su papi chulo- o gafas de sol con forma de corazón; incluso para esta temporada de invierno se proponen, junto a esos minivestidos sesenteros o falditas, botas largas por encima de las rodillas o calcetines largos con zapatos cerrados. Con lo que se puede deducir que este look consiste en mezclar lo infantil, lo naïf, lo aniñado con la provocación estética. Pero, ¿nos olvidamos de que, detrás de esta tendencia, debe haber una chica que seduce o/y es seducida por un señor que debe, al menos, duplicarle la edad? Fíjense que la RAE define el término <Lolita>, no como nombre, sino como "mujer adolescente, atractiva y seductora". Aunque aquí ya entramos en que el atractivo de una adolescente o una mujer es bastante relativo. Y lo de adolescente, se entiende que oscilaría la edad entre los 11 y los 19 años: los llamados ‘teenagers’ que acaban de serlo llegada la veintena.
No hay que tomárselo de mala manera; si algo maravilloso tiene la moda es conseguir transformar una patología en una estética cuya ética ha sido enterrada, y darle la vuelta a las cosas. Es maravilloso a la par que temeroso el poder que tiene la moda y la influencia que ejerce sobre la sociedad. Y lo sociológicamente interesante es que, en el imaginario social colectivo de la sociedad occidental, ser denominada <Lolita> hasta suena bien… ¡Bendita vanidad y maldita imprudencia!